lunes, 28 de enero de 2013

EQUILIBRIO MARTIANO Y GEOPOLÍTICA. II PARTE

Introducción

Según Armando Hart Dávalos, quien preside la Sociedad Cultural “José Martí”, “la justicia es, por tanto, la esencia del equilibrio del mundo y es, según la tradición filosófica y cultural cubana, el sol del mundo moral “…, esta  afirmación recientemente expuesta en un artículo titulado “El equilibrio del mundo puede salvar a la humanidad” en el periódico Juventud Rebelde de enero del 2013, tiene por esencia el ideario martiano y su vigencia para las actuales  circunstancias históricas por las que la humanidad se encamina, como contrapartida a las grotescas tendencias geopolíticas que socavan los principios democráticos que  Martí proclamó a lo largo de su vida. Expone en el mismo artículo el intelectual cubano un principio cardinal: el “equilibrio como ley matriz”…

Bajo el título “El entorno del equilibrio martiano” vieron la luz dos artículos que escribí sobre la concepción martiana del equilibrio del mundo, que revisado tiene total vigencia en cuanto al tema de equilibrio martiano y geopolítica y que nos proponemos reproducir.

“Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo”.

                                                                                                                                   
José  Martì.

José Martì como ningún otro cubano hasta su época, conoció de los verdaderos intereses que movían la política de los Estados Unidos hacia los países de América; la dinámica interna de la vida norteamericana lo llevaba invariablemente a organizar en Cuba una contienda por la independencia en el tiempo más corto posible, tal era su angustia, que pretendía inmediatamente reiniciada la contienda organizar los órganos de gobierno; hacer la república desde la manigua; ejercitar la democracia, preparar; educar para la principal  misión que se llevaría a cabo; y detener la expansión  de los Estados Unidos por el continente.

La obra martiana trunca con su muerte en los campos de Cuba, el 19 de mayo de 1895, imposibilitó llevar a vías de hecho las aspiraciones del maestro; sus más cercanos colaboradores no estaban preparados para la misión proyectada, ni conocían la dimensión  y  profundidad del pensamiento político de este,  sus seguidores, no comprendieron  las intenciones  de los juegos políticos norteamericanos: dividir y vencer  fue su  lema,  método para  alcanzar el triunfo de una política calculada desde los primeros albores de la a constitución del los Estados Unidos como nación.

“Los Estados Unidos, a su juicio, - escribe Ramiro Guerra refiriéndose al pensamiento martiano- podían lanzarse contra España y arrebatarle la isla. Semejante violencia jamás se arriesgarían a realizarla contra Cuba independiente, constituida en República ordenada y democrática sin provocar la hostilidad de toda la América y la protesta del mundo civilizado. La independencia de Cuba era esencial para la seguridad de todo el continente [1]“; estas ideas no se materializarían al producirse la intervención norteamericana en Cuba, en 1898,  no habría república, ni existiría independencia; esta “obra” sería llevada a cabo por los políticos norteamericanos de acuerdo a sus propósitos e intereses. Los Estados Unidos  obrarían para hacer desaparecer los tres órganos de  poder  de la revolución: Gobierno de la República en Armas, Ejército Libertador y Partido Revolucionario Cubano. Las concepciones martianas , nada tendrían que ver con la “ república “ que nacería el 20 de mayo de 1902, son su opuesto; la llegada al poder en el más estrecho vínculo a los Estados Unidos de los “ nuevos líderes republicanos “, desvinculados del ideal unitario practicado hasta la muerte por  Martì, los haría partidarios de las más estrechas relaciones de dependencia hacia el vecino, despejando el camino a la penetración del capital  norteamericano; desviados de las concepciones martianas sobre la república, actuaron movidos por intereses, que se contraponían al ideal independentista y  democrático, que estaban claramente definidos en el Manifiesto de Montecristi,  firmado entre Martì y Máximo Gómez en 1895, reconocido como el programa de la gesta gloriosa de 1895, que tan cuidadosamente había sido concebida y preparada por su  principal líder. Estos gobernantes con el justo juicio histórico que les merece, traicionaron el ideario  y acción revolucionaria del  Apóstol.

No sería  Cuba libre e independiente, no  abarcarían  estas intenciones a  Las Antillas; en la balanza, el equilibrio, quedaría absolutamente a favor de los  Estados Unidos de norteamericana, la intervención, ayudaría considerablemente a  consolidar los intereses de la naciente potencia en el área y en el contexto americano en particular; quedaba un continente a merced   de los grupos monopólicos  formados en esa nación a finales del siglo XIX, en desenfrenada carrera por los mercados. Por su parte, Inglaterra, ya nada tenía que hacer frente a los Estados Unidos, su época histórica de rectora  en la política mundial, había llegado a su final con la Guerra Hispano cubana norteamericana, calificada por Lenin, como la primera imperialista.

 De hecho las  concepciones estratégicas de Martì sobre el proceso independentistas cubano en el contexto internacional, quedarían aplazadas para futuras generaciones;  no serían precisamente los hombres de inicios del siglo XX, los encargados de la formación  del Estado Nacional Cubano; que ya se había experimentado en la manigua durante la contienda de los Diez Años ( 1868-1878 ), y luego en  1895. La república que nació el 20 de mayo de 1902, no representaba los intereses de la nación cubana, de ahí su  ruptura con el proceso independentista cubano anterior. La nueva época “ republicana “ de inicios del siglo XX en Cuba, atada  desde sus inicios a los vecinos norteños por tratados, empréstitos y una pujante penetración de capitales, sentaron las bases de una profunda deformación económica, que se hizo sentir inmediatamente sobre la sociedad cubana, dando lugar a una profunda deformación estructural y crisis permanente.

¿Estaban preparados los seguidores más  cercanos  a Martì para dar continuidad a la obra proyectada?; mucho han reflexionado nuestros historiadores sobre  la prematura  muerte en Dos Ríos  y la evolución de los acontecimientos que se desarrollaron. Son innumerables las cartas, disposiciones y hasta consejos en que el maestro expresa, que la obra que ha de tener  lugar debe llevarse a cabo con el más absoluto rigor, organización, paciencia y silencio, insistiendo  continuamente en este último aspecto, consideraba la discreción como un arma necesaria y validad, como garantía del trabajo de conspiración  y acopio de armamentos para la gesta independentista; conocido es que incluso se encargó de alertar sobre ello en el periódico Patria en varias ocasiones, pudiera expresarse que fue un baluarte en la organización de la seguridad mambisa, e incluso, artífice del contraespionaje. En la ya universalmente conocida carta a su amigo Manuel Mercado, que queda inconclusa por su  muerte, expresa : “ ... en silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrla, han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiados recias para alcanzar sobre ellas el fin “; Martì concibió decir cada cosa en su momento, ante el temor de dar información al enemigo, que diera al traste  con los preparativos insurreccionales, sus ideas sólo eran conocidas en el momento preciso, partiendo de una rigurosa compartimentación.  En las condiciones históricas de asedio constante, de trabajo clandestino, de penetración enemiga, de agentes norteamericanos  siguiendo sus pasos, era  imposible, que las ideas más profundas del Apóstol sobre diversos temas políticos no fueran conocidos, a pesar de tener una fluida correspondencia con los principales jefes vinculados a los preparativos de guerra; confió parte de esas ideas a su principal amigo, esbozadas de forma general, a él exponía sus principales preocupaciones, agonías y dudas, como  lo prueba su correspondencia. Sus principales ideas políticas, las más recientes y acabadas, las que definían los destinos futuros de su vida, estaban esbozadas en sus líneas generales, pero no conocidas en su profundidad.

