Al analizar
el período de formación del Estado Moderno (1775-1918) norteamericano se nos
presenta una nación que en su formación exhibe características que se
diferencian de los Estados Nacionales europeos considerados como clásicos.
No es posible separar geopolítica del
propio surgimiento y desarrollo del estado, de ahí que nos dediquemos en un
primer momento a identificar los momentos culminantes en la evolución del mismo
hasta el año 1918, pues la concepción martiana sobre el equilibrio del mundo es
su opuesto, que como veremos en otro momento aparece como una filosofía
coherente ante la pujante geopolítica imperial en formación.
Un rasgo distintivo de la política norteamericana hacia las
nacientes repúblicas latinoamericanas ya desde el comienzo de su bregar por
medios propios sin el tutelaje imperial europeo, a inicios del siglo XIX, fue
el planteamiento de la “América americana”
que se desprende de la doctrina monroísta (1823)[1], es a
través de esta desde donde prevé la formación de un sistema americano lejos de
toda intromisión trasatlántica. Aprovecha la oportunidad que le dan los
gobiernos de estas naciones, en conflicto con los grandes de Europa, después de
siglos de explotación, para intervenir en sus asuntos, usar sus economías y
participar en las regalías que le ofrecen los necesitados del sur.
“Sería
un descrédito a la memoria de James Monroe el compararlo con mistificadores
como James Polk, Theodore Roosevelt o Ronald Reagan, por ejemplo. No entró en
su propósito el capricho de transformar a su patria en gerente del continente.
Su responsabilidad estaba –no es poca por lo demás- en haber montado el
dispositivo que podía encubrir y favorecer, si no estimular, la gula
expansionista. Es imposible, por otra parte eliminar cierta referencia monroísta
de toda esa abigarrada nomenclatura que a través de los tiempos ostentó como
divisa la voracidad norteamericana: “Destino Manifiesto”, “Interés Superior”,
“Diplomacia del Dólar”, “Política del Gran Garrote”, “Protección Ilimitada”.”[2]
La victoria de los Estados del Norte sobre los Estados del
Sur crearían la premisas básicas esenciales que podrían en pie a los actuales
Estados Unidos de Norteamérica; antes -julio de 1863- tras la victoria obtenida
en la batalla de Gettysburg, Lincoln había expresado “que la Unión bajo un nuevo amparo
de Dios, tenga un nuevo brote de libertad, y que el gobierno del pueblo, por el
pueblo y para el pueblo, no desaparezca de la faz de la tierra”[3]. Estos
principios no fueron consagrados en la Constitución
Norteamericana; tampoco viviría el eminente ideólogo para ver
sus profecías; concluida la contienda en 1865, es asesinado el Presidente victorioso a manos de
un “fanático esclavista”. La posterior vida republicana de los Estados
Unidos no consagraría jamás estos postulados en las enmiendas posteriores de la Constitución hasta
nuestros días y muchos menos objeto de política interna; el proceso de
formación nacional y de la nación norteamericana careció desde un inicio de los
principios humanistas que la “Declaración de los Derechos del Hombre y el
Ciudadano” postulaba. El Estado Nación después del año 1865 rompió con todos
los esquemas anteriores, tanto de propiedad como de poderes; es el tránsito hacia el despeje de una
ecuación donde la formula siempre arroja el mismo resultado: el desarrollo
capitalista; exacerbando el nacionalismo para dar el paso hacia el concepto en
política-desde arriba-de gran nación.
Dos temas trascendentales del Estado Moderno
norteamericano ya estaban presente para
esta etapa en la élite de poder: seguridad nacional y desarrollo. Ninguno
hubiera prosperado de no haberse inflado el exclusivismo nacionalista del
norteamericano y de su modo de vida. El
nacionalismo es en este caso antesala de un profundo proceso que daría como
resultado la conversión de esa nación en
potencia imperialista. Si en 1860,
Estados Unidos ocupaba el cuarto lugar entre las naciones del mundo en
cuento a la producción manufacturera, en 1894 había saltado al primer lugar,
mientras que el valor de las manufacturas había sobrepasado casi en cinco veces
el de 1860; tales crecimiento sólo se dieron en este país.
Hacia la década del 70 del siglo XIX los Estados Unidos
gracias a la
Revolución Industrial llevada a cabo había alcanzado un
significativo desarrollo industrial y agrícola, ello permitió aumentar sus
exportaciones. Este proceso sentó las bases indispensables para el futuro
desarrollo acelerado del capitalismo, lo que permitió en un breve lapso de
tiempo pasar de la fase pre monopolista a la fase imperialista. Al arribar a una
fase superior del capitalismo a finales del siglo XIX en este país se había
consolidado unido al desarrollo alcanzado el Estado Nación, tal y como lo
conocemos en la actualidad; con una extensa red de instituciones lucrativas y
no lucrativas que hacían brillar ante el mundo el modelo “democrático” del
“American way of like”, estaban dadas las condiciones internas necesarias para
alcanzar empeños mayores de expansión y de dominación a nivel mundial.
