Para un
estudiante de pre-universitario cubano de la década de los años 70 del siglo
pasado no hubiera sido sorprendente, ni difícil responder a cualquier pregunta
relacionada con el apartheid, sus orígenes y los vínculos de este con las
potencias imperiales de aquellos años. El célebre personaje denominado
"Napoleón del Cabo", dueño del oro y el diamante había sumido al sur
del continente africano en una propiedad que acrecentaba el esplendor
imperial.
Perdido el relato
histórico para las generaciones que sucedieron; ni los estudiantes de la
enseñanza universitaria están al tanto de esa historia que bien vendría
retomarla. Soy apático a las reproducciones, pero dos trabajos me conmueven
dada su importancia, a no dejar morir la historia, cuando ni siquiera en los
medios aparece un atisbo de los acontecimientos; sobre todo ahora, cuando farisaicas
figuras fueron a rendir homenaje a Mandela.
El primero
aparecido, "Mandela e Israel" de Thierry Meyssan, publicado en la Red Voltaire; el
segundo, "Mandela ha muerto ¿Por qué ocultar la verdad sobre el
Apartheid?, del Fidel Castro", en Cubadebate. Meyssan penetra en los
orígenes; Fidel en nuestra época contemporánea; son lecciones que deben
ser aprendidas, estudiadas y profundizadas.
Mandela e Israel
por Thierry
Meyssan
Ante el fallecimiento de
Mandela, los occidentales están emitiendo más expresiones de tristeza que
los propios africanos. Su ruidoso duelo es una forma de tratar de
compensar hoy la práctica de la ideología colonial que tanto han defendido y
los crímenes a los que dio lugar. Pero resulta incomprensible que en medio de
esa gran ola de homenajes nadie mencione el hecho que aún subsiste en nuestros
días un Estado racista, históricamente basado –al igual que la Sudáfrica
del apartheid– en la visión del mundo de Cecil Rhodes, el teórico del
«imperialismo germánico». El ejemplo de Mandela sigue siendo válido
y todavía existe lugar para continuar su lucha.
La
obra de Nelson Mandela se celebra en todo el mundo, en ocasión de su
deceso. Pero, ¿de qué sirve su ejemplo si aceptamos hoy que se mantenga en
un Estado –Israel– la ideología racial que Mandela logró derrotar en
Sudáfrica?
El sionismo no es
un fruto del judaísmo, que durante mucho tiempo se opuso a esa ideología. El
sionismo es un proyecto imperialista nacido de la ideología puritana británica.
En el siglo XVII, Lord Cromwell derrocó la monarquía inglesa y proclamó
la República. Instauró una sociedad igualitaria y quiso extender
al máximo el poderío de su país. Para lograrlo esperaba establecer una
alianza con la diáspora judía, que se convertiría entonces en la vanguardia del
imperialismo británico. Con ese objetivo autorizó el regreso de los judíos a
Inglaterra, de donde habían sido expulsados hacía 400 años, y anunció su
intención de crear un Estado judío, Israel. Pero murió sin haber logrado que
los judíos se unieran a su proyecto.
El Imperio
británico nunca dejó desde entonces de cortejar a la diáspora judía
proponiéndole la creación de un Estado judío. Así lo hizo Benjamin Disraeli, primer
ministro de la reina Victoria, en ocasión de la conferencia de Berlín, en 1884.
Las cosas cambiaron con el teórico del imperialismo británico, el «muy
honorable» Cecil Rhodes –fundador de la De Beers Mining Company [que llegó a controlar el
90% de las ventas de diamante a nivel mundial] y de Rhodesia–, quien finalmente
encontró en Theodor Herzl el cabildero que necesitaba. Cecil Rhodes y
Theodor Herzl intercambiaron una abundante correspondencia, cuya
publicación fue prohibida por orden de la Corona británica al cumplirse el centenario de la
muerte de Rhodes. Para ellos, el mundo tenía que hallarse bajo el dominio de la
«raza germánica» –o sea, también según ellos, además de los
alemanes, los británicos, incluyendo a los irlandeses, los estadounidenses
y canadienses, los australianos y neozelandeses y los sudafricanos– y esa raza
tenía que extender su imperio conquistando nuevas tierras con ayuda de los
judíos.
