jueves, 20 de octubre de 2016

La Bayamesa: un canto al decoro cubano




Recuerdo vivamente los sentimientos personales en relación con Carlos Manuel de Céspedes y el Mayor General Pedro Figueredo expresados por el compañero Fidel. Del primero, en su memorable discurso del 10 de octubre de 1968, en ocasión del centenario del inicio de la gesta independentista, quedó una definición abarcadora y absoluta: «…lo que engrandece a Céspedes es no solo la decisión adoptada, firme y resuelta de levantarse en armas, sino el acto con que acompañó aquella decisión —que fue el primer acto después de la proclamación de la independencia—, que fue concederles la libertad a sus esclavos, a la vez que proclamar su criterio sobre la esclavitud, su disposición a la abolición de la esclavitud en nuestro país».

Gran verdad que encierra la comprensión dialéctica de un proceso político de sólida continuidad: «Nosotros entonces —aseguró ese día— hubiéramos sido como ellos; ellos hoy hu­bieran sido como nosotros». Fidel halló razones suficientes en el acto audaz y simbólico de aquel 20 de octubre de 1868 para suscribir un decreto ley fundamentado en la interpretación pública del Himno Nacional en la ciudad de San Salvador de Bayamo, devenida capital de la insurgencia patriótica.

La participación popular mostró una unánime sintonía con aquella estructura musical y poética que al decir de la Doctora María Teresa Linares «sigue el patrón rítmico de una marcha, está dividido en dos partes que se complementan en la música desde el punto de vista melódico y formal». El texto «en estrofas de cuatro versos decasílabos corresponde a las estructuras que se usaban en el siglo XIX para las canciones» ya criollas. De manera excepcional, en una obra lograda se reunieron los valores fundamentales de la cultura cubana.

Es cierto que el Doctor Figueredo, nacido en Bayamo en 1818, abogado y notable animador de la vida intelectual entre sus contemporáneos tenía como afición cultivada el amor a la música, de lo cual hallamos antecedentes en su condición de miembro y partícipe de la sociedad La Filarmónica, en Ba­ya­mo, ciudad que junto a Manzanillo mostraba una asombrosa actualidad de los hechos relevantes en la cultura mundial. Allí confluía con hombres del mundo del arte y la literatura como Juan Clemente Zenea, José Joaquín Palma, José Fornaris y José María Izaguirre.

No era precisamente un músico pero había afinado pianos para pagarse sus estudios y poseía los rudimentos necesarios como compositor. Mucho debe haber influido su conocimiento del patrimonio sonoro universal que creció en sus estancias europeas. Me decía el anciano maestro Manuel Duchesne Mo­rillas, quien fuera director de la Banda Municipal de La Habana, que en nuestro Himno hay algo de El Barbero de Se­villa, la ópera de Gioachino Rossini y desde luego, de los vigorosos acordes de La Marsellesa, el glorioso cántico de la Re­volución Francesa de 1789.

Evocábamos además, que al crear su magistral Obertura romántica en 1812, Pyotr Ilyich Tchaikovsky incorporó en la épica composición del tema de la batalla de Borodino los aires del himno nacional del imperio ruso y de La Marsellesa, al abordar el drama sonoro de la batalla del río Moscova que enfrentó a la Grande Armée francesa bajo el mando de Napoleón I de Francia y al ejército de Alejandro I de Rusia.

En su versión original, nuestro himno —identificado también como La Bayamesa— se escuchó por vez primera en la festividad religiosa del Corpus Christi, en la Iglesia Parroquial de Bayamo, el 11 de junio de 1868, durante la Misa solemne y procesión popular. Figueredo le había entregado con anterioridad la partitura a Manuel Muñoz, director de la orquesta de la Iglesia Mayor, para su arreglo instrumental.

No olvidemos que la monarquía española se consideraba y de derecho pontificio lo era, católica. El capitán general, por ende, era el vicerreal patrono de la Iglesia y las autoridades lo­cales militares y civiles comparecían en las fiestas y ceremonias solemnes. No es de extrañar que al escucharse aquella me­lodía le surgiese la interrogante al coronel español Julián Udaeta, Go­bernador Militar de esa Plaza, de que más parecía marcha militar que himno piadoso.