El Estado se ajusta y reajusta a las nuevas circunstancias
históricas que tienen lugar en esa nación y lo convierten a
fínanles del siglo XIX y principios del XX en un Estado Nación Moderno con
características diferentes a los tradicionales europeos; la evolución del mismo
en los Estados Unidos fusiona a las oligarquías burguesas-las de capital
industrial y financiero-a los resortes de poder, son sus adictos participantes
y los propulsores del nacionalismo en el orden ideológico para la nación
norteamericana, poder e ideología se entrelazan en tal magnitud que hace
imposible cualquier otro tipo de variante del Estado Nación norteamericano
hasta nuestros días.
Hasta donde estas combinaciones son posibles y pueden arrastrar a un pueblo y una nación a
la guerra atizando el “sentimiento nacional” o tergiversando ese sentimiento
quedaron demostradas con la Guerra Hispano-Cubano Norteamericana en la última
década del siglo XIX. La intervención norteamericana (1898) en la gesta
independentista de Cuba se produce cuando está claramente dirimido en el campo
de batalla el fracaso de las fuerzas españolas, es este y no otro el momento en
que culmina la “espera paciente” Jeffersionana, Estados Unidos es lo suficiente
y autosuficientemente fuerte como para aplicar la Doctrina Monroe y
la del Destino Manifiesto sin interesar en lo absoluto lo que en política los
europeos puedan pensar y hasta actuar. Los políticos calcular hasta donde se
podía atizar el “sentimiento nacional favorable” para declarar la guerra; la
prensa crear el clímax en la nación
norteamericana que se aviniera a los cálculos de los líderes políticos.
La Resolución Conjunta aprobada por el Congreso de los
Estados Unidos el 18 de abril de 1898 y sancionada por el Presidente Mc Kinley
el 20 de abril, dos días después, son el claro resultado de un largo proceso y
de una combinación de poderes para lograr situar al moderno Estado Nación
norteamericano como guía y garante de los destinos futuros del mundo; España y
por consiguiente Cuba eran sólo piezas de ese ajedrez político para la era del
imperialismo norteamericano; tres poderes engrasados en esos objetivos:
ejecutivo, legislativo y judicial; uno nuevo adicionado, el de la gran prensa.
Concluida la primera
guerra imperialista con los Acuerdos de París el 10 de diciembre de 1898 España
sería un reducto de dependencia, Cuba y otras regiones bien distantes de los
Estados Unidos comenzarían a girar al entrar en el siglo XX en la orbita de un
“Gran Estado Nación” imperialista con todos los visos de modernidad; se
inaugura una época en cual el “Gran
Estado Nación” imperialista; hará dependientes a otros Estados Nacionales; que
hasta dónde son nacionales o no, en tanto son dependientes, no está a la altura
de este trabajo responder; si nos atenemos a que Nación y dependencia son
excluyentes u opuestos, justifica con creces este criterio pues requiere de un
estudio e investigación profunda que no está dentro de este tema, pero forma
parte de el. Había terminado una etapa, “Ahora, los políticos y los intereses
empresariales de todo el país tenían el sabor del imperio en los labios”[4]
Podría cuestionarse entonces si los Estados Unidos como país
presenta un Estado Nación desde 1775 y hasta 1918; la respuesta a esta
interrogante pasa por la propia evolución
del Estado norteamericano; a nuestro criterio son tres las etapas:
Primera etapa: 1775-1865
Es un período
anómalo, de “equilibrio” de dos sistemas de producción: capitalismo y
esclavitud, donde el segundo frena las potencialidades del primero, donde el
poder del estado es muchas veces anulado por la propia contradicción.
Segunda etapa: 1865-1897.
Expansión del capitalismo; de afianzamiento y desarrollo de
la economía norteamericana; de existencia de un Estado Nación moderno que
arriba a finales del siglo XIX a una nueva fase superior del capitalismo: el
imperialismo. Es un período en el cual tiene lugar el afianzamiento del
nacionalismo y la nacionalidad
norteamericana. Aparece el Gran Estado Nación imperialista.
Tercera etapa: se inicia en 1898, hasta la actualidad.
Es un período de expansión del Gran Estado Nación imperialista
hacia la conquista de la hegemonía mundial; se inicia con la guerra Hispano
Cubana Norteamericana, pasa por dos contiendas mundiales en las cuales Estados
Unidos ve fortalecidas sus posiciones y ocupa un liderazgo indiscutible a nivel
mundial.
