El socialismo
europeo cometió el error de suponer que las personas nacidas en una sociedad
socialista serían naturalmente socialistas.
Ese es el papel
del educador: no limitarse a transmitir conocimientos, a facilitar
pedagógicamente el acceso al patrimonio cultural de la nación y de la
humanidad, sino también, suscitar en el educando el espíritu y la militancia
revolucionarios, la búsqueda del hombre y la mujer nuevos inspirados aquí, en
el caso de Cuba, en los ejemplos de Martí, Che Guevara y Fidel.
Ninguno de
nosotros es totalmente invulnerable a las seducciones capitalistas, a los
atractivos del individualismo, a la tentación del acomodamiento y la
indiferencia ante el sufrimiento ajeno y las carencias colectivas.
Todos estamos
sujetos permanentemente a las influencias nocivas que satisfacen nuestro ego y
tienden a inmovilizarnos cuando hay que correr riesgos y renunciar al
prestigio, al poder y al dinero. La corrupción es una mala yerba inherente al
capitalismo y al socialismo. Jamás habrá un sistema social en el cual la ética
constituya una virtud inherente a todos los que viven y trabajan en él.
Crear una
institucionalidad política que nos impida “caer en tentación” en cuanto a la falta
de ética (…) solo será posible en un sistema en el cual no exista la impunidad,
y el deseo de ser corruptor o corrompido no resulte practicable.
El primer deber
del educador (…) es formar seres humanos felices, dignos, dotados de conciencia
crítica, participantes activos en el desafío permanente de perfeccionar el
socialismo, que considero que es el nombre político del amor.
Sin perspectiva
histórica no hay ni conciencia ni proyectos políticos.
(Dice Martí) en La Edad de Oro:“(…)
los hombres deben aprenderlo todo por sí mismos, y no creer sin preguntar, ni
hablar sin entender, ni pensar como esclavos lo que les mandan pensar otros
(…)” (En: “Un paseo por la tierra de los anamitas”).
La educación debe
ser dialógica, concientizadora, problematizadora, contextualizadora, de modo
que supere la contradicción educador-educando y se convierta en un ejercicio
permanente de práctica de la libertad.
Una educación que
se reduce a mera ortofonía, a la repetición incesante de conceptos petrificados
en voz de la autoridad, despoja al educando de sentido crítico y lo imbuye de
la idea de que la
Revolución es un hecho histórico del pasado y no un desafío
perenne de cada nueva generación.
Todos
sabemos que la Revolución
enfrenta enemigos poderosos (…). El principal enemigo, sin embargo, no está
afuera. Está dentro de Cuba. Y
puede identificársele con facilidad: es la educación “bancaria”; es el desánimo
frente a los desafíos; es el individualismo que busca su propio provecho sin
considerar los derechos colectivos; es la falta de cuidado con los bienes
públicos; es la indiferencia frente a los más necesitados y los más viejos; es,
en fin, el egoísmo que hace de cada uno de nosotros un virus capaz de corroer y
debilitar el organismo social saludable.
Afortunadamente,
es también el más fácil de combatir cuando se adoptan métodos eficaces de
educación liberadora, de emulación moral, de cultivo de la espiritualidad, que
despierten cada día, en cada uno de nosotros, lo que más ansiamos y que Martí
tan bien resume en estas palabras: “(…) el don de amor, que torna al genio
fecundo” (La América, Nueva York,
agosto de 1883).
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