Sin  lugar a dudas, los principales esfuerzos de Martí, estuvieron encaminados a lograr la necesaria unidad de todos los elementos que pudieran desembocarse en el torrente independentista, a esta actividad consagró su inteligencia; en carta a Máximo Gómez del 6 de mayo de 1893 le expresaba que, “ La fuerza entera la he gastado en poner a nuestra gente junta, en torcerle las intrigas al gobierno español, en salirme de la red que con sus visitas y espionaje nos tiene en la casa propia, salvar la revolución indudable de lo único que la amenaza: - de la traición  de los que la sirvieron una vez, y hoy sirven al gobierno español [2]- “. En su concepción estratégica, la organización de la nueva guerra por la independencia, debía surgir sin el lastre de la división, para esta fecha ya  era un hecho  el Partido Revolucionario Cubano (10 de abril de 1892) -dando a conocer en el Periódico Patria el 14 de marzo de 1892 sus Bases y Estatutos -; después de una larga, mesurada y paciente labor política durante más de diez años en la emigración. Este  acontecimiento trascendental para el futuro de la revolución,  la diferenciaba radicalmente de su antecesora, adoptando el proceso una cualidad superior, exclusiva del ámbito americano. Concebir el partido, no solo para la independencia de Cuba, sino para fomentar además la de Puerto Rico; esbozaba  los objetivos en la nueva república, prevenía de los peligros internos y externos que podían amenazar el proceso independentista cubano. Al firmar Máximo Gómez junto a Martì el Manifiesto de Montecristi, el 25 de mayo de 1895, reconocía la existencia y conducción del proceso gestado por el maestro, y con el, al Partido Revolucionario Cubano como órgano conductor, se comprometía con sus bases y estatutos. El 24 de febrero de 1895, cuando fue  reiniciada la contienda, un sólido instrumento conductor tenía la revolución.

En las Bases y Estatutos del Partido Revolucionario  Cubano, están claramente definidas las posiciones de actuación ante posibles ingerencias extranjeras en el proceso revolucionario cubano que se gestaba; se creaban las condiciones para la extensión del movimiento a Puerto Rico, aún colonia española, apuntando claramente hacia unas Antillas libres e independientes, republicanas y democráticas.

El Programa o Manifiesto de Montecristi, dejaba claro que “La guerra de independencia de Cuba, nudo de haz de islas donde se ha de cruzar, en el plazo de pocos años, el comercio de los continentes, es suceso del gran alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al equilibrio aún vacilante del mundo [3] “. Martì, inmediatamente  firmado el Manifiesto, dio instrucciones para su  rápida impresión y hacerlo llegar a todos los que estaban  implicados en la batalla  por la independencia, especial preferencia dio a las  núcleos organizados por el Partido Revolucionario Cubano y su difusión al mundo para dar a conocer los objetivos que llevaban a los cubanos a empuñar las armas nuevamente contra el yugo colonial español.

De lo expuesto se desprende una conclusión a todas luces fundamental:

En las Bases Programáticas del Partido  Revolucionario Cubano y  Manifiesto de Montecristi, conocido además, como el Programa de la revolución; que resumen  toda la obra creadora de José Martì en la preparación de la guerra necesaria, están esbozadas las concepciones martianas sobre el equilibrio del mundo y el papel que han de jugar las Antillas libres para evitar  la expansión norteamericana en América. Al desaparecer en combate Martì, se perdería el espíritu político de llevar a vías  de hecho lo expresado en  los Estatutos del Partido Revolucionario Cubano y el Programa de la Revolución; lo que inevitablemente favoreció a los Estados Unidos de fin de siglo; se podría dar por ternimada la política de “ espera paciente “, patrocinada por Tomás Jefferson  en relación a Cuba, desde inicios del siglo XIX , estaban,  lo suficientemente consolidados en el orden económico interior, como para poder rivalizar- aún con el uso de la fuerza–, con cualquiera potencia europea.

En las nuevas condiciones en que se organiza la  continuación de la gesta libertadora, sus cercanos colaboradores en la preparación de la guerra no conocían la profundidad de las ideas políticas  en Martì; el 23 de noviembre de 1893, desde New York le expresaba a Máximo Gómez que, “ A pura astucia hemos ido salvando del gobierno el  conocimiento de los compromisos reales [4] “, hasta qué punto el viejo luchador no  alcanzaba a  ver  la dimensión del ideal político se aprecia en la misiva que le envía  el  4 de enero de 1894, donde le expresaba,  “ El único libre, mientras no tengamos patria  libres,  Antillas  amigas y libres, nuestra América libre, está en nuestros campos de batalla. ¿ Formas dice Ud., y diferencias de formas¿ ¡ Ya verá cuán pocas ¿ [5]. Existen particularidades y condiciones objetivas  que justifican la actuación en silencio; tiene la peculiaridad el movimiento de ser organizado desde el exterior,- fundamentalmente Estados Unidos-, y simultáneamente su preparación en el interior de la isla, lo que complejizaba en grado máximo la labor. Los principales líderes, diseminados por Centroamérica, demandaban una sostenida correspondencia en la fase preparatoria de José Martì, con los principales implicados,  en el esclarecimiento y comunicación de las principales orientaciones, siempre, bajo la presión del espionaje español y  los agentes norteamericanos.

Las propias implicaciones que a la luz de las leyes norteamericanas pudiera causar la existencia del Partido Revolucionario Cubano como fuerza rectora, mantenían la constante preocupación en José Martì  de controlar personalmente hasta el último detalle todo lo relacionado con el movimiento insurreccional; conocedor  de la hostilidad del gobierno de los Estados Unidos hacia la causa independentista; podía el  movimiento ser abortado, y no se concebía su realización sin la participación de la emigración cubana radicada en esa nación.

