lunes, 17 de abril de 2017

SUGERENCIA: DOCUMENTAR LA HISTORIA REGIONAL

Luis Machado Ordex a la derecha. Carlos S. Coll a la izquierda.

Por Luis Machado Ordetx

Las Actas Capitulares del Cabildo de Santa Clara, a partir de 1689 con la fundación de la jurisdicción y las anotaciones de un siglo después, acentúan la mirada hacia la identidad cultural e histórica de la localidad.

Santa Clara y su historia “antigua”, o menos cercana en el tiempo, asombran. Los pasajes menos manoseados tienen urgencia de reclamos e interpretaciones explicativas. Muchos permanecen ocultos en papelerías fundacionales de tres siglos atrás. Todos precisan de detalles y argumentaciones. Al contextualizarlos tienden un puente dirigido hacia el presente y su contemporaneidad: fundamentan cómo se formó la manera de pensar con cierta irreverencia en el coterráneo forjado en estas tierras.

Desde esa óptica se penetra en acontecimientos referidos a la idiosincrasia y la identidad cultural. Son dos fenómenos que transitan juntos en el epicentro psicológico de lo después denominado como cubano. Es vital la manera de escarbar, o de inquirir, en lo encubierto. Constituye, por tal razón, el signo de una hermenéutica, o de un inequívoco y plausible cimiento de definición.

Por fortuna hay una avalancha sostenida en repasos diferentes. Todos tienden a los detenimientos previos a esas edificaciones que ahora ofrecen afeites transformistas, o cuando apenas por entonces constaban los inexistentes espacios jurisdiccionales. En tanto llegaron las huellas  histórico-culturales desplazadas, allá en 1607, hacia  la primera división político-administrativa colonial.

La Isla, entonces, fue fragmentada en dos gobiernos, uno radicado en La Habana, el rector, y otro de guerra, en Santiago de Cuba. Todos eran dependientes de la Audiencia de Santo Domingo, mientras la jurisdicción de San Juan de los Remedios del Cayo, la progenitora de la futura región logocéntrica y mediterránea de Santa Clara, quedó excluida de un acatamiento específico.

Años después, en 1621 se corrigió el error, y se agregó a La Habana. Sin embargo, no hubo cotos al  “libertinaje” que propagó la manera de ser y actuar de los vecinos al amparo de un Cabildo que efectuaba “reuniones” y “tomaba” decisiones a su antojo. No fue hasta 1827 que Dionisio Vives, el Capitán General, organizó el Departamento Central, subordinado desde Trinidad a La Habana. 

En 1851 viene otra ocurrencia a la demarcación. Gutiérrez de la Concha, el Capitán General, decidió que la parte céntrica de la Isla se uniera a la occidental. Los cambios, por supuesto, afianzaron una manera de deliberar en el libre albedrío. Fue un laissez faire, como “dejar hacer” en la composición  político-económico. El pensamiento de los decisores de Santa Clara, ya fragmentada antes en territorios correspondientes a las jurisdicciones de Cienfuegos y Sagua la Grande, se acentúo hacia las “periferias” y el anhelo imposible por los ámbitos marítimos.  

Con los Conflictos de identidad (Capiro, 2017), de Carlos Santiago Coll Ruiz, hay un paso, tal vez otro, en el anuncio a la sostenida irreverencia y el sentido contestatario de los nacidos en la localidad. Surge un “poco caso” a disposiciones y ordenanzas impuestas por las autoridades españolas. Un ímpetu de individualidad se imputó a Santa Clara, un territorio en el cual siempre se “rumió” en consolidarlo al exterior. Hubo una alarma en la pugna con todos los contrarios.

De un lugar, Remedios y el hálito que trajeron las familias fundadoras,  jamás podrá desprenderse el sueño. Nadie negará que se corresponda con el desgajamiento que suscitó hacia el interior, tierra adentro, como advierte el investigador.

Años duraron. El 15 de julio de 1941, Santa Clara inauguró la Avenida San Juan de los Remedios, ruta después de muchos nombres. Ahora la inscripción, en relieve, en placa de madera embadurnada en cuanta pintura existe en construcción pública, está escondida. Entonces fue  cuando el acercamiento entre ambos pueblos marcó un sentido más perfectible en los decisores gubernamentales.

Todavía la “lámina” permanece dormida. Cuando se rememora el encuentro, allá en el Puente de La Cruz, los congregados en la celebración posterior a la llegada del aniversario 300 de la  ciudad, apenas echaron un vistazo o compensaron un diálogo con el letrero. Creo, incluso, que muchos jamás han mirado hacia allí.

