Títulé así mis palabras no solo para rendir homenaje a
Silvio Rodríguez, que es uno de los principales pensadores sociales de Cuba
y un genial popularizador de las ideas más avanzadas y los mejores
sentimientos; también lo hice porque la canción suya con ese título contiene un
buen acercamiento a una de nuestras insuficiencias principales, la que
sintetiza la palabra “todavía”. Pero ante la realidad del poco tiempo
disponible me atrevo a rogarle, a quien quiera tener más idea de mis criterios
sobre este tema, que lea “Ciencias sociales y construcción de alternativas”,
mis palabras al inicio de un Taller Internacional del Centro de Investigaciones
Psicológicas y Sociológicas celebrado en 2006, que recogí en el libro El
ejercicio de pensar.
No repetiré aquí lo que he escrito y dicho acerca del subdesarrollo
inducido que sufrieron el pensamiento y las ciencias sociales cubanas a inicios
de los años setenta, ni acerca de los rasgos de aquella desgracia. Pero en los
análisis que hagamos hoy es imprescindible tener en cuenta que se volvieron
crónicos, y que en cierta medida se mantienen todavía. Y se le han sumado otros
males, como cuando a inicios de los años
noventa no solo naufragó en Cuba el mal llamado marxismo-leninismo, sino que se
produjo un alejamiento bastante generalizado de todo el marxismo.
A menudo los cambios impulsados se han reducido a puestas al día que no brindan
mucho más que buena imagen, pero suelen reforzar el colonialismo mental, y
también a permisividades conquistadas. Pero hoy tenemos avances muy grandes.
Contamos con mayor cantidad que nunca de especialistas calificados, cientos de
monografías muy valiosas, centros de investigación y docentes muy
experimentados, y un gran número de profesionales con voluntad de actuar como
científicos sociales conscientes y enfrentar los desafíos tremendos que están
ante nosotros.
Prefiero, al menos, citar problemas y dar algunas opiniones. Las minorías
sumamente valiosas y esforzadas, que frente a dificultades y obstáculos a veces
muy grandes han estudiado, investigado, hecho docencia, expuesto, utilizado el
marxismo y los conocimientos sociales, y publicado, están lejos de ser emuladas
por la mayor parte del sistema de enseñanza, ni por la divulgación que hacen
numerosos medios. En contra de todo
avance están el conservatismo, la rutina y la inercia; esta última se ha
convertido en un mal nacional que ya es comparable al burocratismo por su
alcance nefasto. Además, a pesar de tener entre sí diferencias notables,
factores con poder han coincidido en no fomentar el hábito de pensar ni el
debate a escala del pueblo. En el capitalismo es normal la división entre
élites y masas en este como en multitud de terrenos culturales y de la vida,
pero en nuestra sociedad eso debe ser inadmisible.
La coyuntura política nos es favorable. El compañero Raúl lanzó una ofensiva política el 1º de enero –secundado por el Vicepresidente Díaz Canel—para la cual
convocó también a las ciencias sociales expresamente, y reclamó que se les
atienda como tales, por la importancia de sus trabajos. Sería muy doloroso
dejar pasar esta oportunidad, a pesar de las dificultades tan serias que
tenemos para cumplir con el reclamo.
La tarea es grande. Por ejemplo, desde hace mucho tiempo no existe un
pensamiento estructurado que opere como fundamentación del socialismo en Cuba.
El predominio del economicismo ha asumido el complejo de cambios sociales,
económicos y del mundo ideal que están en curso con un pragmatismo muy
descarnado. No se debate sobre economía política, porque no se invoca ninguna. Mientras, lo que se juega es cómo será en el futuro
el socialismo en Cuba, o incluso si continuará o no, pero esa actitud es una
incitación a no pensar ni investigar, a esperar resultados positivos desde la
ideología de que la economía es la locomotora y la guía, o a consumir los pares
burgueses de ricos y pobres y de éxito o fracaso individuales y familiares.
Se trata de una ausencia muy grave en sí misma, porque el socialismo
solo puede vivir a partir de una intencionalidad que violente la reproducción
esperable de la vida social, que en las sociedades que llamamos modernas
siempre termina por ser la reproducción del capitalismo. El socialismo solo
puede vivir a partir del pensamiento que se ejerce como actitud y actuación
superiores, del ser humano que se está desarrollando y creciendo de un modo
nuevo y de una sociedad que tiene que ser creadora en innumerables aspectos. El
pensamiento y el debate son para la sociedad en transición socialista como el
aire que respira para el individuo.