Theodor Herzl no
sólo logró convencer a la diáspora de unirse a ese proyecto sino que invirtió
la opinión de su comunidad mediante la manipulación de sus mitos bíblicos.
El Estado judío no estaría en una tierra virgen, en Uganda o en Argentina,
sino en Palestina y con Jerusalén como capital. De manera que el actual
Estado de Israel es al mismo tiempo hijo del imperialismo y del judaísmo.
Desde el momento
mismo de su proclamación unilateral, Israel se vuelve hacia Sudáfrica y
Rhodesia, los dos únicos Estados que se identifican –como el propio Israel– con
el colonialismo de Rhodes. Poco importa que los afrikaneers hayan sido
partidarios del nazismo, lo importante es que tienen la misma visión del
mundo que los sionistas. Aunque no fue hasta 1976 que el primer ministro John
Vorster hizo su viaje oficial a la Palestina ocupada, ya en 1953 la Asamblea General
de la ONU condenaba «la alianza entre el racismo sudafricano
y el sionismo». Ambos Estados mantuvieron una estrecha
colaboración, tanto en materia de manipulación de los medios de difusión
occidentales como en el uso del transporte como medio de evadir los embargos, y
también con vista a la obtención de la bomba atómica.
El ejemplo de
Nelson Mandela demuestra que es posible liberarse de ese tipo de ideología y
alcanzar la paz civil. Israel es hoy en día el único heredero mundial
del imperialismo según la versión de Cecil Rhodes. Para alcanzar la paz civil,
israelíes y palestinos tendrán que encontrar su propio De Klerk
y también su Mandela.
Mandela ha muerto ¿Por qué ocultar la verdad sobre el Apartheid?
Fidel Castro Ruz
Quizás el imperio
creyó que nuestro pueblo no haría honor a su palabra cuando, en días inciertos
del pasado siglo, afirmamos que si incluso la URSS desaparecía Cuba seguiría luchando.
La Segunda
Guerra Mundial estalló cuando, el 1ro. de septiembre de 1939, el
nazi-fascismo invadió Polonia y cayó como un rayo sobre el pueblo heroico de la URSS, que aportó 27 millones
de vidas para preservar a la humanidad de aquella brutal matanza que puso fin
a la vida de más de 50 millones de personas.
La guerra es, por
otro lado, la única actividad a lo largo de la historia que el género humano
nunca ha sido capaz de evitar; lo que llevó a Einstein a responder que no sabía
cómo sería la Tercera
Guerra Mundial, pero la Cuarta sería con palos y piedras.
Sumados los
medios disponibles por las dos más poderosas potencias, Estados Unidos y Rusia,
disponen de más de 20 000 —veinte mil— ojivas nucleares. La humanidad debiera
conocer bien que, tres días después de la asunción de John F. Kennedy a la
presidencia de su país, el 20 de enero de 1961, un bombardero B-52 de Estados
Unidos, en vuelo de rutina, que transportaba dos bombas atómicas con una
capacidad destructiva 260 veces superior a la utilizada en Hiroshima, sufrió un
accidente que precipitó el aparato hacia tierra. En tales casos, equipos
automáticos sofisticados aplican medidas que impiden el estallido de las
bombas. La primera cayó a tierra sin riesgo alguno; la segunda, de los 4
mecanismos, tres fallaron, y el cuarto, en estado crítico, apenas funcionó; la
bomba por puro azar no estalló.
Ningún
acontecimiento presente o pasado que yo recuerde o haya oído mencionar, como la
muerte de Mandela, impactó tanto a la opinión pública mundial; y no por sus
riquezas, sino por la calidad humana y la nobleza de sus sentimientos e ideas.
A lo largo de la
historia, hasta hace apenas un siglo y medio y antes de que las máquinas y
robots, a un costo mínimo de energías, se ocuparan de nuestras modestas tareas,
no existían ninguno de los fenómenos que hoy conmueven a la humanidad y rigen
inexorablemente a cada una de las personas: hombres o mujeres, niños y
ancianos, jóvenes y adultos, agricultores y obreros fabriles, manuales o
intelectuales. La tendencia dominante es la de instalarse en las ciudades,
donde la creación de empleos, transporte y condiciones elementales de vida,
demandan enormes inversiones en detrimento de la producción alimentaria y otras
formas de vida más razonables.
