miércoles, 20 de junio de 2012

La Profecía. Francisco López Leyva

Francisco López Leiva(1857-1940)

“El olvido sobre todo, es obra del tiempo y no de la voluntad humana.”
Francisco López  Leiva.

Francisco López Leiva (1857-1840), santaclareño, se incorporó al Ejército Libertador Cubano en la gesta independentista (1895-1898),  al concluir esta   ostentaba los grados de Teniente Coronel. Pone la pluma al servicio de la causa revolucionaria y el sacrificio de la vida por la independencia de Cuba.

 
Fondo: Colección Manuel García Garófalo.

Expediente: 428
Legajo: 7
Original manuscrito.
Copia Fiel



La profesía


                                                                                     ( A mi querido hermano Clemente)

I


¿ Te acuerdas querido Clemente de aquel chiquillo, hijo de tu compadre el inspector Pinazo, de aquel delicioso Manolito que saludaba todas las mañanas al autor de sus días con este cariñoso exabrupto:

-         Pinato, cabrón ¿hoy no me compras dute?

¿ Te acuerdas como nos reíamos todos y como al  bueno de Pinazo se le caía la baba oyendo al inocente querubín expresar su deseo en forma tan comedida y respetuosa?.

Te acuerdas bien de todo esto ¿es verdad?.

Ello siempre ocurría en la siempre fidelísima de la Habana, allá por los años del 1876 ¡ y paso cierto que Madama  Rossina aquella vieja francesa ingertada en catalán que vivía con la familia de Pinazo, solía decirnos á ti que todavía usabas calzón corto, y á mí aquien aun no apuntaba el bozo.

Mirad chicos, este gran granuja de Manolito no morirá en su cama, yo os lo aseguro........

Pues bien.......
 II                                         
Pues bien: hace cerca de tres años, en septiembre de1895 me encontraba en el Camaguey.

Habia ido alli como tu sabes, como diputado por las Villas y estabamos formando la Constitución de la República. La Asamblea trabajaba sin descanso: se habia declarado en sesión permanente y los secretarios echábamos los bofes tomando notas por que no habia taquigrafos. El general Gomez tenia su cuartel general en el mismo punto,  el potrero “Antón”, y nos daban escolta unos mil  ginetes la flor y nata de la caballeria Camagüeyana.

Un dia oimos fuera del edificio donde se  celebraban las sesiones, una gran algazara. Tropel de caballos, vítores, rizas y voces alegres. El presidente mandó a suspender la sesión y todos nos echamos fuera para averiguar lo que ocurría. Pronto lo supimos: era que entraban en el campamento prisioneros que se habia cogido al enemigo en un pueblecito de la Costa Norte y los cuales enviaba el jefe de la brigada a disposición del General en Jefe. Toda la fuerza franca de servicio vino al cuartel general á ver los soldados españoles, que inmediatamente fueron conducidos á presencia de Gómez. Los infelices casi niños en su mayoría, estaban pálidos como cadáveres, creyendo sin duda ,que iban a ser pasto de la antropofagia mambisa”; y por eso aun después que el ilustre caudillo les hizo saber que nosotros no comiamos soldados ni niños crudos, que quedaban en completa libertad para volver a sus banderas ó quedarse con nosotros según quisieran;  aun después de que los asistentes les obsequiaron, de orden del general, con ron y cigarros, todavía ellos revolvían la mirada con azoramiento y estando en la cocina no se atrevían á ponerse el  chafado sombrerillo de yarey.

Bebiendo estaban cuando me acerqué al grupo junto con un oficial del  Estado Mayor que iba  a tomarles el nombre y las generales.

-¿ Hay entre ustedes alguna clase? Pregunto el oficial.

-Si señor-contestaron-Un cabo.

¿Quién es?

Entonces se adelantó un joven alto delgado de mirada inteligente, y dijo:

-Presente-Manuel Pinazo-.

III


-Vamos á ver si puedes explicarnos como diablos es que te encuentro aquí siendo cabo de la infantería española. Prisionero de Máximo Gomez y cubano de nacimiento. Porque yo comprenderia que fueras guerrillero ó movilizado pero ¿ soldado de verdad ? soldado de linea........? Vamos que no le entiendo.

Así le hablaba yo a Manolito por la noche á quien habia hecho un lugar bajo mi tienda. Le habia reconocido que si su nombre; le hablé de su familia y el pobre muchacho se alegró mucho al encontrar alli a un antiguo amigo de su padre.