En la carta de solicitud  que realiza la Delegación del Partido Revolucionario Cubano el 13 de septiembre de 1892, escrita por  José Martì,  sobre la incorporación de Máximo Gómez al proceso liberador, expresaba,“Ud., que vive y cría a los suyos en la pasión de la libertad cubana, ni puede, por su amor insensato de la destrucción y de la muerte, abandonar su retiro respetado y el amor a su ejemplar familia, ni  puede negar la luz de su consejo, y su enérgico trabajo, a los cubanos que, con su misma alma de raíz, quieren asegurar la independencia amenazada de las Antillas, y el equilibrio y porvenir de la familia de nuestros pueblos en América [6] “, la formulada solicitud deja claro al general que la causa cubana, va mucho más allá de la independencia de Cuba y previene del expansionismo del norte. Martì no puede concebir su plan sin la presencia de Gómez y Maceo, representan ambos lo mejor de la pasada contienda, de cualidades excepcionales para la conducción de las operaciones militares y alto prestigio en el pueblo de Cuba y la emigración. En su  Diario de Campaña, Gómez no hace referencias, ni antes, ni después de la muerte de Martì al Manifiesto de Montecristi, tampoco al Partido Revolucionario Cubano, en tanto son baluartes sólidos de alto alcance político e ideológico; mucho menos a la concepción martiana sobre el equilibrio del mundo y al verdadero significado que tendría la independencia cubana en el contexto americano.

Pueden  ambos jefes militares, llevar a vías de hecho lo que no pudo ser alcanzado en la contienda  del 1868, se realizaría la invasión, se arrastraría a todo el país en la contienda, bajo el influjo de los órganos de poder de la revolución; enturbiada ésta por el renacimiento de fuertes contradicciones entre el mando militar y  el gobierno civil por un lado y con  la Delegación del Partido Revolucionario Cubano por el otro; llegado el momento, la crisis, llevaría a la deposición de Gómez por la Asamblea y con esa medida, cabo su propia desaparición el gobierno cubano; en el norte, Estrada  Palma, se encargaría de barrer la obra  en la que Martì cifró todas sus esperanzas, unilateralmente desintegró el Partido Revolucionario Cubano, el 20 de diciembre de 1898.

Cuando el 24 de octubre de 1898, se reúne la Asamblea en Santa Cruz, Bartolomé Masò, Presidente de la  República en Armas, expone su mensaje; con sublime candidez expresa: “ Grande, inmensa es la gratitud que debemos los cubanos, al gran pueblo de los Estados Unidos de América y a la acción de ese pueblo y su gobierno nos inspira fe completa y confianza verdadera [7] “; después de una guerra ganada en los campos de Cuba, a prueba de la sangre derramada por el pueblo cubano,  veía en la intervención, una seguridad para alcanzar  una república independiente; viviría este patriota a este error; expresión en esencia de una desviación del pensamiento de José  Martì.

Perdidos los órganos representativos del pueblo cubano, no podía ni pensarse  en la invocación del pensamiento unitario de Martì, en tanto, después de su muerte, no fue seguido por los principales líderes, ante un hecho consumado  como la intervención norteamericana, la “confusión” creada en los principales dirigentes, hacía imposible retomar, lo que sin dudas, hubiera esclarecido a los patriotas sinceros que defendían la causa de la independencia a toda prueba.

El texto martiano que da inicio a este trabajo, escrito por el maestro a Federico Henríquez y Carvajal, en carta de 25 de marzo  de 1898 en Montecristi, Santo Domingo, junto a la carta dirigida a su amigo Manuel Mercado, inconclusa, reflejan  el pensamiento antiimperialista  de Martì del cual sus más estrechos colaboradores, no se penetraron. El entorno en el cual  se proyectaron las ideas sobre el equilibrio del mundo, hacían imposible su aplicación, no estaban dadas las condiciones subjetivas, ni objetivas para llevarlo adelante.




Referencias

[1] La Expansión Territorial de los Estados Unidos. A expensas de España y los Países Latinoamericanos. Editora Nacional de Cuba. La Habana, 1964. Pág. 11.
[2] José Martì, Obras Escogidas, Tomo III, Pág. 220, Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 2002.
[3] Manifiesto de Montecristi, José Martì, Obras Escogidas, Tomo III, Pág. 517. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 2002.
[4] Carta a Máximo Gómez. José Martì, Obras Escogidas, Tomo III, Pág. 296.Editorial de ciencias Sociales. La Habana, 2002.
[5] Carta a Máximo Gómez. José Martì. Obras Escogidas, Tomo III Pág. 313. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 2002.
[6] Diario de Campaña del Mayor General Máximo Gómez, Pág. 569.Impreso en los Talleres del Centro Superior Tecnológico de Ceiba del Agua, Habana.
[7] Documentos para la Historia de Cuba. Hortensia Pichardo. Tomo I, Pág. 535.

sábado, 19 de enero de 2013

EQUILIBRIO MARTIANO Y GEOPOLÍTICA. I PARTE

Al analizar el período de formación del Estado Moderno (1775-1918) norteamericano se nos presenta una nación que en su formación exhibe características que se diferencian de los Estados Nacionales europeos considerados como clásicos. No  es posible separar geopolítica del propio surgimiento y desarrollo del estado, de ahí que nos dediquemos en un primer momento a identificar los momentos culminantes en la evolución del mismo hasta el año 1918, pues la concepción martiana sobre el equilibrio del mundo es su opuesto, que como veremos en otro momento aparece como una filosofía coherente ante la pujante geopolítica imperial en formación.