Es como lo no existente. ¿Será sentido de audacia, desconocimiento, y hasta indiferencia? No, sencillamente de inconsistencia por un fragmento de nuestra  historia pasada en una ciudad, Santa Clara, que todos los días se torna más anárquica y desordenada.

La reciente publicación y advertencia de la editorial Capiro, con Conflictos de identidad, es prueba elocuente de cuánto necesitamos todos de indagaciones en los orígenes históricos. Pondríamos un coto al desconcierto de copias miméticas despojadas del razonamiento.

El escritor Coll Ruiz, y su apoyatura teórica, a partir de las Actas Capitulares del primer siglo de fundación de Santa Clara, reemprenden las llamas de un estudio que sirve, tanto a especialistas como a lectores comunes, para explicar desde el pasado aspectos inherentes a la psicología del presente. En tal razón, al volver una contemplación a la ciudad, no olvidamos a un erudito, José A. Martínez-Fortún y Foyo.

Cuando ese investigador retomó la búsqueda informativa de documentos capitulares de San Juan de los Remedios, con profundo pesar hizo una anotación. En 1689 «No hay datos de este año y pocos de 1677 a 1688», según suscribió al acotar el  Apéndice Tercero de los Anales y Efemérides (1936), voluntad curiosa  pocas veces superada desde entonces, y de la cual los historiadores jamás se cansarán de disfrutar.

Claro, nunca aparecerían porque el grupo litigante, formado por Jacinto de Rojas, Bartolomé del Castillo y Juan Jiménez, terratenientes con propiedades cercanas a Remedios, quedaron allá a pesar de los parentescos familiares con los Díaz de Pavia-Rojas de Pavia, los “conquistadores” de Santa Clara.

Dejaron entonces orquestadas, con mantones religiosos, una historia con los demonios del inframundo y el cobijo terrenal. Todo deriva en una obsesión económica, en última instancia geófaga, y que Santa Clara desde entonces llevó a cuestas durante varios siglos.

El 12 de enero de 1691 expiró el «plazo señalado para que los vecinos de Remedios abandonaran la villa y se trasladaran a Santa Clara, y entonces llegó a El Cayo el capitán Pérez de Morales en su papel de comisionado y de alcalde, acompañado por cuarenta hombres armados con escopetas, lanzas, hachas y machetes, para hacer cumplir el decreto», apuntó Martínez-Fortún y Foyo en tono soberbio y no de nostalgia.

Advirtió: «Solo se salvó del desastre la Iglesia y la casa de un regidor. Todo lo demás fue pasto de las llamas», advirtió. En tanto Manuel Dionisio González, en la Memoria Histórica de la Villa de Santa Clara y su Jurisdicción (1858), indicó que esas huestes hicieron más estragos que los corsarios y piratas, aquellos “invasores” del Tésico durante los engarces de  siglos xvi-xvii, los de mayores incursiones.

De inmediato, unos asaltaban los puntos costeros y tierras del interior de Remedios, y los otros la “fuerza” desmedida. De los primeros, al menos alguna que otra vez sus habitantes acometieron, postura lógica, los más insospechables trueques comerciales con los extraños “viajeros” de los mares del Caribe, y con los segundos la resistencia tenaz por no abandonar lo que llamaron “terruño” en aquel tiempo.

Hay tanto que investigar e insistir en la historia, y en la cultura, que aún estamos en camino de saldar trechos, como dice aquel viejo documento que en 1840 divulgó la  Sociedad Económica Amigos del País para explicar un curioso caso de “usurpación” de una población isleña por otra. Tal vez sea el único que exista entre nosotros los cubanos.

Aborda el “Expediente que siguieron los vecinos de S. Juan de los Remedios del Cayo, con motivo a la pretendida traslación de aquel pueblo a la villa de Santa Clara”, y allí consta como el 17 de diciembre de 1765 en petición a Miguel de Garro y Bolívar, procurador general, se acordó que el 1 de junio de 1691, se llevara a efecto la partida de una población que peleó por subsistir. Era un decreto de Diego Evelino de Compostela, Obispo de Cuba, Jamaica y la Florida, y del Consejo de su Majestad el Rey.