-Pues mi comandante, la cosa es clara y facil de saber, me dijo- yo senté plaza en la Habana el año pasado á principios de este, al estallar la guerra, fue mi regimiento al  Camaguey y mi compañía  quedó destacada en San Miguel del Bagá. Alli donde hubo la refriega anteayer y donde caimos prisioneros de ustedes.

-Pero tu al sentar plaza en el ejercito tendrías algun motivo poderoso que te  obligara á ello-le objete yo- supongo que no te impulsaria el amor a España ni tu vocación á la carrera militar.......

-No señor ¡ Ca ! Los motivos son otros muy diferentes.
-¿Amores ó amorios?-

-Amores, á  lo menos por mi parte.-

-Te paritó la novia ¿he?- le pregunté bostezando como quien va á oir un cuento por demás sabido.

-No, señor. Me la suplantaron. La cosa mas rara que pueda imaginarse usted.

A ver Manolito, cuentame eso.

IV


-Quedó huérfano  á los doce años-comenzó Manolito-y por mediación de Madama Rossine entré de aprendiz en la litografia francesa de Mr Durand una de las mejores de la Habana, como usted sabe. Allí aprendí el oficio de dibujante-litografo, alli me instrui algo, concurriendo  á las clases nocturnas del Centro Gallego, alli me hice hombre y alli ¡alli ay Dios! Me enamoré.

Me enamoré de la hija del maestro y dueño del taller, una muchacha mas bonita que el sol, como que era y ojinegra, ó rubia remiendada, según decia el carnisero de la esquina, que entre cuello y pechera tenia sus ribetes de poeta.

Criado yo en la casa la habia conocido desde niña y la trataba con cierta franqueza, no mucho que digamos, porque sus padres que eran ricos, la educaban para gran señora y nosotros los aprendices pocas veces subiamos la escalera del piso principal donde vivia la familia de Durand. Cuando ella tuvo diez años se la llevaron al Sagrado Corazón y no salió de alli hasta que cumplió los dieciséis. El dia que abandonó definitivamente el colegio y la vi pasar el zaguán y subir la escalera vistiendo el traje de colegiala me quedé alelado y le di una chupada al lapiz copial que tenia en la mano creyendo que era un cigarro.

Desde entonces todas las figuras de mujer que dibujaba en el papel ó era la piedra litográfica llevaban indefectiblemente las facciones de Laudelina que asi se llamaba ella. Por ahí anda su retrato en cromos y  marquillas, en alegoria de la industria y de la fama.- Alguien del taller hubo de fijarse en el parecido que tenian mis mujeres con la hija del maestro y comenzaron las bromas y el cuchicheo, á tal punto, que Mr Durand hubo de enterarse. Como era hombre de pocas palabras, me llamó una mañana al escritorio, me ajustó mi cuenta, me dio el dinero que alcanzaba y me puso bonitamente de patitas en la calle diciendo que ya no me necesitaba más.

Fui  á dar con mi modesto equipaje a una accesoria  de la Calle de Barcelona y alli me instalé. Por la tarde me dirigí a un café situado frente por frente á la litografia, me hice servir un lager y me puse á contemplar el balcón de la casa de Mr Durand. A eso de las cinco apareció en él la hermosa Laudelina: dirigió la vista hacia el café y me vió. Nos saludamos con una inclinación de cabeza y á los pocos instantes desapareció para reaparecer luego y volver ocultarse mas tarde. Yo no sabia que cara poner ni que posición que aceptar:  Laudelina me parecio cada vez mas bella, mas seductora, queria hablarle, ó por lo menos, escribirle y no sabia de qué manera darle á comprender mi deseo. Por fín, hice un ademán expresión, lo vió ella y se marchó para dentro sin que volviera a salir más.

Me pasé la noche en vela escribiéndole una carta en que le pedia mil perdones por la falta que habia cometido y que ella debia saber cual era: le explicaba mi pesar por haber suscitado el enojo de su padre y le decia que el hecho de haberla retratado inconscientemente casi, no habia ofensa, sino al contrario, el deseo de complacerla y de rendirle, á mi modo, un tributo de adoración y simpatia.

A la tarde siguiente volví al café y me instalé en el mismo sitio con mi pliego en el bolsillo.

A poco de estar alli vi salir a la calle á Rosa la mulata la criada de mano de la familia Durand.

Rosa era una muchacha alta y esbelta y tenia con Laudelina, á la que llevaba dos años un parecido sorprendente. Susurrabase en el taller que era hija de Mr. Durand y asi se explicaban muchos la extraordinaria semejanza entre las dos jóvenes.