Un rasgo distintivo de la política norteamericana hacia las nacientes repúblicas latinoamericanas ya desde el comienzo de su bregar por medios propios sin el tutelaje imperial europeo, a inicios del siglo XIX, fue el planteamiento de la “América americana” que se desprende de la doctrina monroísta (1823)[1], es a través de esta desde donde prevé la formación de un sistema americano lejos de toda intromisión trasatlántica. Aprovecha la oportunidad que le dan los gobiernos de estas naciones, en conflicto con los grandes de Europa, después de siglos de explotación, para intervenir en sus asuntos, usar sus economías y participar en las regalías que le ofrecen los necesitados del sur.
“Sería un descrédito a la memoria de James Monroe el compararlo con mistificadores como James Polk, Theodore Roosevelt o Ronald Reagan, por ejemplo. No entró en su propósito el capricho de transformar a su patria en gerente del continente. Su responsabilidad estaba –no es poca por lo demás- en haber montado el dispositivo que podía encubrir y favorecer, si no estimular, la gula expansionista. Es imposible, por otra parte eliminar cierta referencia monroísta de toda esa abigarrada nomenclatura que a través de los tiempos ostentó como divisa la voracidad norteamericana: “Destino Manifiesto”, “Interés Superior”, “Diplomacia del Dólar”, “Política del Gran Garrote”, “Protección Ilimitada”.”[2]
La victoria de los Estados del Norte sobre los Estados del Sur crearían la premisas básicas esenciales que podrían en pie a los actuales Estados Unidos de Norteamérica; antes -julio de 1863- tras la victoria obtenida en la batalla de Gettysburg, Lincoln había expresado “que la Unión bajo un nuevo amparo de Dios, tenga un nuevo brote de libertad, y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no desaparezca de la faz de la tierra”[3]. Estos principios no fueron consagrados en la Constitución Norteamericana; tampoco viviría el eminente ideólogo para ver sus profecías; concluida la contienda en 1865, es  asesinado el Presidente victorioso a manos de un  “fanático esclavista”.  La posterior vida republicana de los Estados Unidos no consagraría jamás estos postulados en las enmiendas posteriores de la Constitución hasta nuestros días y muchos menos objeto de política interna; el proceso de formación nacional y de la nación norteamericana careció desde un inicio de los principios humanistas que la “Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano” postulaba. El Estado Nación después del año 1865 rompió con todos los esquemas anteriores, tanto de propiedad como de poderes;  es el tránsito hacia el despeje de una ecuación donde la formula siempre arroja el mismo resultado: el desarrollo capitalista; exacerbando el nacionalismo para dar el paso hacia el concepto en política-desde arriba-de gran nación.

Dos temas trascendentales del Estado Moderno norteamericano  ya estaban presente para esta etapa en la élite de poder: seguridad nacional y desarrollo. Ninguno hubiera prosperado de no haberse inflado el exclusivismo nacionalista del norteamericano y  de su modo de vida. El nacionalismo es en este caso antesala de un profundo proceso que daría como resultado la conversión de esa nación en  potencia imperialista. Si en 1860,  Estados Unidos ocupaba el cuarto lugar entre las naciones del mundo en cuento a la producción manufacturera, en 1894 había saltado al primer lugar, mientras que el valor de las manufacturas había sobrepasado casi en cinco veces el de 1860; tales crecimiento sólo se dieron en este país.

Hacia la década del 70 del siglo XIX los Estados Unidos gracias a la Revolución Industrial llevada a cabo había alcanzado un significativo desarrollo industrial y agrícola, ello permitió aumentar sus exportaciones. Este proceso sentó las bases indispensables para el futuro desarrollo acelerado del capitalismo, lo que permitió en un breve lapso de tiempo pasar de la fase pre monopolista a la fase imperialista. Al arribar a una fase superior del capitalismo a finales del siglo XIX en este país se había consolidado unido al desarrollo alcanzado el Estado Nación, tal y como lo conocemos en la actualidad; con una extensa red de instituciones lucrativas y no lucrativas que hacían brillar ante el mundo el modelo “democrático” del “American way of like”, estaban dadas las condiciones internas necesarias para alcanzar empeños mayores de expansión y de dominación a nivel mundial. 

El Estado se ajusta y reajusta a las nuevas circunstancias históricas  que  tienen lugar en esa nación y lo convierten a fínanles del siglo XIX y principios del XX en un Estado Nación Moderno con características diferentes a los tradicionales europeos; la evolución del mismo en los Estados Unidos fusiona a las oligarquías burguesas-las de capital industrial y financiero-a los resortes de poder, son sus adictos participantes y los propulsores del nacionalismo en el orden ideológico para la nación norteamericana, poder e ideología se entrelazan en tal magnitud que hace imposible cualquier otro tipo de variante del Estado Nación norteamericano hasta nuestros días. 

Hasta donde estas combinaciones son posibles  y pueden arrastrar a un pueblo y una nación a la guerra atizando el “sentimiento nacional” o tergiversando ese sentimiento quedaron demostradas con la Guerra Hispano-Cubano Norteamericana en la última década del siglo XIX. La intervención norteamericana (1898) en la gesta independentista de Cuba se produce cuando está claramente dirimido en el campo de batalla el fracaso de las fuerzas españolas, es este y no otro el momento en que culmina la “espera paciente” Jeffersionana, Estados Unidos es lo suficiente y autosuficientemente fuerte como para aplicar la Doctrina Monroe y la del Destino Manifiesto sin interesar en lo absoluto lo que en política los europeos puedan pensar y hasta actuar. Los políticos calcular hasta donde se podía atizar el “sentimiento nacional favorable” para declarar la guerra; la prensa crear el clímax  en la nación norteamericana que se aviniera a los cálculos de los líderes políticos. 

La Resolución Conjunta aprobada por el Congreso de los Estados Unidos el 18 de abril de 1898 y sancionada por el Presidente Mc Kinley el 20 de abril, dos días después, son el claro resultado de un largo proceso y de una combinación de poderes para lograr situar al moderno Estado Nación norteamericano como guía y garante de los destinos futuros del mundo; España y por consiguiente Cuba eran sólo piezas de ese ajedrez político para la era del imperialismo norteamericano; tres poderes engrasados en esos objetivos: ejecutivo, legislativo y judicial; uno nuevo adicionado, el de la gran prensa.

Concluida la  primera guerra imperialista con los Acuerdos de París el 10 de diciembre de 1898 España sería un reducto de dependencia, Cuba y otras regiones bien distantes de los Estados Unidos comenzarían a girar al entrar en el siglo XX en la orbita de un “Gran Estado Nación” imperialista con todos los visos de modernidad; se inaugura  una época en cual el “Gran Estado Nación” imperialista; hará dependientes a otros Estados Nacionales; que hasta dónde son nacionales o no, en tanto son dependientes, no está a la altura de este trabajo responder; si nos atenemos a que Nación y dependencia son excluyentes u opuestos, justifica con creces este criterio pues requiere de un estudio e investigación profunda que no está dentro de este tema, pero forma parte de el. Había terminado una etapa, “Ahora, los políticos y los intereses empresariales de todo el país tenían el sabor del imperio en los labios”[4]

Podría cuestionarse entonces si los Estados Unidos como país presenta un Estado Nación desde 1775 y hasta 1918; la respuesta a esta interrogante pasa por la propia evolución  del Estado norteamericano; a nuestro criterio son  tres las etapas:

Primera etapa: 1775-1865

 Es un período anómalo, de “equilibrio” de dos sistemas de producción: capitalismo y esclavitud, donde el segundo frena las potencialidades del primero, donde el poder del estado es muchas veces anulado por la propia contradicción.

Segunda etapa: 1865-1897.

Expansión del capitalismo; de afianzamiento y desarrollo de la economía norteamericana; de existencia de un Estado Nación moderno que arriba a finales del siglo XIX a una nueva fase superior del capitalismo: el imperialismo. Es un período en el cual tiene lugar el afianzamiento del nacionalismo  y la nacionalidad norteamericana. Aparece el Gran Estado Nación imperialista.