Se conspiraba en Bayamo y en otras localidades del centro, Oriente y Occidente de Cuba. Y entre el grupo de los liberales más conspicuos, masón de grado, se encontraba el Dr. Fi­gue­redo. El 20 de octubre, rendida la plaza después de un apasionante asedio, Céspedes, en su condición de líder del movimiento, ofreció una capitulación con honor al coronel Udaeta y atrajo al seno de la insurgencia a Modesto Díaz, el exoficial dominicano devenido servidor de la milicia realista. Este llegaría a ser en su ejecutoria posterior el incapturable guerrillero que tendría por orgullo el apelativo de Jabalí de Oriente.

Al adentrarse en Bayamo el recién estrenado Ejército Libertador, no lejos del atrevido caudillo que había dado la libertad a sus esclavos y proclamado el derecho a la emancipación y al ejercicio pleno de la libertad para todos los cubanos, marchaba el Dr. Figueredo. Se dice que el día 20, mientras festejaban la toma patriótica de la villa, sobre la montura de su caballo Pajarito iba Perucho componiendo el poema de su memorable e inmortal Ba­ya­mesa, cuya melodía ya tarareaba la multitud: Al combate corred bayameses que la patria os contempla orgullosa… Y no lejos de él, atraía poderosamente la atención su hija Candelaria, abanderada de la tropa, jinete de bata blanca, llevando el gorro frigio y los atributos de la bandera de Cuba.

Céspedes entraría en la Iglesia Mayor bajo Palio, el dosel bordado sostenido por seis varas de plata a cuya sombra ingresaba siempre la máxima autoridad y asumió el título provisorio de Capitán General del Ejército Libertador de Cuba. Allí se escucharía el Te Deum, canto de gratitud al altísimo y de victoria, solo entonado en contadas oportunidades, y más tarde, sobre las gradas que preceden a la puerta principal de lo que es hoy la catedral de aquella ciudad, el coro reforzado por miles de voces populares interpretó por vez primera nuestro Himno.

Al Dr. Figueredo el destino le depararía duras pruebas. Su vida como hombre de gabinete no era la de su mentor y amigo Céspedes, jinete y esgrimista, hombre temible en el uso del arma de fuego probada en la caza o el duelo. Era Perucho un ser reflexivo, cuyos ojos en el retrato que conservamos, obra del maestro santiaguero Federico Martínez, aparecen brillantes pero marchitos por la lectura y el estudio. No soportaría los rigores de la guerra. Enfermo le capturaron y sus sentimientos fueron los mismos de aquella proclama que dirigió al pueblo bayamés en octubre de 1868: «Yo me uniré a Céspedes y con él marcharé a la gloria o al cadalso».

Lo acompañó en lo primero y le precedió en la muerte. Fue fusilado descalzo, en un matadero de animales al que llegó por sus propios pies ulcerados, exhausto pero inamovible en sus ideas independentistas, el 17 de agosto de 1870, en Santiago de Cuba. Yace en una fosa común jamás identificada pero su nombre permanecerá perennemente unido al de su obra ma­yor, nuestro Himno. Ante su efigie y su memoria han de in­clinarse con la cabeza descubierta los cubanos de todos los tiempos.

La versión del bello cántico que entonamos hoy la debemos también al Apóstol José Martí, quien publicó la letra y una variante musicalizada por Emilio Agramonte, en la edición del periódico Patria, el 25 de junio de 1892, con la sentida esperanza de que lo entonaran enardecidos «todos los labios y lo guardaran todos los hogares (…), el himno en cuyos acordes, en la hora más bella y solemne de nuestra patria, se alzó el decoro dormido en el pecho de los hombres».

Tomado de Cubadebate


O Cuba o Washington

 
Palabras en la inauguración en la Fiesta de la Cubana, en Bayamo.

Campo militar o sitio de labranzas y ganado, centro del comercio o jurisdicción administrativa, en la bonanza o en la ruina, el destino de cada comunidad en la Cuba colonial era ajeno a su voluntad. El colonialismo, ese crimen mayor a escala planetaria cometido por la expansión del sistema capitalista, mandaba en todo, desde la invocación eclesiástica oficial que precedía al nombre de la ciudad de Bayamo hasta las limitaciones o prohibiciones que se aplicaban a los individuos de castas consideradas inferiores.

