sábado, 19 de enero de 2013

EQUILIBRIO MARTIANO Y GEOPOLÍTICA. I PARTE

Al analizar el período de formación del Estado Moderno (1775-1918) norteamericano se nos presenta una nación que en su formación exhibe características que se diferencian de los Estados Nacionales europeos considerados como clásicos. No  es posible separar geopolítica del propio surgimiento y desarrollo del estado, de ahí que nos dediquemos en un primer momento a identificar los momentos culminantes en la evolución del mismo hasta el año 1918, pues la concepción martiana sobre el equilibrio del mundo es su opuesto, que como veremos en otro momento aparece como una filosofía coherente ante la pujante geopolítica imperial en formación.

Un rasgo distintivo de la política norteamericana hacia las nacientes repúblicas latinoamericanas ya desde el comienzo de su bregar por medios propios sin el tutelaje imperial europeo, a inicios del siglo XIX, fue el planteamiento de la “América americana” que se desprende de la doctrina monroísta (1823)[1], es a través de esta desde donde prevé la formación de un sistema americano lejos de toda intromisión trasatlántica. Aprovecha la oportunidad que le dan los gobiernos de estas naciones, en conflicto con los grandes de Europa, después de siglos de explotación, para intervenir en sus asuntos, usar sus economías y participar en las regalías que le ofrecen los necesitados del sur.
“Sería un descrédito a la memoria de James Monroe el compararlo con mistificadores como James Polk, Theodore Roosevelt o Ronald Reagan, por ejemplo. No entró en su propósito el capricho de transformar a su patria en gerente del continente. Su responsabilidad estaba –no es poca por lo demás- en haber montado el dispositivo que podía encubrir y favorecer, si no estimular, la gula expansionista. Es imposible, por otra parte eliminar cierta referencia monroísta de toda esa abigarrada nomenclatura que a través de los tiempos ostentó como divisa la voracidad norteamericana: “Destino Manifiesto”, “Interés Superior”, “Diplomacia del Dólar”, “Política del Gran Garrote”, “Protección Ilimitada”.”[2]
La victoria de los Estados del Norte sobre los Estados del Sur crearían la premisas básicas esenciales que podrían en pie a los actuales Estados Unidos de Norteamérica; antes -julio de 1863- tras la victoria obtenida en la batalla de Gettysburg, Lincoln había expresado “que la Unión bajo un nuevo amparo de Dios, tenga un nuevo brote de libertad, y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no desaparezca de la faz de la tierra”[3]. Estos principios no fueron consagrados en la Constitución Norteamericana; tampoco viviría el eminente ideólogo para ver sus profecías; concluida la contienda en 1865, es  asesinado el Presidente victorioso a manos de un  “fanático esclavista”.  La posterior vida republicana de los Estados Unidos no consagraría jamás estos postulados en las enmiendas posteriores de la Constitución hasta nuestros días y muchos menos objeto de política interna; el proceso de formación nacional y de la nación norteamericana careció desde un inicio de los principios humanistas que la “Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano” postulaba. El Estado Nación después del año 1865 rompió con todos los esquemas anteriores, tanto de propiedad como de poderes;  es el tránsito hacia el despeje de una ecuación donde la formula siempre arroja el mismo resultado: el desarrollo capitalista; exacerbando el nacionalismo para dar el paso hacia el concepto en política-desde arriba-de gran nación.

Dos temas trascendentales del Estado Moderno norteamericano  ya estaban presente para esta etapa en la élite de poder: seguridad nacional y desarrollo. Ninguno hubiera prosperado de no haberse inflado el exclusivismo nacionalista del norteamericano y  de su modo de vida. El nacionalismo es en este caso antesala de un profundo proceso que daría como resultado la conversión de esa nación en  potencia imperialista. Si en 1860,  Estados Unidos ocupaba el cuarto lugar entre las naciones del mundo en cuento a la producción manufacturera, en 1894 había saltado al primer lugar, mientras que el valor de las manufacturas había sobrepasado casi en cinco veces el de 1860; tales crecimiento sólo se dieron en este país.

Hacia la década del 70 del siglo XIX los Estados Unidos gracias a la Revolución Industrial llevada a cabo había alcanzado un significativo desarrollo industrial y agrícola, ello permitió aumentar sus exportaciones. Este proceso sentó las bases indispensables para el futuro desarrollo acelerado del capitalismo, lo que permitió en un breve lapso de tiempo pasar de la fase pre monopolista a la fase imperialista. Al arribar a una fase superior del capitalismo a finales del siglo XIX en este país se había consolidado unido al desarrollo alcanzado el Estado Nación, tal y como lo conocemos en la actualidad; con una extensa red de instituciones lucrativas y no lucrativas que hacían brillar ante el mundo el modelo “democrático” del “American way of like”, estaban dadas las condiciones internas necesarias para alcanzar empeños mayores de expansión y de dominación a nivel mundial. 