Son mujeres las que lanzaron el reclamo. Declaran enfáticas que «nos hallamos en este lugar, patria nuestra, tan desoladas, con tantos disgustos, penalidades y calamidades (…) que no sabemos si estamos en este mundo o en el otro». Es síntoma de intransigencia que, después de formado el pueblo cubano, tanto acompaña a todos.  

De Santa Clara y de su gente, y de particularidades no muy extendidas hacia otros territorios cubanos, habla Conflictos de Identidad, el libro que suscribe Coll Ruiz. Es un texto que apela, desde el lenguaje de las Actas Capitulares, al lector que recorre la Jurisdicción, aquella fundada con el  desgajamiento definidor de costumbres, sociedad, cultura y ontología histórica.

La razón estriba, como apunta, en los Cabildos que desde 1690, en Santa Clara y su jurisdicción, «son gestores de una identidad local, asumen su defensa ante rivalidades y conflictos que se generan a lo largo de esa centuria». En cada agresión, al parecer, siempre hubo una respuesta, y cuando no la lograron, sencillamente la buscaron.

En 1762, cuando la invasión y toma posterior de La Habana por fuerzas inglesas, el cuerpo de Regidores de Santa Clara, sin distinción de color o raza (hombres libres, esclavos, ricos o pobres), se alistó para repeler la agresión. Advierte el escritor, que eso constituyó un «obstáculo» a la expansión hacia el oriente del país. Similar actitud efectuaron en defensa de las costas de Remedios-Trinidad. Era la única vía para defender lo propio, y lo después nuestro.

Es esencia una manera de hurgar en la historia para observar el ser en la construcción discursiva, de imaginarios sociales, de ideología de grupo, así como de memoria y proyecto común. Todo es visto desde el reclamo de una minuciosa atención.

A este libro habrá que volver para comprender que muchos de nuestros problemas actuales, en conducción y particularidad, no son nuevos.

El sustento subyace en la identidad surgida a partir del establecimiento de un espacio geográfico, de actuación independiente, de liberalidad, desobediencia y autonomía. Ahí está aquel espíritu criollo gestado en la decisión de ser y estar en un punto de tiempo y el lugar geofísico para  determinar el camino hacia lo propio y único, la identidad.

miércoles, 5 de abril de 2017

Ante el centenario de la Revolución Socialista de Octubre

Por: Arturo Borges Álamo

Es preciso fortalecer y unificar la componente clasista tanto en las luchas sindicales como en el agrupamiento político conseguido al que hay que llevar mucho más allá del terreno electoral, hacia la lucha popular de masas con una táctica y una estrategia de "contrapoder" social, político, cultural que determine finalmente la toma del poder efectivo por el pueblo trabajador.

En este año 2017 conmemoramos el centenario de la Revolución Socialista de Octubre que cambió la Historia de la Humanidad. Tal acontecimiento constituye una auténtica oportunidad para la reconstrucción comunista, tanto en lo ideológico como en lo organizativo, tras la catástrofe sufrida por las y los comunistas de todo el mundo al fracasar el primer Estado socialista de la historia con el consiguiente golpe demoledor a los intereses inmediatos y estratégicos de la clase obrera. Sin dudas, la reconstrucción comunista deberá basarse en las tremendas enseñanzas de lo que ocurrió o no tendremos ni credibilidad ni posibilidad de acertar tanto en el presente como en el futuro.

En 1922, después de ganar la guerra civil con todas las probabilidades en contra, Lenin escribió un texto breve, titulado "Sobre el ascenso a una alta montaña"1. Después de enumerar los logros y fracasos del Estado soviético, Lenin subraya la necesidad de admitir francamente los errores: "Están condenados aquellos comunistas que imaginan que es posible terminar la empresa de construcción de una época, como lo es sentar las bases de la economía socialista (particularmente en un país de pequeños campesinos), sin cometer errores, sin retrocesos, sin numerosas alteraciones de lo que falta terminar o de lo que se ha hecho mal. Los comunistas que no caen en el engaño, que no se dejan vencer por el abatimiento y que conservan la fortaleza y la flexibilidad para "volver a empezar desde el principio", una y otra vez, encarando una tarea extremadamente difícil, no están condenados (y es muy probable que nunca perezcan)."

De eso se trata ahora, por eso desde ya debemos preparar un auténtico proceso de encuentro comunista, tanto entre las y los comunistas como de estos con el pueblo trabajador. Y tenemos que abordarlo apoyándonos sobre dos elementos esenciales, el primero el estudio y debate sobre la experiencia de la construcción del socialismo y el segundo la incidencia revolucionaria en un contexto social y político planetario de senilidad terminal del sistema capitalista y de búsqueda de alternativas al mismo.