EL GRAN ESTADO NACIÓN IMPERIALISTA ENTRE 1898-1918
Estados Unidos había resultado el vencedor en la Guerra Hispano
Cubano Norteamericana. El Estado
Nación había hecho suyas
las ideas y teorías de Alfred T. Mahan sobre la necesidad del poderío
naval lo suficientemente fuerte y superior de los Estados Unidos en las
condiciones de dominación mundial, los
resultados no podían ser mejores, España a pesar de su debilidad, había sido el conejillo para su primer
ensayo; en la isla de Cuba aparecería la Base Naval
de Guantánamo, embrión de otras tantas
que serían creadas por el mundo a fin de
alcanzar sus objetivos hegemónicos. El mensaje a la nación del Presidente
Teodoro Roosevelt de 1904 daba un nuevo impulso a la doctrina Monroe en los
propósitos de la nación norteamericana de cara al siglo XX:
“Si
una nación demuestra que sabe actuar con una eficacia razonable y con el
sentido de las conveniencias en materia social y política, si mantiene el orden
y respeta sus obligaciones, no tiene por qué temer una intervención de Estaos
Unidos. La injusticia crónica o la importancia que resaltan de un relajamiento
general de las reglas de una sociedad civilizada pueden, a fin de cuentas, en
América o fuera de ella, la intervención de una nación civilizada; y en el hemisferio
occidental, la adhesión de los Estados
Unidos, aunque en contra de sus deseos, en casos fragrantes de injusticia o de
impotencia, a ejercer un poder de política internacional”[5]
La I Guerra Mundial constituyó un momento trascendente en los objetivos
del Estado Nación de este país. La conflagración se desarrollo en condiciones
ideales para los Estados Unidos al tener como escenario territorios bien
alejados de sus fronteras en circunstancias en que la revolución industrial
había fomentado una poderosa industria, pero necesitada de mercados. La “neutralidad” ante la
contienda le permitió mantener un sistema de relaciones entre contendientes; de
esa manera Estados Unidos encontró un mercado fácil donde ubicar sus
producciones y a fomentar el germen de lo que sería la futura dependencia de
los Estados europeos hacia el Estado Nación norteamericano, Estados Unidos
había pasado al concluir la guerra de nación
deudora a acreedora.
La I Guerra Mundial tuvo una consecuencia directa sobre el Estado
Nación norteamericano; los poderes del Presidente se habían fortalecido en
detrimento del poder del Congreso, que aunque conservaba fuerza en materia de
política exterior, había perdido terreno. La paz concertada a través del
Tratado de Versalles si bien no fue aprobada por el Congreso de los Estados
Unidos; brindo para la oligarquía burguesa y la élite de poder la garantía de
poder exportar todo género de producciones y conceder amplios créditos para la
reconstrucción económica de los principales países capitalistas europeos
–Inglaterra, Italia, Alemania y Francia-
todo lo cual aseguró al Estado Nación imperialista norteamericano una
fuerte posición política ante sus correligionarios a nivel internacional,
teniendo estos a su vez un alto nivel de dependencia económica hacia los
Estados Unidos.
Los acuerdos de Versalles contemplaron la creación de una
nueva institución a nivel mundial con el
objetivo implantar orden en las
relaciones internacionales; la mundial, la Sociedad de Naciones. Paradójicamente el Congreso
de los Estados Unidos se opuso a que el Estado norteamericano ingresara en ella
pues consideraba que era más beneficioso para la política internacional de los
Estados Unidos mantener una posición neutral que le diera la posibilidad de no
involucrarse en conflictos lo cual facilitaba cualquier tipo de acción sin
estar involucrada; traducido en política: poder intervenir de acuerdo a sus
propios intereses.
Concluyen los primeros 20 años del siglo XX -lapso de tiempo
relativamente corto pero decisivo- para
los Estados Unidos. El Estado Nación norteamericano de fínanles del
siglo XIX se trasforma en Gran Estado Nación imperialista. Concluida la I Guerra Mundial en 1918,
el mundo será otro; dará comienzo el
ciclo del dominio hegemónico norteamericano o el llamado siglo XX
norteamericano. Es a partir de entonces que aparecen fundidos en sí mismo el gran estado nación y geopolítica imperial.
[1] Fue esta la primera doctrina
concreta norteamericana en materia de relaciones exteriores. Rafael San Martín,
Ob. cit. p. 158
[2] Rafael San Martín, Ob. cit. p. 160
[3] Nocionales de la Historia de Los Estados Unidos de América Autor:
Benito Xavier Pérez. Secretaría de Educación Pública. México. 1944
[4] Howar Zinn. La otra historia de los
Estados Unidos. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana 2006. Pág. 224
[5] Nestor García Itúrbides. Estados
Unidos de Raíz. Centro de Estudios Martianos. 2007. Pág. 152.
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