Es necesario y urgente un pensamiento social que sea
idóneo para analizar en toda su complejidad la situación actual y las
tendencias que pugnan en ella, los instrumentos, las estrategias y tácticas, el
rumbo a seguir y el proyecto. Y que contribuya al único modo en que en última
instancia es posible el socialismo: el despliegue de sus fuerzas propias y sus
potencialidades, y la capacidad dialéctica de revolucionarse a sí mismo una y
otra vez. Sería suicida suponer que un pragmatismo afortunado nos salvará: la
sociedad socialista está obligada a ser a partir de su praxis, su opción y su
conciencia, a ser organizada y, si es posible, planeada. Es necesario elaborar
una economía política al servicio del socialismo para la Cuba actual y la previsible,
y desarrollar en todos sus aspectos un pensamiento social crítico y aportador,
capaz de participar con eficacia en la decisiva batalla cultural que están
librando abiertamente el socialismo y el capitalismo.
El socialismo de tipo soviético forzó primero y legitimó después una
posición viciada de falsedad acerca de las relaciones entre el deber ser que se
proclamaba sin descanso y el comportamiento sometido a todo trance, la
simulación, la indiferencia, el oportunismo y los intereses de grupo. Su reino
ha sido siempre el de todavía, y su horizonte la supuesta correspondencia de la
actuación con lo que se supone que es posible hacer. Hace cincuenta años, el
Che denunció esa falsedad con una pregunta: “¿Por qué pensar que lo que ‘es’ en
el período de transición necesariamente ‘debe ser’?”. Y nos dejó un consejo que
es fundamental: “no desconfiar demasiado de nuestras fuerzas y capacidades”.
El marxismo ha recibido muy escasa atención, y hemos llegado a que le
parezca de mal gusto mencionarlo a los que no se arriesgan a nada que no haya
sido orientado o aprobado previamente, y a las víctimas o los seguidores de la
avalancha de productos culturales norteamericanos que padecemos, propagadores
del modo de vida, los sentimientos, los valores y los pensamientos, de la
cultura, en suma, del capitalismo. Ahora que cada vez lo necesitaremos más, no
podemos cometer el error de asumir cualquier cosa que se presente como
marxismo. Tendrá que ser un marxismo revolucionario, que rescate las ideas de
Marx y Lenin y la historia toda de esa teoría, pero dentro de un desarrollo
crítico regido por las realidades y las ciencias de hoy, por la primacía de la
elaboración teórica, y por la asunción expresa de su función social.
Hoy se vuelve necesario repetir los logros del pensamiento y las
ciencias sociales cubanos de los años sesenta, y nada menos que eso nos
servirá. Como sucede siempre, habrá que ser muy creativos y muy abiertos y
receptivos a las opiniones diversas, pero será de otro modo, enfrentará otros
problemas, utilizará otros instrumentos, elaborará nuevas tesis y desempeñará
papeles mayores que los que tuvo entonces, en la elaboración cultural de un
socialismo complejo, que debe enfrentar un enorme número de aspectos diferentes
y desarrollar de maneras nuevas a las personas y la sociedad, y que tiene un
enemigo que sigue siendo perverso, pero muestra mucho más desarrollo en su
guerra cultural.
A lo largo de todo el país hay buenos estudiosos de las materias
sociales. En junio pasado lo comprobamos una vez más, en el Instituto Juan
Marinello, en el I Simposio Nacional de Investigaciones Culturales, con más de
ochenta ponentes de toda Cuba. He compartido con jóvenes profesores en Santiago
de Cuba, Santa Clara, en la mayoría de las provincias del país, y admiro sus
ideas, su ansia de conocimientos, su espíritu crítico y su conciencia política,
que me llenan de esperanza. Hace tres semanas tuve una hermosa sesión con el
Consejo Nacional de la FEU,
de discusión profunda y muy honesta sobre los problemas nacionales, de la
educación superior y de la organización estudiantil.
Cuba se pone una vez más en movimiento, y los científicos sociales
tenemos deberes grandes ante nosotros. Es hora de compartir nuestra formación
con los más jóvenes, de enseñar a pensar y a ser culturalmente adultos, de
conducirlos en cuanto sea necesario y alegrarnos de que aprendan a conducirse
ellos mismos, porque tendrán que llegar a conducir el país. Hay que lograr que
el pensamiento y las ciencias sociales se pongan a la altura de lo que la
sociedad espera de ellos.
(Tomado de Dialogar dialogar)
[i] Intervención en el Panel “Ciencias sociales, academia y transformaciones
sociales”, del Coloquio de Ciencias Sociales de la 23º Feria Internacional del
Libro, Teatro Manuel Sanguily, Universidad de La Habana, 15 de febrero de 2014.
Tomado de Cubadebate
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