El Estado se ajusta y reajusta a las nuevas circunstancias históricas  que  tienen lugar en esa nación y lo convierten a fínanles del siglo XIX y principios del XX en un Estado Nación Moderno con características diferentes a los tradicionales europeos; la evolución del mismo en los Estados Unidos fusiona a las oligarquías burguesas-las de capital industrial y financiero-a los resortes de poder, son sus adictos participantes y los propulsores del nacionalismo en el orden ideológico para la nación norteamericana, poder e ideología se entrelazan en tal magnitud que hace imposible cualquier otro tipo de variante del Estado Nación norteamericano hasta nuestros días. 

Hasta donde estas combinaciones son posibles  y pueden arrastrar a un pueblo y una nación a la guerra atizando el “sentimiento nacional” o tergiversando ese sentimiento quedaron demostradas con la Guerra Hispano-Cubano Norteamericana en la última década del siglo XIX. La intervención norteamericana (1898) en la gesta independentista de Cuba se produce cuando está claramente dirimido en el campo de batalla el fracaso de las fuerzas españolas, es este y no otro el momento en que culmina la “espera paciente” Jeffersionana, Estados Unidos es lo suficiente y autosuficientemente fuerte como para aplicar la Doctrina Monroe y la del Destino Manifiesto sin interesar en lo absoluto lo que en política los europeos puedan pensar y hasta actuar. Los políticos calcular hasta donde se podía atizar el “sentimiento nacional favorable” para declarar la guerra; la prensa crear el clímax  en la nación norteamericana que se aviniera a los cálculos de los líderes políticos. 

La Resolución Conjunta aprobada por el Congreso de los Estados Unidos el 18 de abril de 1898 y sancionada por el Presidente Mc Kinley el 20 de abril, dos días después, son el claro resultado de un largo proceso y de una combinación de poderes para lograr situar al moderno Estado Nación norteamericano como guía y garante de los destinos futuros del mundo; España y por consiguiente Cuba eran sólo piezas de ese ajedrez político para la era del imperialismo norteamericano; tres poderes engrasados en esos objetivos: ejecutivo, legislativo y judicial; uno nuevo adicionado, el de la gran prensa.

Concluida la  primera guerra imperialista con los Acuerdos de París el 10 de diciembre de 1898 España sería un reducto de dependencia, Cuba y otras regiones bien distantes de los Estados Unidos comenzarían a girar al entrar en el siglo XX en la orbita de un “Gran Estado Nación” imperialista con todos los visos de modernidad; se inaugura  una época en cual el “Gran Estado Nación” imperialista; hará dependientes a otros Estados Nacionales; que hasta dónde son nacionales o no, en tanto son dependientes, no está a la altura de este trabajo responder; si nos atenemos a que Nación y dependencia son excluyentes u opuestos, justifica con creces este criterio pues requiere de un estudio e investigación profunda que no está dentro de este tema, pero forma parte de el. Había terminado una etapa, “Ahora, los políticos y los intereses empresariales de todo el país tenían el sabor del imperio en los labios”[4]

Podría cuestionarse entonces si los Estados Unidos como país presenta un Estado Nación desde 1775 y hasta 1918; la respuesta a esta interrogante pasa por la propia evolución  del Estado norteamericano; a nuestro criterio son  tres las etapas:

Primera etapa: 1775-1865

 Es un período anómalo, de “equilibrio” de dos sistemas de producción: capitalismo y esclavitud, donde el segundo frena las potencialidades del primero, donde el poder del estado es muchas veces anulado por la propia contradicción.

Segunda etapa: 1865-1897.

Expansión del capitalismo; de afianzamiento y desarrollo de la economía norteamericana; de existencia de un Estado Nación moderno que arriba a finales del siglo XIX a una nueva fase superior del capitalismo: el imperialismo. Es un período en el cual tiene lugar el afianzamiento del nacionalismo  y la nacionalidad norteamericana. Aparece el Gran Estado Nación imperialista.

Tercera etapa: se inicia en 1898, hasta la actualidad.

Es un período de expansión del Gran Estado Nación imperialista hacia la conquista de la hegemonía mundial; se inicia con la guerra Hispano Cubana Norteamericana, pasa por dos contiendas mundiales en las cuales Estados Unidos ve fortalecidas sus posiciones y ocupa un liderazgo indiscutible a nivel mundial.

