martes, 15 de enero de 2013

UN PASAJE DE LOS ESTADOS UNIDOS DESCRITO POR UN ANTI-INDEPENDENTISTA

Para los estudiosos de la vida de José Martí, este constituye uno de las figuras más visionarias sobre los Estados Unidos de la segunda mitad del siglo XIX, los acontecimientos internos que se agitaban en aquel país tuvieron en la pluma del más universal de los cubanos un tratamiento especial, así como de las pretensiones que en el orden de su política externa se vislumbraban para la América al sur del río Bravo; no obstante, otros antes que él habían ya sometido a crítica la vida económica, política  y social de de ese gran país, tal es el caso del historiador Justo Zaragoza(1833-1896), secretario del Gobierno político de La Habana, oficial de Voluntarios, anti independentista de pies a cabeza, y ferviente defensor del colonialismo español en Cuba.

Como historiador Zaragoza dio término a su obra Las Insurrecciones en Cuba que vio la luz en Madrid en el año 1872 en dos volúmenes.  En su obra recrea un pasaje de D. Mariano Torrente sobre los Estados Unidos que reproduce en toda su extensión:

“Dice D. Mariano Torrente, fundando muchas de sus afirmaciones en las del diplomático Onis, al ocuparse del primer elemento de vida de los Estados Unidos, ó sea el crédito público mercantil, que en tiempo que era allí tan escaso el numerario, comparado con la masa de papel en circulación, y tan exorbitantemente desproporcionada en los Bancos la cantidad de éste con sus fondos efectivos, que el público, aunque había perdido la confianza en ellos, tenía que sufrirlos, únicamente por la consideración de no perderlo todo; lo que era difícil en vista de la descarada inmoralidad general, de que daban pruebas patentes las exposiciones que el Congreso recibía con frecuencia, denunciando fraudes escandalosos y robos cometidos hasta por sus propios empleados. El engaño constituía un sistema de corriente y usual, que llegó al extremo de decidirse que antes se había considerado á los judíos capaces de engañar en todas partes al hombre más sagaz  y más prevenido; pero desde que en la Unión se iban tocando los frutos de su Constitución política, pasaba ya por máxima nacional que eran ineficaces ante las de un anglo americano todas las innobles habilidades del judío más astuto y más bellaco. Tan gratuita como poca honrosa máxima, confirmábase todos los días por cien bancarrotas, allí tan comunes, entre que apénas podía contarse una que no fuera fraudulenta; por ser el país donde con más ardides, con más dolo y mayor escándalo se traficaba, y el punto donde más de cerca se veia la poca consideración que la buena fé merecía al especulador, quien, guiado por la ley del propio interés, ni obedecía más impulso que al de la codicia, ni prestaba respeto alguno á otra cosa que el dinero.

La prueba de que el patriotismo, lo mismo que todas las demás santas afecciones, se subordinan allí al interés  del dinero, se vio a principios del presente siglo cuando la Gran  Bretaña declaró la guerra á aquella república, en cuya solemne ocasión, necesitando la patria sesenta y dos mil soldados para defenderse de los enemigos exteriores, no llegaron los alistados ni á trece mil ochocientos, á pesar de ofrecer el gobierno federal a cada voluntario ciento cincuenta pesos de enganche y por premio, además, ciento cincuenta   ácres de terrenos. Verdad es que la última guerra que acabó con la ruina de la mitad de la república, demostraron su valor del modo más horroroso y hasta inhumano, como demostraremos al ocuparnos de la influencia que ella ejerció en la isla de Cuba;  pero hay que tener en cuenta que fue la promovida entre los Estados del Norte y los del Sur una cuestión doméstica, que iban comprometidos los intereses de muchos; una guerra de despojo y de amor propio á la vez; y sabiendo que aquel pueblo por el período de fortuna que desde su independencia disfrutó, tenía la imaginación  fascinada y su vanidad en la mayor exaltación, no era de extrañar que tanto se distinguiese con los horrores de un valor rabioso, exento por cierto de la abnegación que los grandes capitanes y los héroes de la historia nos enseñan.

Creía el pueblo americano, en la época  á que  Torrente se refiere y aun hoy mismo cree, que sus instituciones, copiadas de las inglesas, son las mejores del mundo, no pensando, envanecido por los halagos de la fortuna, que la propia Constitución federal encierra en sí los elementos de discordia y de su disolución; por chocarse los intereses de cada Estado, porque ni el Código nacional ni los particulares bastan á contener las pasiones y los vicios de los diferentes habitantes, que al fin serán arrastrados por aquellas calamidades sociales, y porque incansable el gobierno federal en adquirir nuevos territorios, si bien con arreglo a la ley, y procurando sin cesar la extensión de los limites del país, no prevé que las distancias estimularán las distancias y que con la extremada grandeza siembra semilla futura de su fraccionamiento político.

Los Estados Unidos del Norte se devorarán sin que nadie atice sus pasiones, porque el poder ejecutivo está mal combinado con el legislativo y con el judicial, y porque los poderes nacen allí de la corrupción de las elecciones, por medio de la cuales, á poco de hacerse aquellos dominios independientes de Inglaterra, se sobrepusieron ya las masas de demócratas ó pueblo bajo á los federales  ó republicanos que era la gente más rica é ilustrada del país. Porque los partido se han hecho siempre una guerra á muerte para asaltar los destinos públicos, á pesar de los esfuerzos de Monroe a principios  del siglo, y de otros hombres después para conciliarlos. Porque en los Congresos dominan  generalmente las fracciones de la intriga, y si algunas veces el ejecutivo ha logrado armonizar las funciones de los poderes ó avasallar alguno, han protestado ruidosamente los demócratas que no pudiendo vivir más que por la turbulencia, temen que las influencias legítimas se sobrepongan, aunque á la larga los Estados se someterán sin duda á un orden que emane del saber y de la riqueza, é imponiendo la dictadura dé fin á la existencia de los aventureros políticos. Porque la administración de justicia es bastante elástica, y con el fárrago de las leyes inglesas y las que sucesivamente se han ido haciendo por el Congreso, es cada vez más imperfecta, cada vez más venal, cada vez más escandalosos los medios que para enriquecerse usan los innumerables abogados, quiénes sostienen el pró y el contra con la misma impavidez, quiénes se coligan para que duren los litigios, quiénes  ni una verdadera jurisprudencia tienen todavía, aunque todos ellos han adoptado una fija, inmutable y por demás monstruosa, cual es la de castigar siempre al extranjero que quiere hacer prevalecer la justicia entre los yankees.  Tal es la desmoralización en este punto, que hasta los jurados, que podrán ser excelente institución en un pueblo morigerado, sabio y regido por leyes sencillas, claras y terminantes, son un  embrollo allí donde se absuelve á los criminales y nunca se falla a favor de los extranjeros.
Zaragoza, Justo.” [1]

Hasta dónde  José Martí pudo haber tenido conocimiento de la obra del integrista Zaragoza, es una incógnita.  No cabe la menor duda  que lo narrado es objetivo, visualizando la vida norteamericana  bajo el prisma de una aguda mirada, lo que fue captado por el historiador, con lo cual se alineó una vez conocido.







[1] Zaragoza, Justo. Las Insurrecciones en Cuba. Tomo I. Págs. 306-310. Imprenta de Manuel G. Hernández. Madrid, 1872.


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