Tres potencias
han hecho descender artefactos en la
Luna de nuestro planeta. El mismo día en que Nelson Mandela,
envuelto en la bandera de su patria, fue inhumado en el patio de la humilde
casa donde nació hace 95 años, un módulo sofisticado de la República Popular
China descendía en un espacio iluminado de nuestra Luna. La coincidencia de
ambos hechos fue absolutamente casual.
Millones de
científicos investigan materias y radiaciones en la Tierra y el espacio; por
ellos se conoce que Titán, una de las lunas de Saturno, acumuló 40 —cuarenta—
veces más petróleo que el existente en nuestro planeta cuando comenzó la
explotación de este hace apenas 125 años, y al ritmo actual de consumo durará
apenas un siglo más.
Los fraternales
sentimientos de hermandad profunda entre el pueblo cubano y la patria de Nelson
Mandela nacieron de un hecho que ni siquiera ha sido mencionado, y de lo cual
no habíamos dicho una palabra a lo largo de muchos años; Mandela, porque era un
apóstol de la paz y no deseaba lastimar a nadie. Cuba, porque jamás realizó
acción alguna en busca de gloria o prestigio.
Cuando la Revolución triunfó en
Cuba fuimos solidarios con las colonias portuguesas en África, desde los
primeros años; los Movimientos de Liberación en ese continente ponían en jaque
al colonialismo y el imperialismo, luego de la Segunda Guerra Mundial y la liberación de la República Popular
China —el país más poblado del mundo—, tras el triunfo glorioso de la Revolución Socialista
Rusa.
Las revoluciones
sociales conmovían los cimientos del viejo orden. Los pobladores del planeta,
en 1960, alcanzaban ya los 3 mil millones de habitantes. Parejamente creció el
poder de las grandes empresas transnacionales, casi todas en manos de Estados
Unidos, cuya moneda, apoyada en el monopolio del oro y la industria intacta por
la lejanía de los frentes de batalla, se hizo dueña de la economía mundial.
Richard Nixon derogó unilateralmente el respaldo de su moneda en oro, y las
empresas de su país se apoderaron de los principales recursos y materias primas
del planeta, que adquirieron con papeles.
Hasta aquí no hay
nada que no se conozca.
Pero, ¿por qué se
pretende ocultar que el régimen del Apartheid, que tanto hizo sufrir al África
e indignó a la inmensa mayoría de las naciones del mundo, era fruto de la Europa colonial y fue
convertido en potencia nuclear por Estados Unidos e Israel, lo cual Cuba, un
país que apoyaba las colonias portuguesas en África que luchaban por su
independencia, condenó abiertamente?
Nuestro pueblo,
que había sido cedido por España a Estados Unidos tras la heroica lucha durante
más de 30 años, nunca se resignó al régimen esclavista que le impusieron
durante casi 500 años.
De Namibia, ocupada
por Sudáfrica, partieron en 1975 las tropas racistas apoyadas por tanques
ligeros con cañones de 90
milímetros que penetraron más de mil kilómetros hasta
las proximidades de Luanda, donde un Batallón de Tropas Especiales cubanas
—enviadas por aire— y varias tripulaciones también cubanas de tanques
soviéticos que estaban allí sin personal, las pudo contener. Eso ocurrió en
noviembre de 1975, 13 años antes de la Batalla de Cuito Cuanavale.
Ya dije que nada
hacíamos en busca de prestigio o beneficio alguno. Pero constituye un hecho muy
real que Mandela fue un hombre íntegro, revolucionario profundo y radicalmente
socialista, que con gran estoicismo soportó 27 años de encarcelamiento
solitario. Yo no dejaba de admirar su honradez, su modestia y su enorme mérito.