El socialismo traicionado

En al año 2009 fue publicado en Canarias por Ediciones Idea2 el libro del camarada Joaquín Sagaseta, "De grupo social a clase dominante. La revolución usurpada", con la conclusión central de que "la bancarrota de la Unión Soviética, no fue, de ningún modo, expresión de la superioridad del capitalismo como sistema, fue ante todo, la incapacidad para resolver de forma revolucionaria su principal contradicción interna: la existente entre propiedad social y propiedad estatal de los medios de producción y distribución o entre la necesidad de poder social y la necesidad de una planificación socialista o finalmente, entre el control de los privilegios de la burocracia por el pueblo trabajador y la tendencia natural de la misma a transformarse de grupo privilegiado en clase dominante restauradora del sistema de propiedad capitalista."

Posteriormente, en 2014, tuvimos la grata sorpresa de poder leer, editada por El Viejo Topo, la traducción al castellano del libro de los autores estadounidenses Roger Keeran y Thomas Kenny, "El socialismo traicionado" con una contundente aportación al conocimiento de las causas del colapso de la Unión Soviética basada en una sólida información sobre la llamada segunda economía (economía sumergida) cuyo crecimiento hizo surgir una capa de la población que obtenía todos sus ingresos o la mayor parte de ellos de la actividad privada, constituyéndose en una clase emergente de pequeñoburgueses que proporcionó la base social para la deriva antisocialista.

¿Es posible la ofensiva socialista?

Conforme al marxismo decía Trotski3: "...Entre la posición de un partido y los intereses de la capa social en la cual se apoya, pueden haber desacuerdos que, más tarde pueden desarrollarse hasta llegar a profunda contradicción. El comportamiento de los partidos puede cambiar bajo la influencia del estado de ánimo de las masas populares (...) Tanto más necesario es que dejemos de confiar, para nuestros cálculos, en elementos aún menos estables y dignos de confianza como son las consignas y los pasos tácticos de los partidos, y referirnos en cambio a elementos históricos fidedignos: a la estructura social de una nación, a la correlación de fuerzas de las clases, a las tendencias de su desarrollo".

Pues bien, de la expresión de todos estos elementos en la realidad social y política del Estado español se puede derivar una respuesta positiva a la pregunta que da título a este apartado. Efectivamente, las condiciones objetivas están dadas para la ofensiva socialista queda, nada más y nada menos, que articularlas con las subjetivas que conjuntamente han de conformar al sujeto de la transformación revolucionaria. Es aquí cuando tenemos que hablar de las luchas populares clasistas, así como del grado de avance de las posiciones políticas que las puedan representar dándose en este terreno una gran dispersión que se traduce en debilidad, así como, una excesiva desviación hacia la actividad institucional aunque con un representación, la de Unidos Podemos, que arroja unos números insólitos hasta ahora en el campo situado a la izquierda del PSOE y que obedece a una demanda creciente de alternativas frente a la "vieja política", frente al desgaste del "viejo régimen".

Es preciso fortalecer y unificar la componente clasista tanto en las luchas sindicales como en el agrupamiento político conseguido al que hay que llevar mucho más allá del terreno electoral, hacia la lucha popular de masas con una táctica y una estrategia de "contrapoder" social, político, cultural que determine finalmente la toma del poder efectivo por el pueblo trabajador. Para eso las y los comunistas debemos ser conscientes de que, dispersos en grupos y partidos o aisladamente, las fuerzas escasean tan tremendamente, que solo la más estrecha unión de todos y todas puede asegurarnos el éxito en la lucha, tanto contra los "aventureros" y oportunistas, como contra las patronales, las fuerzas oligárquicas y sus órganos políticos de poder. Y el instrumento decisivo con el que avanzar, el Partido Comunista, ha de estar por encima de nuestras divergencias que como decía Lenin en su "Saludo a los comunistas italianos, franceses y alemanes"4, "tiene una base única, común, granítica: el reconocimiento de la revolución proletaria, de la lucha contra las ilusiones democráticoburguesas y el parlamentarismo democráticoburgués..."

Trabajemos pues para que el año del centenario de la Revolución de Octubre sea el de la reconstrucción del partido de las y los comunistas del Estado español y de Canarias en particular. Trabajemos para que de esa manera la unidad popular avance de modo imparable hasta la derrota de los enemigos del pueblo.


Publicado en TelsurTv