Como todo orden de dominación, el colonialismo tiene sus leyes. Una colonia no tiene historia propia, sus nativos son eternos niños, sus recursos pertenecen a la metrópoli, que puede esquilmarla, imponerle los tributos que desee e implantar las formas más salvajes de explotación en ella. Esto último sucedió en Cuba con la esclavitud masiva del siglo XIX, un millón de personas traídas en ochenta años. Sobre la explotación más despiadada de su trabajo y la opresión y humillación permanentes se levantó la colosal riqueza de la colonia de Cuba.

Así era gobernada Bayamo, como todo el país. Pero una lenta y dilatada acumulación de rasgos específicos estaba formando en la isla una comunidad que podía llegar a ser nacional. Sin embargo, ella no era suficiente por si sola. Diferentes acciones y formas de resistencia de los hijos del país le fueron añadiendo a la identidad naciente un costado de negación del dominio y del derecho del otro, que se volvía extranjero en la medida en el que el criollo se volvía cubano. El abuso, la represión y la soberbia condujeron al rechazo y el rencor, pero eso tampoco era suficiente. Tuvo que aparecer la necesidad de rebeldía, y con ella la de darle organización y sentido. Esos dos rasgos convirtieron al prófugo, al campesino pobre, al bandolero y al apalencado, unidos al señor criollo local ofendido, díscolo y conspirador, es decir, a sectores y gentes nunca antes reunidos, en los sujetos que se unieron para una empresa común, nunca antes vista. Hace ciento cincuenta años, el oriente de Cuba hervía en desobediencias, y cientos de personas estaban al margen de la ley. Pero faltaba la conversión de la subversión o el motín en una rebeldía detonada con un fin preciso, que convirtiera la actuación en falange combativa y la pasión en ideales expresos. Faltaba la revolución.

Aunque fuera doctor en leyes y propietario de fábrica con esclavos, hombre culto, buen jinete y amigo del arte, Carlos Manuel de Céspedes era un colono más. Su carácter firme y sus ideas avanzadas lo hicieron líder local de conspiradores, uno entre los posibles directores. Pero su determinación personal era superior, y en la hora singular supo comenzar a labrar su grandeza. Él pronunció la primera frase de la leyenda mambisa: “España nos parece grande porque la miramos de rodillas. Levantémonos”.

El 10 de octubre de 1868, Céspedes inauguró la política revolucionaria cubana y llamó al pueblo a pelear, con la misma campana, por la libertad y por la justicia. Aquella acción destrozó los imposibles y creó una nueva realidad. En esos diez días que van de La Demajagua a la toma de Bayamo, Céspedes abrió la brecha para que insurgiera el pueblo, y para que todo el que ansiaba ser rebelde pudiera convertirse en soldado y en ciudadano, en revolucionario.

Después que acontecen, los grandes eventos históricos se pueden enunciar fácilmente, y hasta pueden parecer fáciles al pensamiento pequeño, el que cree que siempre sucede solamente lo que debe suceder. O al que cree que esos acontecimientos deben sujetarse a un esquema, a camisas de fuerza de la Historia manejadas por doctores incapaces de cometer ninguna locura. Al pie mismo de unos hechos en lugar remoto, el adolescente habanero José Martí, que ya conoce bastante de imposibles, sabe que lo que sucede en Bayamo parece un sueño. Por eso escribe: “No es un sueño, es verdad. Grito de guerra / lanza el cubano pueblo enfurecido / el pueblo que tres siglos ha sufrido / cuanto de negro la opresión encierra.” A Martí, tan lejos y tan pobre, lo iluminaba la luz de Yara, porque en tiempos de revolución la luz no se propaga de manera uniforme. Y una semana después de la quema gloriosa de esta ciudad por los revolucionarios, el joven escribe la frase que será definitoria para toda la época que apenas se inicia: “O Yara o Madrid”.