Tercera etapa: se inicia en 1898, hasta la actualidad.

Es un período de expansión del Gran Estado Nación imperialista hacia la conquista de la hegemonía mundial; se inicia con la guerra Hispano Cubana Norteamericana, pasa por dos contiendas mundiales en las cuales Estados Unidos ve fortalecidas sus posiciones y ocupa un liderazgo indiscutible a nivel mundial.

EL GRAN ESTADO NACIÓN IMPERIALISTA ENTRE 1898-1918

Estados Unidos había resultado el vencedor en la Guerra Hispano Cubano Norteamericana.  El Estado Nación  había  hecho suyas  las ideas y teorías de Alfred T. Mahan sobre la necesidad del poderío naval lo suficientemente fuerte y superior de los Estados Unidos en las condiciones de dominación mundial,  los resultados no podían ser mejores, España a pesar de su debilidad,  había sido el conejillo para su primer ensayo; en la isla de Cuba aparecería la Base  Naval de Guantánamo, embrión de otras  tantas que serían creadas por el mundo  a fin de alcanzar sus objetivos hegemónicos. El mensaje a la nación del Presidente Teodoro Roosevelt de 1904 daba un nuevo impulso a la doctrina Monroe en los propósitos de la nación norteamericana de cara al siglo XX:
“Si una nación demuestra que sabe actuar con una eficacia razonable y con el sentido de las conveniencias en materia social y política, si mantiene el orden y respeta sus obligaciones, no tiene por qué temer una intervención de Estaos Unidos. La injusticia crónica o la importancia que resaltan de un relajamiento general de las reglas de una sociedad civilizada pueden, a fin de cuentas, en América o fuera de ella, la intervención de una nación civilizada; y en el hemisferio occidental,  la adhesión de los Estados Unidos, aunque en contra de sus deseos, en casos fragrantes de injusticia o de impotencia, a ejercer un poder de política internacional”[5]
La I Guerra Mundial constituyó un momento trascendente en los objetivos del Estado Nación de este país. La conflagración se desarrollo en condiciones ideales para los Estados Unidos al tener como escenario territorios bien alejados de sus fronteras en circunstancias en que la revolución industrial había fomentado una poderosa industria, pero necesitada  de mercados. La “neutralidad” ante la contienda le permitió mantener un sistema de relaciones entre contendientes; de esa manera Estados Unidos encontró un mercado fácil donde ubicar sus producciones y a fomentar el germen de lo que sería la futura dependencia de los Estados europeos hacia el Estado Nación norteamericano, Estados Unidos había pasado al concluir la guerra de nación  deudora a acreedora.

La I Guerra Mundial tuvo una consecuencia directa sobre el Estado Nación norteamericano; los poderes del Presidente se habían fortalecido en detrimento del poder del Congreso, que aunque conservaba fuerza en materia de política exterior, había perdido terreno. La paz concertada a través del Tratado de Versalles si bien no fue aprobada por el Congreso de los Estados Unidos; brindo para la oligarquía burguesa y la élite de poder la garantía de poder exportar todo género de producciones y conceder amplios créditos para la reconstrucción económica de los principales países capitalistas europeos –Inglaterra, Italia, Alemania y Francia-  todo lo cual aseguró al Estado Nación imperialista norteamericano una fuerte posición política ante sus correligionarios a nivel internacional, teniendo estos a su vez un alto nivel de dependencia económica hacia los Estados Unidos.

Los acuerdos de Versalles contemplaron la creación de una nueva institución a nivel mundial  con el objetivo implantar  orden en las relaciones internacionales; la mundial, la Sociedad de Naciones. Paradójicamente el Congreso de los Estados Unidos se opuso a que el Estado norteamericano ingresara en ella pues consideraba que era más beneficioso para la política internacional de los Estados Unidos mantener una posición neutral que le diera la posibilidad de no involucrarse en conflictos lo cual facilitaba cualquier tipo de acción sin estar involucrada; traducido en política: poder intervenir de acuerdo a sus propios intereses.

Concluyen los primeros 20 años del siglo XX -lapso de tiempo relativamente corto pero decisivo- para  los Estados Unidos. El Estado Nación norteamericano de fínanles del siglo XIX se trasforma en Gran Estado Nación imperialista. Concluida la I Guerra Mundial en 1918, el mundo será otro;  dará comienzo el ciclo del dominio hegemónico norteamericano o el llamado siglo XX norteamericano. Es a partir de entonces que aparecen fundidos en sí mismo  el gran estado nación y geopolítica imperial.



[1] Fue esta la primera doctrina concreta norteamericana en materia de relaciones exteriores. Rafael San Martín, Ob. cit. p. 158
[2] Rafael San Martín, Ob. cit. p. 160
[3] Nocionales de la Historia de Los Estados Unidos de América Autor: Benito Xavier Pérez. Secretaría de Educación Pública. México. 1944
[4] Howar Zinn. La otra historia de los Estados Unidos. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana 2006. Pág. 224
[5] Nestor García Itúrbides. Estados Unidos de Raíz. Centro de Estudios Martianos. 2007. Pág. 152.

martes, 15 de enero de 2013

UN PASAJE DE LOS ESTADOS UNIDOS DESCRITO POR UN ANTI-INDEPENDENTISTA

Para los estudiosos de la vida de José Martí, este constituye uno de las figuras más visionarias sobre los Estados Unidos de la segunda mitad del siglo XIX, los acontecimientos internos que se agitaban en aquel país tuvieron en la pluma del más universal de los cubanos un tratamiento especial, así como de las pretensiones que en el orden de su política externa se vislumbraban para la América al sur del río Bravo; no obstante, otros antes que él habían ya sometido a crítica la vida económica, política  y social de de ese gran país, tal es el caso del historiador Justo Zaragoza(1833-1896), secretario del Gobierno político de La Habana, oficial de Voluntarios, anti independentista de pies a cabeza, y ferviente defensor del colonialismo español en Cuba.

