Para los estudiosos de la vida de José Martí, este
constituye uno de las figuras más visionarias sobre los Estados Unidos de la
segunda mitad del siglo XIX, los acontecimientos internos que se agitaban en
aquel país tuvieron en la pluma del más universal de los cubanos un tratamiento
especial, así como de las pretensiones que en el orden de su política externa
se vislumbraban para la
América al sur del río Bravo; no obstante, otros antes que él
habían ya sometido a crítica la vida económica, política y social de de ese gran país, tal es el caso
del historiador Justo Zaragoza(1833-1896), secretario del Gobierno político de La Habana, oficial de
Voluntarios, anti independentista de pies a cabeza, y ferviente defensor del
colonialismo español en Cuba.
Como historiador Zaragoza dio término a su obra Las
Insurrecciones en Cuba que vio la luz en Madrid en el año 1872 en dos volúmenes. En su obra recrea un pasaje de D. Mariano
Torrente sobre los Estados Unidos que reproduce en toda su extensión:
“Dice D. Mariano Torrente, fundando muchas de sus
afirmaciones en las del diplomático Onis, al ocuparse del primer elemento de
vida de los Estados Unidos, ó sea el crédito público mercantil, que en tiempo
que era allí tan escaso el numerario, comparado con la masa de papel en
circulación, y tan exorbitantemente desproporcionada en los Bancos la cantidad
de éste con sus fondos efectivos, que el público, aunque había perdido la
confianza en ellos, tenía que sufrirlos, únicamente por la consideración de no
perderlo todo; lo que era difícil en vista de la descarada inmoralidad general,
de que daban pruebas patentes las exposiciones que el Congreso recibía con
frecuencia, denunciando fraudes escandalosos y robos cometidos hasta por sus
propios empleados. El engaño constituía un sistema de corriente y usual, que
llegó al extremo de decidirse que antes se había considerado á los judíos
capaces de engañar en todas partes al hombre más sagaz y más prevenido; pero desde que en la Unión se iban tocando los
frutos de su Constitución política, pasaba ya por máxima nacional que eran
ineficaces ante las de un anglo americano todas las innobles habilidades del
judío más astuto y más bellaco. Tan gratuita como poca honrosa máxima,
confirmábase todos los días por cien bancarrotas, allí tan comunes, entre que apénas
podía contarse una que no fuera fraudulenta; por ser el país donde con más
ardides, con más dolo y mayor escándalo se traficaba, y el punto donde más de
cerca se veia la poca consideración que la buena fé merecía al especulador,
quien, guiado por la ley del propio interés, ni obedecía más impulso que al de
la codicia, ni prestaba respeto alguno á otra cosa que el dinero.
La prueba de que el patriotismo, lo mismo que todas
las demás santas afecciones, se subordinan allí al interés del dinero, se vio a principios del presente
siglo cuando la Gran Bretaña declaró la guerra á
aquella república, en cuya solemne ocasión, necesitando la patria sesenta y dos
mil soldados para defenderse de los enemigos exteriores, no llegaron los
alistados ni á trece mil ochocientos, á pesar de ofrecer el gobierno federal a
cada voluntario ciento cincuenta pesos de enganche y por premio, además, ciento
cincuenta ácres de terrenos. Verdad es
que la última guerra que acabó con la ruina de la mitad de la república,
demostraron su valor del modo más horroroso y hasta inhumano, como
demostraremos al ocuparnos de la influencia que ella ejerció en la isla de
Cuba; pero hay que tener en cuenta que
fue la promovida entre los Estados del Norte y los del Sur una cuestión
doméstica, que iban comprometidos los intereses de muchos; una guerra de
despojo y de amor propio á la vez; y sabiendo que aquel pueblo por el período
de fortuna que desde su independencia disfrutó, tenía la imaginación fascinada y su vanidad en la mayor
exaltación, no era de extrañar que tanto se distinguiese con los horrores de un
valor rabioso, exento por cierto de la abnegación que los grandes capitanes y
los héroes de la historia nos enseñan.
Creía el pueblo americano, en la época á que
Torrente se refiere y aun hoy mismo cree, que sus instituciones,
copiadas de las inglesas, son las mejores del mundo, no pensando, envanecido
por los halagos de la fortuna, que la propia Constitución federal encierra en
sí los elementos de discordia y de su disolución; por chocarse los intereses de
cada Estado, porque ni el Código nacional ni los particulares bastan á contener
las pasiones y los vicios de los diferentes habitantes, que al fin serán
arrastrados por aquellas calamidades sociales, y porque incansable el gobierno
federal en adquirir nuevos territorios, si bien con arreglo a la ley, y
procurando sin cesar la extensión de los limites del país, no prevé que las
distancias estimularán las distancias y que con la extremada grandeza siembra
semilla futura de su fraccionamiento político.
Los Estados Unidos del Norte se devorarán sin que
nadie atice sus pasiones, porque el poder ejecutivo está mal combinado con el
legislativo y con el judicial, y porque los poderes nacen allí de la corrupción
de las elecciones, por medio de la cuales, á poco de hacerse aquellos dominios
independientes de Inglaterra, se sobrepusieron ya las masas de demócratas ó
pueblo bajo á los federales ó
republicanos que era la gente más rica é ilustrada del país. Porque los partido
se han hecho siempre una guerra á muerte para asaltar los destinos públicos, á
pesar de los esfuerzos de Monroe a principios
del siglo, y de otros hombres después para conciliarlos. Porque en los
Congresos dominan generalmente las
fracciones de la intriga, y si algunas veces el ejecutivo ha logrado armonizar
las funciones de los poderes ó avasallar alguno, han protestado ruidosamente
los demócratas que no pudiendo vivir más que por la turbulencia, temen que las
influencias legítimas se sobrepongan, aunque á la larga los Estados se
someterán sin duda á un orden que emane del saber y de la riqueza, é imponiendo
la dictadura dé fin á la existencia de los aventureros políticos. Porque la
administración de justicia es bastante elástica, y con el fárrago de las leyes
inglesas y las que sucesivamente se han ido haciendo por el Congreso, es cada
vez más imperfecta, cada vez más venal, cada vez más escandalosos los medios
que para enriquecerse usan los innumerables abogados, quiénes sostienen el pró
y el contra con la misma impavidez, quiénes se coligan para que duren los
litigios, quiénes ni una verdadera
jurisprudencia tienen todavía, aunque todos ellos han adoptado una fija,
inmutable y por demás monstruosa, cual es la de castigar siempre al extranjero
que quiere hacer prevalecer la justicia entre los yankees. Tal es la desmoralización en este punto, que
hasta los jurados, que podrán ser excelente institución en un pueblo
morigerado, sabio y regido por leyes sencillas, claras y terminantes, son
un embrollo allí donde se absuelve á los
criminales y nunca se falla a favor de los extranjeros.
Zaragoza, Justo.” [1]
Hasta dónde
José Martí pudo haber tenido conocimiento de la obra del integrista Zaragoza,
es una incógnita. No cabe la menor duda que lo narrado es objetivo, visualizando la
vida norteamericana bajo el prisma de
una aguda mirada, lo que fue captado por el historiador, con lo cual se alineó
una vez conocido.
[1] Zaragoza, Justo. Las Insurrecciones en Cuba. Tomo I.
Págs. 306-310. Imprenta de Manuel G. Hernández. Madrid, 1872.
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