Céspedes liberó a sus esclavos la primera mañana, pero la justicia tuvo que abrirse paso frente a los obstáculos provenientes de su propio campo. La independencia y la abolición tuvieron que fundirse en un solo propósito, y la libertad personal y la ciudadana, reunidas, asumir la forma de gobierno republicana. Los revolucionarios tuvieron que volverse superiores a ellos mismos, y no solo a sus circunstancias. La guerra fue la fragua tremenda en la que se lograron los prodigios necesarios, y ella se alimentó con los sacrificios, el heroísmo y la constancia de muchos miles de hombres y mujeres.

Dar la vida, pasar hambre y escasez de todo, combatir, todas las formas de la entrega y el altruismo se hicieron cotidianas. La bandera de la estrella solitaria se volvió sagrada, y la marcha, el campamento, el héroe, el amado y la amada, la jornada de sangre y de muerte, se expresaron en canciones. Cuando todo se condensó para sobrevivir, escoger lo vital y ganar fuerzas, el himno de Bayamo se quedó en ocho versos guerreros que invitan a pelear, retan a la muerte necesaria y prometen vida eterna. Próceres y pobres de todos los colores aprendieron que era la revolución la que le daba probabilidades de éxito a sus luchas y sus anhelos más sentidos. Y lograron sentirse hermanos mientras compartían todas las vicisitudes. En la guerra revolucionaria nació la identidad nacional cubana, con su contenido y objetivos populares.

La historia ha sido nuestra maestra, y en esta región nos dio sus primeras lecciones. Más de ochenta años después, buscando en aquella gesta fuerzas para asaltar el futuro, los niños cantaban, poco antes de arrancarse los juegos de un tirón: “que Bayamo fue un sol refulgente / donde puso el cubano valiente / muy en alto el pendón tricolor”. Y en La historia me absolverá, el joven rebelde Fidel reivindicaba el abolengo patriótico de Oriente, donde, decía: “se respira todavía el aire de la epopeya gloriosa” y “cada día parece que va a ser otra vez el de Yara o el de Baire”.

El discurso de Fidel en el centenario del 10 de Octubre, en La Demajagua, es una pieza maestra para la comprensión de nuestra historia. Escojo una de sus tesis y lo cito:

“Si una revolución en 1868 para llamarse revolución tenía que comenzar por dar libertad a los esclavos, una revolución en 1959, si quería tener el derecho a llamarse revolución, tenía como cuestión elemental la obligación (…) de liberar a la sociedad del monopolio de una riqueza en virtud de la cual una minoría explotaba al hombre (…) Suprimir y erradicar la explotación del hombre por el hombre era suprimir el derecho de la propiedad sobre aquellos bienes, (…) sobre aquellos medios de vida que pertenecen y deben pertenecer a toda la sociedad”.

La historia sigue siendo maestra, pero ahora trae consigo una gigantesca cultura de liberación acumulada. De Céspedes a Fidel hemos crecido y aprendido tanto, que ya nunca más podrá engañarnos el capitalismo, y frente a cualquier ropaje con que se presente sabemos desnudarlo y barrerlo. Y nuestra patria ha crecido tanto, que lo que fue Yara hoy es Cuba, y Cuba es mucho más que una isla liberada.

El antagonista en el mundo actual también es mucho más grande y poderoso, cuenta con inmensos recursos materiales y una cultura ubicua, muy capaz e incluso atractiva, que es su arma principal en esta fase de su guerra contra Cuba. Pero es el mismo enemigo de que este país pudiera ser independiente desde hace doscientos años, el mismo que truncó la gran revolución libertadora hace 118 años e impuso su dominio neocolonial, el que ha hecho todo lo que ha podido contra este pueblo desde 1959, el águila rapaz, grande en el crimen y en la inmoralidad. Aspira a debilitarnos y dividirnos, a reclutar cómplices y acabar con la sociedad que hemos creado entre todos y con la soberanía nacional.

El desafío, entonces, es del mismo carácter que cuando era o Yara o Madrid, y la disyuntiva vuelve a ser tajante. Ahora es: o Cuba o Washington.

