lunes, 3 de diciembre de 2012

De la llegada de los chinos a Cuba




Hacia la segunda mitad del siglo XIX, el dilema sobre la abolición de la esclavitud planteó para los ricos plantadores y productores de azúcares de la mayor de las Antillas la “pertinaz” iniciativa de introducir mano de obra blanca, recomendación que el ilustre José Antonio Saco había constantemente formulado pero con pocos efectos prácticos.  El exceso de la población de color y los aires siempre presente de revuelta de la “negrada”, condujeron  a que la Junta de Comercio de la Habana, órgano en el que figuraban comerciantes, hacendados y representantes del gobierno en la isla, crearan la Junta de Población Blanca, cuyo fin estaría encaminado a la formulación de proyectos para la introducción de ciudadanos europeos y asiáticos, destinados a trabajar  en los ingenios u otras ocupaciones. Por Real  Orden de 2 de mayo de 1854, la corona española autorizó que se llevasen adelante los proyectos, no sin antes dejar establecido  un reglamento para los colonos que debían ingresar a Cuba; todo ello condujo a la creación de la “Compañía patriótica mercantil”, encargada de llevar a feliz término el trasiego humano.

Tales son las condiciones que hacen que el año 1856, lleven al chino Fulgencio a la firma de un contrato de trabajo por 8 años en la isla de Cuba; entonces tenía 22 años; natural de Amoy (Xiamen); carecía de elemental educación, al no ser la trasmitida por su familia y las tradicionales  de aquella antiquísima cultura; por ello no pudo estampar su firma ni representarse con su nombre de pila en el contrato; desde aquel mismo instante; fueron los agentes contratistas los autores de su  nueva identidad.  A partir de aquel día-10 de marzo- le comenzaría a correr un salario de cuatro pesos al mes y declaraba “que me conformo en el salario estipulado, aunque sé y me consta es mucho mayor el que ganan los jornaleros libres y los esclavos en la isla de Cuba”. [1]

Fulgencio J. Orh, que fue como quedó inscrito en el contrato asumía que “trabajaré en todas las faenas que allí se acostumbran ya sea en el campo. ó en las poblaciones”(…)”las horas de trabajo que serán fijadas por el patrono á cuyas órdenes se me ponga”(…) “Quedo desde luego sometido al orden y disciplina que se observe en cualquier  parte donde se me emplee, así como el sistema de corrección que esté en planta”(…) “Bajo ningún concepto podré durante los ocho años de mi compromiso, negar mis servicios á la persona á quien se traspase este Contrato, ni evadirme de su poder, ni siquiera intentarlo por causa alguna”[2] Tales eran  entre otras, las condiciones que para los culies chinos los hacendados  y comerciantes de la “Compañía  Patriótica” les imponían después de una larga travesía no exenta  de calamidades.

A finales del año 1856, hizo su entrada por el puerto de La Habana  donde fue internado de acuerdo a como era fijado por las Ordenanzas Coloniales a las cuales la compañía se veía sujeta a cumplir según había establecido la Reina Isabel II para el restablecimiento después de un largo trayecto marítimo.

Definitivamente pasó  a cumplir su contrato en Alacranes, pero antes fue sometido a un  acto de juramento en la Villa de San Juan de los Guines el 28 de enero de 1857, que lo despojaba de lo poco que aún le quedaba, entonces se comprometía a “guardar fidelidad á la expresada religión cristiana, romana, á S. M. la Reina Nuestra Señora”(…) no mantener relación de dependencia, ni sujeción civil alguna, al país de su naturalidad, renunciando a todo fuero, de derecho y protección de extranjería que pudiera favorecerle”[3];  en estas circunstancias, la posibilidad de  todo retorno a la patria quedaba invalidada; en el mejor de los casos era otro esclavo cuyo color de  la piel no era negro.

Estas y no otras fueron las causas de la masiva incorporación de los chinos a la independencia de Cuba al iniciarse la contienda el 10 de octubre de 1868, única solución posible a la trágica situación  en que se encontraban miles de chinos, sus destinos  estaban en el campo insurrecto;  podrían convertirse por lo menos en hombres libres a pesar de no regresar nunca a su patria de origen.

Gonzalo de Quezada y Aróstegui (1868-1915), colaborador de José Martí, refiriéndose  a la participación de los chinos en las gestas independentista del siglo XIX  en Cuba  definiría el alto desempeño que estos tuvieron en aquellos acontecimientos:
….”no hubo un chino en Cuba que no abrazara la causa de la libertad y cuando en nuestra patria redimida se rinda pleito homenaje al patriotismo y se erija  un monumento a los que compartieron juntamente con los esclavos negros y esclavos blancos, las victorias y sinsabores de la Guerra de los Diez Años, a aquellos que ayudaron a consolidar con su sangre la fraternidad y equidad en nuestra patria, cuando podamos levantar  al chino un monumento digno, bastará  grabar con caracteres indelebles en su pedestal estas palabras:
¡No hubo ningún chino desertor; no hubo ningún chino traidor ¡ [4]
El chino Fulgencio es tan solo un ejemplo, otros miles  estuvieron sujetos a iguales o peores situaciones que el medio-esclavitud- después les imponía.





[1] Fondo Ayuntamiento de Santa Clara. Legajo 1. Expediente 4. Archivo Histórico Provincial. Santa Clara. Villa Clara.
[2] Ob. Cit.
[3] Ob. Cit.
[4] Quezada y Aróstegui, Gonzalo. Los Chinos y la Independencia de Cuba.

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