Me puse en seguimiento de Rosa y asi que dobló la primera esquina la llamé. Le detuve, me acerqué a ella, y sin andarme por las ramas, le di la carta, recomendándole que no la entregara á nadie mas que á  la señorita. Titubió no poco, pero al fin acepto el encargo y me prometió traerme la respuesta , si alguna le daban, al siguiente dia, en el mismo lugar y hora.

Al otro dia me trajo Rosa una carta de Laudelina. Era un billetico color crema, ligeramente perfumado, con una L. Azul y plata primorosamente debujada y estampada en su extremo superior izquierdo. ¿ Que me decia ?. Pues que lamentaba lo ocurrido:  que por lo pronto no se atrevia á hablar a su padre, pero que dentro de poco tiempo estaba segura que me llamaria nuevamente al taller, toda vez que era difícil encontrar un operario como yo, que era como casi un artista etc. etc.

De este modo comenzó la correspondencia entre los dos. Al principio las epistolas no eran más que narraciones sobre el mismo tema de mi despedida y de mi vuelta al taller. Después me permiti algunas insinuaciones y por último me le declaré en toda regla. Ella hizo como toda las mujeres en idéntico caso:  primero se enfadó, después tomó la cosa á broma y por último me correspondió. Naturalmente, Rosa desempeñaba el papel de correo, de gabinete y lo hacia á las mil maravillas.

Asi las cosas un dia que mi pasión llego al colmo de la chifladura, me decidí a hablarle á  Mr Durand y á  pedirle la mano de su hija.

Me presenté en el escritorio de la litografia, en actitud serena en apariencia, pero completamente turbado internamente. Formulé con mil rodeos mi petición y el viejo francés al oirla se me quedó mirando de hito en hito.

-Está loco-dijo en alta voz y como hablando consigo mismo. Luego cogió un cuchillo de palo y se puso a limpiarse las uñas.

- Y bien ¿qué me responde usted?. Le pregunté yo al cabo de un rato de embarazoso silencio.

-Ya le he dicho que estás loco ¿Piensas que asi, sin mas ni mas, por tu linda cara he de darte á mi hija y con ella el fruto de treinta años de trabajo?

-Pero Mr Durand........

-Que no, y que no.-Largate.

V


Salí de alli convencido de que jamás, por nada  ni por nadie, variaria de parecer Mr Durand.

Yo le conocia bien: en los diez ú once años que estuve en su casa, habia tenido sobrado tiempo de sufrir las inflexibilidades de su carácter y obstinación, que a veces llegaba á ser ridícula.

Me dirigi al café y alli encontré tomando agenjo á Chardón, el maquinista de la litografia. Era un hombre de mediana edad, tuerto del derecho y algo encorbado. Su fuerte era el ajenjo, del  que usaba y abusaba copiosamente;  pero Mr Durand le conservaba en su casa tanto porque era un obrero inteligentísimo como por el paisamazgo. Chardón era  francés tambien, según creo, de Marcella.

-¡Ola, muchacho!-¿Tu por aquí?-me dijo-Ven a tomar de l’ absinthe.

-Gracias no me gusta.-

-Pues empina un cocktail. No me desaires, que el vino, según dicen en mi pueblo, alegra el corazón de los jóvenes remoza el de los viejos.

-Sea-

Y me senté frente al maquinista. Este, sonriéndose y guiñando el ojo dela nube, me dijo en voz baja:

-¿Y que tal de amores?........

-¿De amores?.....-Murmuré yo algo confuso.

-Si hombre, si todo se sabe. Ustedes los enamorados se creen que los demás mortales son ciegos y no saben que aunque sean tuertos como yo, lo ven todo.¿Qué tal te recibio Durand?....
Y el endiablado francés comenzó una serie de preguntas indiscretas, que llegaron á  molestarme a tal punto, que asi se lo hice entender con energia.

-Vamos muchacho, no te enfades por eso-me contestó variando de tono-Tu sabes que te aprecio y que me intereso por ti. En la casa te comprende que has salido contrariado de la entrevista con Durand. Como supongo no irias a pedirle trabajo, sospecho, que fuiste á pedirle la mano, es decir,  la mano de ella.......Sospecho tambien que mi paisano te ha echado á cajas destempladas, porque venias colorado como un langostino cocido, con los ojos bajos, las manos en los bolsillos del pantalón y caminando despacio.......Valla, hombre, veo que he acertado ¿he?.....Ya lo creo! Si tengo un ojo que vale por dos!...........

Yo caso no escuchaba la charla del maquinista. El hablaba sin que yo me fijase en sus palabras; pero cuando dijo llevando la copa á los labios.