Y en el recuento de los que ya estamos acostumbrados a pelear juntos forma en las filas la luz de Yara, y se reúnen en Bayamo, sitio sagrado de la patria, las artes y las ideas, los homenajes y los sentimientos, el clarín que llama y la decisión revolucionaria. La canción mayor en la voz de todos, el himno en la voz del pueblo. Y como faro y guía, la bandera del triángulo rojo y la estrella solitaria.

Tomado de Cubadebate.


lunes, 3 de octubre de 2016

Sancti Spíritus, radiografía de la reconcentración.

La contienda militar reiniciada el 24 de febrero de 1895 por la independencia en Cuba,  a diferencia de la primera logró materializar las aspiraciones de poder llevar al escenario de toda la isla la guerra; tal situación creó las condiciones para la supremacía insurrecta en el campo, principal escenario de las batallas.

La invasión inconclusa en la guerra(1868-1878) grande se hizo una realidad sembrando la inestabilidad y la zozobra en el mando español ante una  inevitable pérdida de la “perla de las Antillas”. La rapidez, empuje y victorias continuas del Ejército Libertador en batallas tan importantes como la de Mal Tiempo-que abrió las puertas de la invasión a occidente-, y Peralejo, entre las más importantes, determinaron un cambio de estrategia en el mando militar español sobre la guerra.

Imposibilitados de poder dominar la situación militarmente, concentradas las fuerzas fundamentalmente en poblados y ciudades; la opción española se encaminó a debilitar drásticamente las fuentes de aprisionamiento del campo mambí de recursos humanos y materiales.

Propuso entonces Arsenio Martínez Campo, gobernador y capitán general un modo de poder cortar las fuentes de abastos al campo insurrecto. Tal estrategia fue conocida como la reconcentración, que no era otra cosa que dejar despoblado los campos de la isla a través de un proceso masivo de traslado de sus habitantes hacia los núcleos poblacionales bajo control del ejército español, como única alternativa de poder aislar y definitivamente debilitar al Ejército Libertador. 

Para  estos fines el gobernador y capitán general propuso que fuera llevada a cabo por Valeriano Weyler, al que consideraba el hombre adecuado para ese fin. 

Iniciada la reconcentración el 16 de febrero de 1896 a través de diferentes bandos, sus escenarios abarcaron diferentes poblados y ciudades principales de Cuba. La masiva operación de traslado llevada a cabo a toda costa, a cualquier precio y sin cálculo alguno de sus consecuencias, vino a engendrar uno de los más dramáticos episodios de la guerra, un genocidio sobre la población civil. 

Documentos del Archivo Histórico de Sancti Spíritus, nos muestra cómo fue llevado a cabo ese proceso en la cabecera de la jurisdicción.

“Relación nominal de las familias reconcentradas en esta Cabecera con exposición de las edades y domicilio de las mismas, que tienen derecho al suministro de la ración de la etapa conforme á lo dispuesto en el bando del Excelentísimo Sor. Gobernador y Capitán General de esta Isla fecha 13 de Noviembre de 1897”.

Documento original manuscrito de la Alcaldía Municipal de Sancti Spíritus. 

Fondo Ayuntamiento. Relación de las familias reconcentradas en esta cabecera con derecho a la ración de la etapa.  Archivo Histórico Provincial. Sancti Spíritus.

Legajo 163. Expediente 1837(compuesto de 101 folios). 

Firmado por el alcalde Municipal Manuel Sánchez Marín el 17 de diciembre de 1897.

Según el resumen del documento aparecen:

3 217 reconcentrados

Menores de 14 años, 1 716

Mayores de 14 años, 1 501.

Reconcentrados en viviendas:

En la calle Gloria con el número 59 estaban reconcentradas 10 personas, de ellos 5 adultos, todas mujeres; y 5 niños, 2 hembras y tres varones. La edad de las mujeres adultas estabacomprendida entre los 40 y 60 años. Pertenecían a una misma familia de apellido Bell.
En la misma calle pero con el número 44 existían 10 reconcentrados, 5 mujeres, cuyas edades comprendían los 16 y 72 años. 9 niños, 4 hembras y un varón. Pertenecían a una misma familia de apellido  Echemendía.