Como historiador Zaragoza dio término a su obra Las Insurrecciones en Cuba que vio la luz en Madrid en el año 1872 en dos volúmenes.  En su obra recrea un pasaje de D. Mariano Torrente sobre los Estados Unidos que reproduce en toda su extensión:

“Dice D. Mariano Torrente, fundando muchas de sus afirmaciones en las del diplomático Onis, al ocuparse del primer elemento de vida de los Estados Unidos, ó sea el crédito público mercantil, que en tiempo que era allí tan escaso el numerario, comparado con la masa de papel en circulación, y tan exorbitantemente desproporcionada en los Bancos la cantidad de éste con sus fondos efectivos, que el público, aunque había perdido la confianza en ellos, tenía que sufrirlos, únicamente por la consideración de no perderlo todo; lo que era difícil en vista de la descarada inmoralidad general, de que daban pruebas patentes las exposiciones que el Congreso recibía con frecuencia, denunciando fraudes escandalosos y robos cometidos hasta por sus propios empleados. El engaño constituía un sistema de corriente y usual, que llegó al extremo de decidirse que antes se había considerado á los judíos capaces de engañar en todas partes al hombre más sagaz  y más prevenido; pero desde que en la Unión se iban tocando los frutos de su Constitución política, pasaba ya por máxima nacional que eran ineficaces ante las de un anglo americano todas las innobles habilidades del judío más astuto y más bellaco. Tan gratuita como poca honrosa máxima, confirmábase todos los días por cien bancarrotas, allí tan comunes, entre que apénas podía contarse una que no fuera fraudulenta; por ser el país donde con más ardides, con más dolo y mayor escándalo se traficaba, y el punto donde más de cerca se veia la poca consideración que la buena fé merecía al especulador, quien, guiado por la ley del propio interés, ni obedecía más impulso que al de la codicia, ni prestaba respeto alguno á otra cosa que el dinero.

La prueba de que el patriotismo, lo mismo que todas las demás santas afecciones, se subordinan allí al interés  del dinero, se vio a principios del presente siglo cuando la Gran  Bretaña declaró la guerra á aquella república, en cuya solemne ocasión, necesitando la patria sesenta y dos mil soldados para defenderse de los enemigos exteriores, no llegaron los alistados ni á trece mil ochocientos, á pesar de ofrecer el gobierno federal a cada voluntario ciento cincuenta pesos de enganche y por premio, además, ciento cincuenta   ácres de terrenos. Verdad es que la última guerra que acabó con la ruina de la mitad de la república, demostraron su valor del modo más horroroso y hasta inhumano, como demostraremos al ocuparnos de la influencia que ella ejerció en la isla de Cuba;  pero hay que tener en cuenta que fue la promovida entre los Estados del Norte y los del Sur una cuestión doméstica, que iban comprometidos los intereses de muchos; una guerra de despojo y de amor propio á la vez; y sabiendo que aquel pueblo por el período de fortuna que desde su independencia disfrutó, tenía la imaginación  fascinada y su vanidad en la mayor exaltación, no era de extrañar que tanto se distinguiese con los horrores de un valor rabioso, exento por cierto de la abnegación que los grandes capitanes y los héroes de la historia nos enseñan.

Creía el pueblo americano, en la época  á que  Torrente se refiere y aun hoy mismo cree, que sus instituciones, copiadas de las inglesas, son las mejores del mundo, no pensando, envanecido por los halagos de la fortuna, que la propia Constitución federal encierra en sí los elementos de discordia y de su disolución; por chocarse los intereses de cada Estado, porque ni el Código nacional ni los particulares bastan á contener las pasiones y los vicios de los diferentes habitantes, que al fin serán arrastrados por aquellas calamidades sociales, y porque incansable el gobierno federal en adquirir nuevos territorios, si bien con arreglo a la ley, y procurando sin cesar la extensión de los limites del país, no prevé que las distancias estimularán las distancias y que con la extremada grandeza siembra semilla futura de su fraccionamiento político.

Los Estados Unidos del Norte se devorarán sin que nadie atice sus pasiones, porque el poder ejecutivo está mal combinado con el legislativo y con el judicial, y porque los poderes nacen allí de la corrupción de las elecciones, por medio de la cuales, á poco de hacerse aquellos dominios independientes de Inglaterra, se sobrepusieron ya las masas de demócratas ó pueblo bajo á los federales  ó republicanos que era la gente más rica é ilustrada del país. Porque los partido se han hecho siempre una guerra á muerte para asaltar los destinos públicos, á pesar de los esfuerzos de Monroe a principios  del siglo, y de otros hombres después para conciliarlos. Porque en los Congresos dominan  generalmente las fracciones de la intriga, y si algunas veces el ejecutivo ha logrado armonizar las funciones de los poderes ó avasallar alguno, han protestado ruidosamente los demócratas que no pudiendo vivir más que por la turbulencia, temen que las influencias legítimas se sobrepongan, aunque á la larga los Estados se someterán sin duda á un orden que emane del saber y de la riqueza, é imponiendo la dictadura dé fin á la existencia de los aventureros políticos. Porque la administración de justicia es bastante elástica, y con el fárrago de las leyes inglesas y las que sucesivamente se han ido haciendo por el Congreso, es cada vez más imperfecta, cada vez más venal, cada vez más escandalosos los medios que para enriquecerse usan los innumerables abogados, quiénes sostienen el pró y el contra con la misma impavidez, quiénes se coligan para que duren los litigios, quiénes  ni una verdadera jurisprudencia tienen todavía, aunque todos ellos han adoptado una fija, inmutable y por demás monstruosa, cual es la de castigar siempre al extranjero que quiere hacer prevalecer la justicia entre los yankees.  Tal es la desmoralización en este punto, que hasta los jurados, que podrán ser excelente institución en un pueblo morigerado, sabio y regido por leyes sencillas, claras y terminantes, son un  embrollo allí donde se absuelve á los criminales y nunca se falla a favor de los extranjeros.
Zaragoza, Justo.” [1]

Hasta dónde  José Martí pudo haber tenido conocimiento de la obra del integrista Zaragoza, es una incógnita.  No cabe la menor duda  que lo narrado es objetivo, visualizando la vida norteamericana  bajo el prisma de una aguda mirada, lo que fue captado por el historiador, con lo cual se alineó una vez conocido.







[1] Zaragoza, Justo. Las Insurrecciones en Cuba. Tomo I. Págs. 306-310. Imprenta de Manuel G. Hernández. Madrid, 1872.