Cuba cumplía sus
deberes internacionalistas rigurosamente. Defendía puntos claves y entrenaba
cada año a miles de combatientes angolanos en el manejo de las armas. La URSS suministraba el
armamento. Sin embargo, en aquella época la idea del asesor principal por parte
de los suministradores del equipo militar no la compartíamos. Miles de
angolanos jóvenes y saludables ingresaban constantemente en las unidades de su
incipiente ejército. El asesor principal no era, sin embargo, un Zhúkov,
Rokossovski, Malinovsky u otros muchos que llenaron de gloria la estrategia
militar soviética. Su idea obsesiva era enviar brigadas angolanas con las
mejores armas al territorio donde supuestamente residía el gobierno tribal de
Savimbi, un mercenario al servicio de Estados Unidos y Sudáfrica, que era como
enviar las fuerzas que combatían en Stalingrado a la frontera de la España falangista que había
enviado más de cien mil soldados a luchar contra la URSS. Ese año se estaba
produciendo una operación de ese tipo.
El enemigo
avanzaba tras las fuerzas de varias brigadas angolanas, golpeadas en las
proximidades del objetivo adonde eran enviadas, a 1 500 kilómetros
aproximadamente de Luanda. De allí venían perseguidas por las fuerzas
sudafricanas en dirección a Cuito Cuanavale, antigua base militar de la OTAN, a unos 100 kilómetros de la
primera Brigada de Tanques cubana.
En ese instante
crítico el Presidente de Angola solicitó el apoyo de las tropas cubanas. El
Jefe de nuestras fuerzas en el Sur, General Leopoldo Cintra Frías, nos
comunicó la solicitud, algo que solía ser habitual. Nuestra respuesta firme fue
que prestaríamos ese apoyo si todas las fuerzas y equipos angolanos de ese
frente se subordinaban al mando cubano en el Sur de Angola. Todo el mundo
comprendía que nuestra solicitud era un requisito para convertir la antigua
base en el campo ideal para golpear a las fuerzas racistas de Sudáfrica.
En menos de 24
horas llegó de Angola la respuesta positiva.
Se decidió el
envío inmediato de una Brigada de Tanques cubana hacia ese punto. Varias más
estaban en la misma línea hacia el Oeste. El obstáculo principal era el fango y
la humedad de la tierra en época de lluvia, que había que revisar metro a metro
contra minas antipersonales. A Cuito, fue enviado igualmente el personal para
operar los tanques sin tripulación y los cañones que carecían de ellas.
La base estaba
separada del territorio que se ubica al Este por el caudaloso y rápido río
Cuito, sobre el que se sostenía un sólido puente. El ejército racista lo atacaba
desesperadamente; un avión teleguiado repleto de explosivos lograron impactarlo
sobre el puente e inutilizarlo. A los tanques angolanos en retirada que podían
moverse se les cruzó por un punto más al Norte. Los que no estaban en
condiciones adecuadas fueron enterrados, con sus armas apuntando hacia el Este;
una densa faja de minas antipersonales y antitanques convirtieron la línea en
una mortal trampa al otro lado del río. Cuando las fuerzas racistas reiniciaron
el avance y chocaron contra aquella muralla, todas las piezas de artillería y
los tanques de las brigadas revolucionarias disparaban desde sus puntos de
ubicación en la zona de Cuito.
Un papel especial
se reservó para los cazas Mig-23 que, a velocidad cercana a mil kilómetros por
hora y a 100 —cien— metros de altura, eran capaces de distinguir si el
personal artillero era negro o blanco, y disparaban incesantemente contra
ellos.
Cuando el enemigo
desgastado e inmovilizado inició la retirada, las fuerzas revolucionarias se
prepararon para los combates finales.
Numerosas
brigadas angolanas y cubanas se movieron a ritmo rápido y a distancia adecuada
hacia el Oeste, donde estaban las únicas vías amplias por donde siempre los
sudafricanos iniciaban sus acciones contra Angola. El aeropuerto sin embargo
estaba aproximadamente a 300 —trescientos— kilómetros de la frontera con
Namibia, ocupada totalmente por el ejército del Apartheid.