También en el número 50 de la misma calle estaba reconcentrada la familia Guevara, compuesta de 7 miembros. Dos adultos, José Guevara Castillo de 51 años y Antonia González de 50. El matrimonio tenía 5 hijos entre las edades de 8 a 15 años, de ellos 3 eran hembras, el resto varones.

Un total de 7 viviendas de esa calle tenían reconcentrados.

En la calle San Telmo un total de 8 casas albergaban reconcentrados. En la casa con el número 7, albergó reconcentrados de varias familias: de apellido Noriega 3; Carmona, 5; Brisuela, 1, y Palmero 4, para un total de 13. Las edades comprendían desde un niño de 8 meses hasta los 40 años en ambos sexos. Niños y adolescentes, 5.

En la Calle Santa Guevara fueron reconcentrados:

En la casa con el número 1, 3 personas
Número 14, 5 personas.
Número 24, 7 personas
Número 26, 6 personas
Número 32, 13 personas (en esta, todas de la familia Díaz, cuyas edades comprendían desde un niño de 3 meses, hasta una anciana de 70 años).
Número 10, 10 personas (con dos familias de apellidos, Martínez y Romero).
Número 37, 11 (de la familia Pentón, en ella se encontraba el reconcentrado más viejo de la cabecera municipal, Manuel Pentón, de 85 años).
Número 44, 8.
En la calle Santa Ursula existían reconcentrados en las viviendas marcadas con los números: 11, 12, 14, 21, 23, y 26.

En esta calle fueron utilizado además dos cuartos como albergue, en uno de ellos con 7 personas, el otro con 13. Del total (20), 13 eran niños y adolescentes. Existían solo 4 personas adultas comprendidas entre las edades de 35-55años.

En la calle San Ignacio en las casas: 1 y 3
Calle San Eugenio: casa con el número 1.
Calle San Andrés: en la casa con el número 5
En la calle Santa Brígida: en la casa con el número 1.
Calle Santa Bárbara: 12 reconcentrados en una vivienda.
Calle Nazareno: 3 viviendas con 21 reconcentrados.
Calle Nueva: una vivienda con 2 reconcentrados.
Calle Santa María: 7 viviendas con 39 reconcentrados.
Calle Príncipe: 56 reconcentrados en9 casas.
San Alejo: 4 reconcentrados en una vivienda.
Calle Santa Lucia: 37 reconcentrados en 6 viviendas.
Calle Raimundo: 5 reconcentrados en una vivienda.
Gutiérrez: 15 reconcentrados en una casa.
Calle Rosario: 17 reconcentrados en 2 viviendas.
Calle Real: 181 reconcentrados en 31 casas.
Calle San Francisco: 210 reconcentrados en 33 viviendas.
Calle Juan de Dios: 7 reconcentrados en una vivienda.
Calle San Gonzalo: 11 reconcentrados en dos viviendas.
San Vidal: 24 reconcentrados en 5 viviendas.
Calle Pico: 4 reconcentrados en una vivienda.
Calle Silva: 29 reconcentrados en 5 viviendas.

Calle Bayamo: 166 reconcentrados en 26 viviendas (incluye una vivienda de guano con 7 reconcentrados. En la casa con el número 111 existían 17 reconcentrados, de los cuales 11 eran niños y adolescentes.

Santa Inés: 49reconcentrados en 7 viviendas.
San Carlos: 15 viviendas con  21 reconcentrados.
Calle San José: 48 reconcentrados en 8 viviendas.
Calle Buenavista: 35 reconcentrados en 7 viviendas.
Calle San Vidal: 8 reconcentrados en una vivienda.
Calle San Joaquín: 40 reconcentrados, de ellos 12 niños y adolescentes, de éstos, 5 eran huérfanos. Todos en una 6 vivienda.
Calle Santa Teresa: 9 reconcentrados en una  vivienda.
Calle San Miguel: 21 reconcentrados  en 4 viviendas.
San Agustín: 20 reconcentrados en 4 casas.
Calle Paula: 6 reconcentrados en una vivienda.
Calle San Rafael: 88 reconcentrados en 14 viviendas.
Calle Gutiérrez: 274 reconcentrados en 45 viviendas.
Calle del Socorro: 47 reconcentrados en 9 casas.
Calle Real: 150reconcentrados en 27 viviendas.
Calle Tacón: 90 reconcentrados en 16 viviendas, dos de ellas eran de ranchos de guano.
Cádiz: 60 reconcentrados en 7 viviendas.
Calle Sol: 19 reconcentrados en dos viviendas, una de ellas era de guano.
Tenor: 23 reconcentrados en 5 viviendas.
Calle San Luis: 24 reconcentrados en 3 viviendas.
San Arcadio: 43 reconcentrados en 12 viviendas.
San Cristóbal: 24reconcentrados en 4 viviendas
San  Vicente: 25 reconcentrados en 5 viviendas.
Sobral: 44 reconcentrados en 7 viviendas.
Calle Santa Ana: 73reconcentrados en 13 viviendas.
Calle Palma: 7 recentrados en una vivienda.
Pavia: 18 reconcentrados en dos viviendas.