-Siempre te queda un recurso para á ese  peñasco de Durand.........

Entonces saliendo de mi abstracción, le pregunté con interés:

-¿Cuál?-

-Robarte la chica-

Y Chardón vació la copa de un solo trago.

VI

¡Un rapto!.....La verdad que no se me habia ocurrido ese medio de obligar a Mr Durand á aceptarme por yerno. Con tal que Laudelina estuviera conforme, yo estaba resuelto á todo. Pero ¿aceptaria ella?. Una joven honesta, educada en un convento donde es de suponer que le habian inculcado los principios de la moral  mas austera, ¿se atreveria a dar aquel paso?......¿Arrastraria con valor el escandalo monumental que su fuga habra de producir?....... ¿Tendría intrepidez bastante para despreciar el que dirán?.......

La idea que me sugirió el maldito Chardón germinaba en mi cerebro, como semilla en terreno abonado. Escribí aquella noche á Laudelina refiriéndole mi entrevista  con su padre, a  la forma grosera  como acogió mi petición y negativa rotunda. Al final le insinuaba mi propósito  de adoptar “una resolución extrema” si ella estaba dispuesta a secundar mi proyecto que no le decia cual fuera. Cuando por la tarde llevé esta carta á Rosa, la mulata me entregó otra de mi amada. Me escribia, en resumen, que su padre le habia preguntado si era cierto que tenia relaciones amorosas conmigo y que, como no pudo negarlo, Mr Durand se habia encolerizado, habia  dicho mil horrores de mi y de ella, terminando por anunciarle que antes de quince dias se embarcaria para Francia. El papel tenia sus borrones como si le hubieran caido lagrimas........ó gotas de agua.

Le contesté aquel mismo dia proponiéndole sin rodeos la evasión. El plan á mi juicio era sencillo y excelente. Una tarde al anochecer, saldria  ella á la calle, vestida con un traje de los de Rosa. Yo la esperaria en un coche de alquiler, en la esquina......y  ojos que te vieron ir.

Escuso decir á U. Que necesité mucho papel y muchos dias para convencer  á Laudelina de que el unico  medio que teniamos  unirnos  “ante Dios y los hombres” era el rapto, la fuga propuesta.

Al fin con  mil condiciones y cláusulas absurdas, se decidió y aceptó.

Llegó el dia señalado y le hablé á un cochero de confianza para que se situara á la hora oportuna en el sitio designado. Yo me sentia nervioso, emocionalmente febril...... Para adquirir aplomo segui el concejo de Chardón, y entrando en el café pedí una copa de cognac. No me sitió el efecto deseado de aquietarme los nervios y darme serenidad y tomé jerez. Repetí dos ó tres veces, porque desde la primera copa noté, que se me ensanchaba el pecho y respiraba mejor. A las cinco horas en que cerraban el taller, se apareció Chardón y tuve que acompañarle á trincar para aplacar sus majaderias. En resumen, que cuando faltaban diez minutos para la hora de la cita y me dirigí al lugar donde debía estar parado el coche, iba borracho, completamente borracho. Por poco hecho á perder el lance, pués le armé bronca al cochero sobre si era  mas tarde ó mas temprano, sobre si era aquel el punto convenido ó no lo era. Por fin entré en el  simón, me sente y .....¿lo creerá usted? Me quedé dormido.

Me despertó  á medias un suave tirón de la manga del pardesús. Entre dos luces ví una mujer que sentaba á mi lado. Era Laudelina que cumpliendo su palabra se habia fugado del hogar paterno y acudia á la cita. Me eché a reir con esa carcajada imbécil del ebrio y grité con voz vinosa:  ¡Arre cochero!......

VII

Llegamos á casa, subió ella la escalerilla de mi cuarto, y yo agarrandome del pasamanos y haciendo pininos en cada escalón, marché detrás.

La habitación estaba á oscuras. Al entrar tropecé con un mueble y cai de bruces. Traté de levantarme y no pude: la cabeza me daba vueltas y sentia un ruido espantoso en los oidos. Quise hablar y no pude porque tenia entumecida la lengua. Hice un esfuerzo supremo por incorporarme y volví a caer pesadamente en el santo suelo. No me acuerdo de más: me quedé dormido como un cerdo.

Serian las seis de la mañana cuando desperté. A la débil claridad que entraba por las rendijas de la ventana, la ví á ella sentada en un balanse,  con la espalda vueltas hacia mi. Tenia el mantón sobre la cabeza, la megilla apoyada en la mano derecha y el codo sobre el velador.- Sentí que me moria de vergüenza, porque la “plancha”que me habia tirado era estupenda, pero al fín mi pasión me sobrepuso á todo. De un salto caí de rodillas á los pies de la hermosa, le cogi una mano entre las mias y bajando la cabeza solo acerté á decir:

-¡Perdón, alma mia, perdón!