Mientras las
tropas se reorganizaban y reequipaban se decidió con toda urgencia construir
una pista de aterrizaje para los Mig-23. Nuestros pilotos estaban utilizando
los equipos aéreos entregados por la
URSS a Angola, cuyos pilotos no habían dispuesto del tiempo
necesario para su adecuada instrucción. Varios equipos aéreos estaban
descontados por bajas que a veces eran ocasionadas por nuestros propios
artilleros u operadores de medios antiaéreos. Los sudafricanos ocupaban todavía
una parte de la carretera principal que conduce desde el borde de la meseta
angolana a Namibia. En los puentes sobre el caudaloso río Cunene, entre el Sur
de Angola y el Norte de Namibia, comenzaron en ese lapso con el jueguito de sus
disparos con cañones de 140 milímetros que le daba a sus proyectiles un
alcance cercano a los 40
kilómetros. El problema principal radicaba en el hecho
de que los racistas sudafricanos poseían, según nuestros cálculos, entre 10 y
12 armas nucleares. Habían realizado pruebas incluso en los mares o en las
áreas congeladas del Sur. El presidente Ronald Reagan lo había autorizado, y
entre los equipos entregados por Israel estaba el dispositivo necesario para
hacer estallar la carga nuclear. Nuestra respuesta fue organizar el personal en
grupos de combate de no más de 1 000 —mil— hombres, que debían marchar de noche
en una amplia extensión de terreno y dotados de carros de combate antiaéreos.
Las armas
nucleares de Sudáfrica, según informes fidedignos, no podían ser cargadas por
aviones Mirage, necesitaban bombarderos pesados tipo Canberra. Pero en
cualquier caso la defensa antiaérea de nuestras fuerzas disponía de numerosos
tipos de cohetes que podían golpear y destruir objetivos aéreos hasta decenas
de kilómetros de nuestras tropas. Adicionalmente, una presa de 80 millones de
metros cúbicos de agua situada en territorio angolano había sido ocupada y
minada por combatientes cubanos y angolanos. El estallido de aquella presa
hubiese sido equivalente a varias armas nucleares.
No obstante, una
hidroeléctrica que usaba las fuertes corrientes del río Cunene, antes de llegar
a la frontera con Namibia, estaba siendo utilizada por un destacamento del
ejército sudafricano.
Cuando en el
nuevo teatro de operaciones los racistas comenzaron a disparar los cañones de 140 milímetros, los
Mig-23 golpearon fuertemente aquel destacamento de soldados blancos, y los
sobrevivientes abandonaron el lugar dejando incluso algunos carteles críticos
contra su propio mando. Tal era la situación cuando las fuerzas cubanas y
angolanas avanzaban hacia las líneas enemigas.
Supe que Katiuska
Blanco, autora de varios relatos históricos, junto a otros periodistas y
reporteros gráficos, estaban allí. La situación era tensa pero nadie perdió la
calma.
Fue entonces que
llegaron noticias de que el enemigo estaba dispuesto a negociar. Se había
logrado poner fin a la aventura imperialista y racista; en un continente que en
30 años tendrá una población superior a la de China e India juntas.
El papel de la
delegación de Cuba, con motivo del fallecimiento de nuestro hermano y amigo
Nelson Mandela, será inolvidable.
Felicito al
compañero Raúl
por su brillante desempeño y, en especial, por la firmeza y dignidad cuando con
gesto amable pero firme saludó al jefe del gobierno de Estados Unidos y le dijo
en inglés: “Señor presidente, yo soy
Castro”.
Cuando mi propia
salud puso límite a mi capacidad física, no vacilé un minuto en expresar mi
criterio sobre quien a mi juicio podía asumir la responsabilidad. Una vida es
un minuto en la historia de los pueblos, y pienso que quien asuma hoy tal responsabilidad
requiere la experiencia y autoridad necesaria para optar ante un número
creciente, casi infinito, de variantes.
El imperialismo
siempre reservará varias cartas para doblegar a nuestra isla aunque tenga que
despoblarla, privándola de hombres y mujeres jóvenes, ofreciéndole migajas de
los bienes y recursos naturales que saquea al mundo.
Que hablen ahora
los voceros del imperio sobre cómo y por qué surgió el Apartheid.
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