Reconcentrados en portales:

En los de la Segunda Avenida, 6, de ellos, 3 eran niños, y un anciano de 75 años llamado Manuel Aquino Pérez.En los de la Tercera Avenida, 4.En el Paseo, 2.

Barracones de guano:

13 familias reconcentradas, con 69 personas. De ellas 40 eran niños y adolescentes; 4 con 60 años o más.

Acueducto: 9 reconcentrados, tres estaban comprendidos entre 3 y 15 años.

Reconcentrados en tejares:

Tejar de Ricardo Cadena:
Fueron reconcentradas 11 familias, llegando la cifra a 84 personas, de ellos, 4 niños menores de un año, y 56 niños y adolescentes. Existía además un reconcentrado sin familia, Eligio Oropeza Vélez, de 85 años.Tejar de Prisciliano Marín:
27 familias reconcentradas, para un total de 184 personas, de ellas, 4 niños menores de un año, 109 niños y adolescentes, y 6 ancianos con 60 años o más.
Tejar de Figueroa:
19 reconcentrados que pertenecían a tres familias, de ellos 9 niños y adolescentes.
Tejar de Bartolomé
24 reconcentrados, de ellos 21 niños y adolescentes. Dos con más de 60 años.
Tejar de Velázquez:
89 reconcentrados, de ellos, 41 niños y adolescentes. Dos mayores de 60 años.
Tejar de E. Marín:
13 reconcentrados, de ellos 7 niños y adolescentes.
Tejar de P. Gutiérrez:
3 reconcentrados, 2 eran niños.
Tejar de Miguel Valdés:
12 familias reconcentradas, total de personas, 62. De ellas 38 niños y adolescentes.
Tejar de Ballesta:
10 reconcentrados, de ellos 6 adolescentes y niños.

Más de 80  familias fueron reconcentradas en 10 tejares; existiendo en ellos 995 personas, de ellas, 8 niños con menos de un año, 363 niños y adolescentes, y 15 de 60 años o más. El 36,4 % de los reconcentrados en estos lugares correspondieron a niños y adolescentes. El 30,9 % del total de reconcentrados declarados por la Alcaldía se encontraba en tejares.
Tejar de Tomás Valdés.
27 familias reconcentradas, 136 personas, 74 eran niños y adolescentes.

Ingenio Toribio:

35 reconcentrados, de ellos 20 niños y adolescentes. Mayores de 60, solo uno.

Ferrocarril

25 reconcentrados, de ellos 10 eran niños y adolescentes.
Observaciones:

A 3 reconcentrados en una vivienda no se le puede determinar la calle donde residían  (folio 43 vuelta). Otros 3 en otra vivienda (folio 50).

Datos finales:

Menores de un año, 52, el 1,6 %.

De modo general el 40, 3 % de los reconcentrados estaban comprendidos entre las edades de 0 a 10 años, la cifra más alta, si a esta cifra se le añade los adolescentes, corresponde entonces el 52,9 %.

En las edades comprendidas entre 16 a 59 años, 34, 9 %.

El resto compuesto por reconcentrados de 60 o más años.

Notas

No aparece la edad de Altagracia Ríos (folio 32).
La edad de María García se encuentra comprendida entre los 11 y 19 años, sin poder determinar con exactitud el año (folio 50 vuelta).