-¡Borrachin!-Murmuró ella haciendo un gesto de desprecio.

¡Ah!Aquella voz, aquella voz......

Alce la vista y me quedé estupefacto.

Aquella mujer no era Laudelina: era la mulata Rosa.

VIII

¿Cómo y cuando se habia efectuado el cambio?. ¿Qué juego de cubilete era aquel?....... Habia despertado ó me hallaba aún bajo el influjo del alcohol?......

Rosa me esplicó todo. Por el extravio de una carta mia se enteró Durand de mi proyecto de raptar á Laudelina y preparó ccomo un gran tramoyista aquella escena teatral de la suplantación y cambio de personajes.- Ella, Rosa, apretada y amenazada por el francés, se habia prestado á la farsa para salvar á la señorita, y sospecho que tambien por ganarse algunos centenes de camino. Chardón, cómplice de su paisano, me había emborrachado ex profeso y mi necedad é inexperiencia habian completado la obra, cuyo epílogo era que aquel mismo dia, embarcaba Durand con su hija para Francia.

He aquí, mi comandante, el motivo porque, avergonzado senté plaza en el ejercito español hace un año, , antes de estallar la guerra, y hoy me ve Ud. siendo cabo de infantería de linea y prisionero de Máximo Gomez.

-Quédate con nosotros-le dije- Ya sabes que damos un ascenso á los prisioneros y desertores que  quieran pelear en nuestras filas.

-Imposible- Me dijo- Hoy soy inconscientemente traidor á mi patria pues me batí á favor de España...... Si vengo con Ud., entonces seré traidor á la bandera que he jurado, y yo soy un hombre de honor, aunque solo sea un oscuro soldado.

Le di un apretón de manos al noble muchacho, me tendí en la hamaca y aquella noche, vi en sueños á Chardón; á Durand, á Madama Rossina y á Rosa, que bailaban un cancán singular, lúgubre y grotesco  al mismo tiempo.

IX

Tres meses después de aquel dia , se libraba en las villas el tremendo combate de Mal tiempo, tan desastroso para las armas españolas como desiciva para los cubanos, puesto que habrió  de par en par las puertas  á la Invasión de Occidente. La brigada Zayas, á la que yo pertenecia, aun cuando forzó la marcha, no pudo incorporarse al grueso de las fuerzas revolucionarias sino una hora después de terminada la acción. Llegamos á los precisos momentos en que el General Gomez reconocia el campo de batalla, y fue un acto conmovedor aquel en que el viejo caudillo ardiente de gloria  abrazando al bravo Zayas le decia:

-Abrazo en usted, brigadier á  todos los intrépidos villaclareños.

De los cañaverales y maniguas que nos rodeábamos salian gritos de angustias: eran los soldados españoles que habian quedado heridos y clamaban por su madre ó pedian el cuartel que ya se les habia otorgado. En las guardarrayas, en los senderos, aquí, y allá, bajo los matorrales, muertos y mas muertos, casi todos á machete, con tajos tremendos en la cabeza, en los brazos ó en las espaldas. En determinado lugar, donde una compañía española formó grupo contra caballeria, la sangre habia corrido y se habia cuagulado á lo largo de un trillo que bajaba á una cañada.

Sobre una eminencia del terreno, destacabase la magestuosa figura de Maceo á caballo, rodeado de su Estado Mayor examinando con curiosidad la bandera del Batallón de Canarias, un bello trofeo de guerra, que acababa de entregarle un oficial oriental.

Detrás de el formando pirámide el botin del combate: doce mil cartuchos;  ciento cincuenta armamentos y las vituallas que cargaban doce acémilas.

Me llamó la atención un grupo  de patriotas que formaban coro cerca del Cuartel General. Me dirigi á aquel y pude ver que en el centro del grupo habia un español muerto. El infeliz tenia dos tremendos machetazos en el cuello, uno á cada lado, “corte de cuña”, que dicen los guajiros. Por las insignias y por el uniforme reconocí un sargento de infantería.

En los bolsillos de la guerrera y en el (....), habianse hallado algunos papeles y un libro de memorias. Un insurrecto leyo en alta voz la primera página: “Diario de sargento Manuel Pinazo”......

-¡Manolito!- exclamé yo. Y echando pie a tierra me incliné sobre el inanimado cuerpo.

Era él, no me quedaba dudas.......















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