SANCTI ESPÍRITUS COLONIAL. FOTOS


Iglesia Mayor





Puente río Yayabo


lunes, 7 de enero de 2013

: La transición Federico Laredo Brú- Fulgencio Batista (1939-1940)

Federico Laredo Brú
Filgencio Batista Zaldivar
Al tratar la temática, ¿en qué medida el rumbo y las prioridades del gobierno de Unidad Nacional presidido por Batista enlazará con las preferencias del movimiento comunista y obrero de la época?; pretendemos dejar establecido que la situación económica, política y social de Cuba entre 1939-1940 no daba alternativas posibles para dejar fuera del contexto político cubano a los sectores representativos del pueblo. Incluso, fue vital para el nuevo gobierno la concertación con el movimiento revolucionario y popular, a ello contribuyó, indudablemente, la situación creada con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Sostenemos este criterio: el contexto existente en Cuba durante el periodo 1939-1940 no dejaba más opción, de ignorarlo hubiera provocado un estallido revolucionario de consecuencias impredecibles para el nuevo mandatario presidencial, de ahí la táctica de atracción política llevada a cabo por Fulgencio Batista, en medio de un clima internacional favorable para el auge del movimiento de unidad nacional, lo que complica aún más el escenario económico, político y social cubano. Para este estudio hemos tenido en consideración los decretos, circulares y leyes que en el mes de enero de 1940 tomó el gobierno de Federico Laredo Brú, meses antes de la llegada al poder de Fulgencio Batista. De esta manera expondremos algunas de las bases legales que mantenían al país sumergido en una profunda crisis, muestra irrefutable de la disfuncionalidad que ostentaba el estado cubano como modelo republicano neocolonial.

De acuerdo a lo anterior presentamos el Decreto No. 1 de enero de 1940, el cual reconoce, en su primer por cuanto, que el Congreso no había llegado a aprobar el Presupuesto Nacional para el nuevo año y por ello continuó sobre la base del año anterior de acuerdo a lo que disponían el artículo 396 de la Ley Orgánica del Poder Ejecutivo. El referido presupuesto establecía las principales partidas:

        Defensa: 29,8%
        Educación: 19,7%
        Hacienda: 9,04%
        Sanidad y Beneficencia: 8,5%

Como vemos, la prioridad fundamental recae en la defensa. A la Secretaría de Hacienda, sostén esencial para el fomento de la economía, se destinó un exiguo presupuesto que en nada contribuiría resolver los agudos problemas dejados tras la crisis económica de 1929-33. Si a ello se le agrega que sólo el 3,1% se destinó a Obras Públicas y el 2,09% a la Agricultura, dejamos establecido cuáles serían los derroteros fundamentales a seguir por el nuevo gobierno ante el delicado escenario político cubano, o sea, dar continuidad a la crisis permanente que caracteriza la disfuncional república neocolonial cubana de la primera mitad del siglo XX.

Según la circular 136 del 29 de diciembre de 1939, los precios oficiales en los almacenes de azúcar de libre importación, se fijaban en:

Tabla 1

Estados Unidos
Otros países
Mariel
1,15
1,39
La Habana
1,15
1,40
Matanzas
1,13
1,29
Caibarién
1,12
1,38
Trinidad
1,09
1,35
Cienfuegos
1,13
1,38
Santiago de Cuba
1,14
1,40
Tomado de Gaceta Oficial de la República, enero 1940.

A través del decreto 80 de enero de 1940 se estableció la exportación de la zafra de 1940, cuya producción fue de 2 753 905 toneladas en total.

Tabla 2

Exportaciones
Toneladas
%
E.U. (libre exportación)
1 158 913
42,08
E.U. (retenido)
   500 000
18,15
Otros países (libres)
   383 844
13,93
Otros países (especiales)
   270 000
  9,80
Otros países (reservas)
   291 146
10,57
Tomado de Gaceta Oficial de la República, enero 1940.

Aún después de iniciada la Segunda Guerra Mundial no se apreció un alza de los precios del azúcar. Al entrar el año 1940, estos seguían siendo miserables para Cuba, expresión del intercambio desfavorable que mantenía a la Isla en una dependencia asfixiante hacia los Estados Unidos. El 60,23% del azúcar cubano era consumido por el mercado norteamericano a precios más ventajosos, según la Tabla 1, suponemos, entonces, que la Segunda Guerra Mundial no provocó de inmediato ventajas en los precios de dicho producto, como lo muestran los datos anteriormente presentados. Si se tiene en cuenta que no existía un precio único de exportación para todos los puertos de la isla, concluimos que las pérdidas ocasionadas a la economía cubana fueron millonarias, lo que agrava aún más la precaria realidad financiera de la Isla, situación esta muy poco considerada, pues comúnmente se expresa en la historiografía cubana de ese periodo “las exportaciones sobre la base de un precio fijo”, cuando lo ocurrido era totalmente diferente. Ahora bien, en las condiciones de precios más favorables que se refiere a otros países, deja pocas opciones de ingresos, pues representa el 23,73%. Entonces, según se aprecia en las tablas anteriores, la primera industria cubana, durante el periodo estudiado, transita por una situación financiera desastrosa.

En el ámbito de la penetración extranjera en Cuba merece especial atención el referido a las 95 Compañías de Fianzas y Seguros que operan en Cuba en enero de 1940, de ellas 31 pertenecen a firmas cubanas y 64 a extranjeras, fundamentalmente norteamericanos, aunque se observa la presencia inglesa, y en menor medida francesa, todas ellas representan el 67,3%. El dominio extranjero fue totalmente preponderante, especialmente después de la crisis económica de 1929-33. Estas compañías coparon el país en las ramas de los seguros marítimos, riesgos, accidentes de trabajo, seguro de vida e incendios. 

Según el Decreto No. 3260, de enero de 1940, se destinaron 93,0 m/p de los fondos especiales para la ejecución de caminos y carreteras. Ello representaba el 0,15% del presupuesto nacional, una imperceptible cantidad para solucionar tan grave problema socio-económico. Llama la atención que el 60,0 m/p fue destinado a la Provincia de Las Villas, lo que significaba el 64,5%, este se distribuyó de la siguiente manera:

Tabla 4

Carreteras
Presupuesto planificado
Santa Clara-Manicaragua
10,0 m/p
Rodas-Sagua la Grande            
10,0 m/p
Santa Clara-Sagua la Grande
10,0 m/p
Hanábana-Lequeitio
10,0 m/p
Santa Clara-Camajuaní
10,0 m/p
Tomado de Gaceta Oficial de la República, enero 1940.

Aún cuando el presupuesto destinado a Obras Públicas constituía una pequeña partida del presupuesto, mísero para acometer obras sociales trascendentales, salieron a relucir otras como lo expresado por el Decreto No. 3279, donde se disponía la suspensión de todo el personal de Obras Públicas de la división de Cárdenas, ello se justificó entonces con la falta de presupuesto, causa por la cual cientos de obreros quedaron cesantes.

Otro tanto sucedía en la Educación. El Decreto No. 3280 de enero de 1940 dispuso que, con motivo del agotamiento del crédito de “Haberes por sustitución”, por terminación del ejercicio económico de 1939, cesó todo el personal docente nombrado en las Escuelas Normales de Pinar del Río, Matanzas, Santa Clara, Camagüey y Oriente, que percibe haberes con cargo al citado capítulo de las Escuelas Normales.[1]

A través de este decreto sólo la provincia de La Habana se salvaba de dejar cesante a sus maestros y profesores, el resto del país incuestionablemente tendría que ver a estos engrosar el ejército de desocupados. Mientras tanto el gobierno disponía parte del presupuesto para la mantención de una flotilla de las Fuerzas Aéreas de Cuba que custodiara los aviones que se trasladarían a la Ciudad de La Habana para participar en el Carnaval Aéreo de los días 8 y 9 de enero de 1940, dinero que se aprobó a través del Decreto No. 3275, aduciendo en ese entonces, que ello sería una nueva oportunidad para atraer el turismo norteamericano hacia Cuba.