EL GRAN ESTADO NACIÓN IMPERIALISTA ENTRE 1898-1918

Estados Unidos había resultado el vencedor en la Guerra Hispano Cubano Norteamericana.  El Estado Nación  había  hecho suyas  las ideas y teorías de Alfred T. Mahan sobre la necesidad del poderío naval lo suficientemente fuerte y superior de los Estados Unidos en las condiciones de dominación mundial,  los resultados no podían ser mejores, España a pesar de su debilidad,  había sido el conejillo para su primer ensayo; en la isla de Cuba aparecería la Base  Naval de Guantánamo, embrión de otras  tantas que serían creadas por el mundo  a fin de alcanzar sus objetivos hegemónicos. El mensaje a la nación del Presidente Teodoro Roosevelt de 1904 daba un nuevo impulso a la doctrina Monroe en los propósitos de la nación norteamericana de cara al siglo XX:
“Si una nación demuestra que sabe actuar con una eficacia razonable y con el sentido de las conveniencias en materia social y política, si mantiene el orden y respeta sus obligaciones, no tiene por qué temer una intervención de Estaos Unidos. La injusticia crónica o la importancia que resaltan de un relajamiento general de las reglas de una sociedad civilizada pueden, a fin de cuentas, en América o fuera de ella, la intervención de una nación civilizada; y en el hemisferio occidental,  la adhesión de los Estados Unidos, aunque en contra de sus deseos, en casos fragrantes de injusticia o de impotencia, a ejercer un poder de política internacional”[5]
La I Guerra Mundial constituyó un momento trascendente en los objetivos del Estado Nación de este país. La conflagración se desarrollo en condiciones ideales para los Estados Unidos al tener como escenario territorios bien alejados de sus fronteras en circunstancias en que la revolución industrial había fomentado una poderosa industria, pero necesitada  de mercados. La “neutralidad” ante la contienda le permitió mantener un sistema de relaciones entre contendientes; de esa manera Estados Unidos encontró un mercado fácil donde ubicar sus producciones y a fomentar el germen de lo que sería la futura dependencia de los Estados europeos hacia el Estado Nación norteamericano, Estados Unidos había pasado al concluir la guerra de nación  deudora a acreedora.

La I Guerra Mundial tuvo una consecuencia directa sobre el Estado Nación norteamericano; los poderes del Presidente se habían fortalecido en detrimento del poder del Congreso, que aunque conservaba fuerza en materia de política exterior, había perdido terreno. La paz concertada a través del Tratado de Versalles si bien no fue aprobada por el Congreso de los Estados Unidos; brindo para la oligarquía burguesa y la élite de poder la garantía de poder exportar todo género de producciones y conceder amplios créditos para la reconstrucción económica de los principales países capitalistas europeos –Inglaterra, Italia, Alemania y Francia-  todo lo cual aseguró al Estado Nación imperialista norteamericano una fuerte posición política ante sus correligionarios a nivel internacional, teniendo estos a su vez un alto nivel de dependencia económica hacia los Estados Unidos.

Los acuerdos de Versalles contemplaron la creación de una nueva institución a nivel mundial  con el objetivo implantar  orden en las relaciones internacionales; la mundial, la Sociedad de Naciones. Paradójicamente el Congreso de los Estados Unidos se opuso a que el Estado norteamericano ingresara en ella pues consideraba que era más beneficioso para la política internacional de los Estados Unidos mantener una posición neutral que le diera la posibilidad de no involucrarse en conflictos lo cual facilitaba cualquier tipo de acción sin estar involucrada; traducido en política: poder intervenir de acuerdo a sus propios intereses.

Concluyen los primeros 20 años del siglo XX -lapso de tiempo relativamente corto pero decisivo- para  los Estados Unidos. El Estado Nación norteamericano de fínanles del siglo XIX se trasforma en Gran Estado Nación imperialista. Concluida la I Guerra Mundial en 1918, el mundo será otro;  dará comienzo el ciclo del dominio hegemónico norteamericano o el llamado siglo XX norteamericano. Es a partir de entonces que aparecen fundidos en sí mismo  el gran estado nación y geopolítica imperial.



[1] Fue esta la primera doctrina concreta norteamericana en materia de relaciones exteriores. Rafael San Martín, Ob. cit. p. 158
[2] Rafael San Martín, Ob. cit. p. 160
[3] Nocionales de la Historia de Los Estados Unidos de América Autor: Benito Xavier Pérez. Secretaría de Educación Pública. México. 1944
[4] Howar Zinn. La otra historia de los Estados Unidos. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana 2006. Pág. 224
[5] Nestor García Itúrbides. Estados Unidos de Raíz. Centro de Estudios Martianos. 2007. Pág. 152.

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