En tanto el gobierno de Laredo Brú subastaba (al mejor postor) los montes comprendidos entre la Boca del Río Tasajeras hasta la Zanja del Maniadero en la Ensenada de la Broa, y en los terrenos del Estado atravesados por el río Hatiguanico y sus diversos afluentes a la terminación de la Ciénaga de Zapata, un excelente y amplio territorio iría a parar a manos privadas según establecía el Decreto No. 3312. La Compañía Forestal de Batabanó lo adquirió por la risible cantidad de 8230 pesos, una vez ejecutada subasta.[2]

Al valorar el Adelanto de "Fondo de Presupuesto" del año fiscal de 1939 para los meses de enero-septiembre expuestos en la Gaceta Oficial de la República, en enero de 1940, se puede resumir lo siguiente:

·      Faltando tres meses para concluir el año se había ejecutado el 52,3% del presupuesto destinado a la Secretaría de Hacienda.
·      Según el Decreto No. 1 de enero de 1940 el cual fijaba el presupuesto para 1940 (el correspondiente a 1939) dejaba déficit a la República, según el balance en Adelanto de "Fondo de Presupuesto" con cierre septiembre de 1939, pues hasta esa fecha prácticamente se había agotado el presupuesto. La República tendría que sobrevivir con sólo 3 millones de pesos para el trimestre octubre-diciembre de 1939.
·      Del presupuesto fijo (de Deudas de la República, Poder Legislativo y Poder Judicial) se había gastado el 20,37%, en este acápite no aparece reflejado el gasto de la Presidencia, que puede considerarse también como fijo. Todo ello representaba 12 208 637 m/p, para un 22,01% del andamiaje administrativo y burocrático en ese momento, sólo comparado al presupuesto destinado a la defensa.


Conclusiones finales

·      La República de Cuba ante el tránsito constitucional Federico Laredo Brú-Fulgencio Batista estuvo caracterizada por una profunda crisis económica de tipo permanente, con un bajo y desequilibrado presupuesto, con desfavorables relaciones de intercambio y una alta penetración extranjera.
·      El presupuesto nacional se destina esencialmente a los principales polos de poder, negando toda posibilidad de desarrollo económico-social de las capas medias y bajas de la sociedad neocolonial cubana.
·      La situación socio-económica propende, en el orden objetivo, a la continuidad del proceso revolucionario cubano, caracterizado este por una fragmentación durante la década del 30 del siglo XX, la cual fue amplia y hábilmente manipulada por los altos grupos de poder.
·      El llamado gobierno de "concertación o de unidad nacional" de Fulgencio Batista en la medida que legitima la victoria del proceso revolucionario castra las posibilidades de su desarrollo, pues la tentativa política de atracción de Batista responde a este propósito, ante la compleja realidad económico-social del país en el año 1940.
·      La coyuntura internacional inmediata a la Segunda Guerra Mundial favorece las aspiraciones políticas de Fulgencio Batista lo que impide la concreción de un movimiento nacional concertado por un cambio radical de la situación económico-social de esos años.
·      La claudicación del movimiento revolucionario frente a los marcos legales ofrecidos por Fulgencio Batista prueba la existencia de fuertes contradicciones ideológicas entre los diversos grupos o personalidades prominentes de la sociedad cubana, lo cual no contribuiría al proceso de formación nacional.
·      De acuerdo a las circulares y decretos expuestos el gobierno, representante de la oligarquía financiera y terrateniente, acentúa la crisis económico-social del país y la dependencia hacia los Estados Unidos, situación por la cual una táctica de atracción de las fuerzas progresistas sería vital con el fin de obstaculizar todo intento de cambio revolucionario.

Observaciones:

El gobierno de Federico Laredo Brú es el producto de un golpe de Estado, perpetrado por Batista al presidente Miguel Mariano,  al exigirle  a éste que por cada saco de azúcar que se produjera en el país había que abonarle 9 centavos para sus planes mesiánicos del revivido Plan Trienal; esto demostraba la actuación práctica del militarismo en Cuba en los marcos de la Buena Vecindad de Roosevelt.
La situación internacional y la nacional que se presentaba entre 1937 y 1938 empujaban hacia cambios en el ejercicio del poder y a dejar a un lado los métodos represivos propios del militarismo.
Además, el auge del fascismo en Europa y su incidencia en el resto del mundo planteaba una coyuntura muy compleja dentro de las contradicciones entre la Alemania fascista y el imperialismo norteamericano.
 El gobierno de Roosevelt presionaba para enfrentar el peligro de la expansión nazi fascista, en lo que respecta  a su traspatio,  América Latina y a formar un bloque de contención. Esto obligaba a buscar alianzas con fuerzas democráticas antifascistas tanto al interior de Estados Unidos como en el continente, recordemos el New Deal.
Más que transición entre Laredo Bru-Batista lo que existe es una continuidad con nuevos métodos, pues a pesar de estar proclamado Laredo Brú como presidente de la República dentro de los marcos de la apertura democrática iniciada en 1937, Batista es quien rige los hilos de la política en Cuba, quien acata incondicionalmente los dictados de Roosevelt, dándole un cauce democrático a la situación de inestabilidad política que existía en Cuba.
Su gobierno constitucional de 1940 a 1944 dentro de la Unidad Nacional está dentro de esa óptica, por eso es que busca alianzas con las fuerzas antifascistas y democráticas, incluyendo  a los comunistas.
Los comunistas aceptan esta alianza, pues sería la forma, desde una gobierno de Unidad Nacional ayudar a la guerra contra el fascismo, la defensa de la URSS agredida por la Alemania hitleriana, y a  defender los intereses de la clase obrera frente a la carestía de la vida y la especulación.
La participación en un gobierno presidido por Batista, repudiado por la corrupción y lo que había representado como centro de la política represiva durante los años anteriores, tuvo un importante costo político en las masas populares, profundizado por la propaganda auténtica, ya que el PRC(A) se negó en todo momento a una política de unidad nacional y se mantuvo todo el tiempo en la oposición, desde la que fustigó a Batista y sostuvo invariablemente su posición anticomunista.

 



[1] Gaceta Oficial de la Repúblca de Cuba, enero 1949.
[2] Idem.