Relaciones Cuba-Estados
Unidos: Antecedentes para una cumbre.
El Tratado
de París, de fecha 10 de diciembre de
1898, ponía fin a la guerra cubano-hispano-norteamericana. Se abría un nuevo
capítulo en las relaciones de los cubanos con los Estados Unidos, ahora bajo la
constante permanencia del soldado norteamericano en suelo cubano. Admitida esta
intervención como un hecho por los principales líderes independentistas, se
aprestaron a reducir sus consecuencias y limitarla al menor espacio de tiempo
posible. Diez días después de firmados los acuerdos del Tratado, Tomás Estrada
Palma proclamaría unilateralmente la disolución del Partido Revolucionario
Cubano; obra a la cual José Martí le
había dedicado todo su talento y genio creador. Tales circunstancias no podían
ser peores para el pueblo cubano, que veía receloso la presencia norteamericana
en su suelo.
Las
expectativas martianas sobre la
contienda que finalmente comenzaría el 24 de febrero de 1895, están
diseminadas en cartas, documentos de la Delegación del Partido Revolucionario
Cubano, Manifiesto de Montecristi, etc.
De ellos hemos extraído la misiva enviada al patriota Juan Arnao, fechada en N.
York el 5 de Diciembre de 1887, en la cual expresaba:
Que continuamos la revolución para fomentar y
hacer imperar el carácter natural cubano, suficiente a la república pacífica, y
para impedir que, so pretexto de independencia, se adueñen de la revolución los
caracteres desconfiados, autocráticos o extranjeros que impedirían el triunfo
de la guerra y la paz cordial después de ella
[i]
Las circunstancias históricas que
finalmente determinan la intervención, están dadas en la política seguida por sucesivas
administraciones norteamericanas durante el siglo XIX, donde condiciones
internas de la Isla,
correlación de fuerzas internacionales, y hasta el propio nivel de desarrollo
alcanzado por los Estados Unidos, se entrelazan. Apreciar este juego de acciones en el
contexto al cual hacemos referencia no estaba dado a la dirigencia mambisa
posterior a la caída de José Martí; aún
cuando un espíritu patriótico preclaro estaba presente en gran parte de ellos.
Para finales del año 1897 y
principios del 98 la contienda estaba
virtualmente decidida a favor de las armas cubanas. Para entonces, los órganos representativos del pueblo cubano,
nunca habían sido reconocidos por los gobiernos norteamericanos, a pesar de los
cuantiosos esfuerzos que se habían realizado por alcanzarlo.
La Resolución Conjunta aprobada pEor el Congreso
norteamericano el 18 de abril de 1898, sancionada por el presidente Mc Kinley
el 20 del mismo mes, establecía en su apastado primero,” Que el pueblo de la Isla de Cuba es y de derecho
debe ser libre e independiente” [ii] y en
su aspecto cuarto declaraba “…que no
tienen deseos ni intención de ejercer soberanía, jurisdicción o dominio sobre
dicha isla…” [iii]
Estas declaraciones, con fuerza de ley, bastaron a la dirigencia revolucionaria
cubana para dar todo su apoyo a la intervención, a pesar de no estar reconocido el Gobierno de la República en Armas por
el gobierno de los Estados Unidos. La demagógica Resolución Conjunta, puede
considerarse como la justificación desencadenante de la guerra contra España
ante la opinión pública norteamericana; a la vez que, una sutil treta para lograr el apoyo del
campo insurrecto cubano con el cual no se sentía comprometido. Para tan altos
rejuegos políticos, no existían figuras que pudieran dar claras respuestas, ni
las necesarias reflexiones a las fuerzas revolucionarias.
Con la presencia del soldado norteamericano en suelo cubano,
se convoca una nueva Asamblea de Representantes; la cual inició sus sesiones el
24 de octubre de 1898 en el poblado de Santa Cruz, en Camaguey; esta se
enfrentaba ante la disyuntiva de abordar una situación de intervención, no
prevenida por la Asamblea de
Representantes efectuada en La
Yaya entre los meses de septiembre y octubre de 1897; de la
cual había brotado una nueva constitución. Los representantes reunidos tenían
ante sí además el hecho consumado e inconsulto de ver una Constitución
Provisional que unilateralmente había sido proclamada por Leonardo Wood desde
su Cuartel General en Santiago de Cuba;
el 20 de octubre, cuatro días antes de la concertación cubana. Una vez más, no
se admitía la existencia de los órganos de representación cubanos. Se ultrajaba
de hecho al pueblo cubano y las instituciones que habían sido creadas por la
revolución; tal como habían hecho con el
General Calixto García, al no permitirle la entrada en Santiago de Cuba después
de haber caído esa fortaleza; lo cual constituyó un acto humillante para el
Ejército Libertador y para las fuerzas revolucionarias en general.
Al inaugurar las sesiones de este cónclave, el Presidente Bartolomé Masó,
rindió un informe, más conocido como mensaje, de la labor realizada por el
gobierno y de la difícil coyuntura por
la que atravesaba el pueblo cubano. Hasta dónde la incredulidad hacia la política norteamericana había hecho mella en las fuerzas
independentistas, lo manifiesta su
exposición. “…la independencia se ha obtenido para Cuba y para todos los
cubanos; la victoria de la
Revolución es el triunfo de Cuba,….” [iv]
En el mismo exponía además que el
gobierno norteamericano, “nos inspira fe completa y confianza verdadera”. La
dirigencia mambisa no podía en ningún caso presentar un cuerpo de conceptos políticamente fundamentados, que
aseguraran la plena soberanía ante el hecho consumado de la intervención; es
más sus fuerzas se dividieron.
De esta Asamblea se derivó el
acuerdo de enviar una comisión ante el gobierno de los Estados Unidos, con el
objetivo de adquirir subsidios suficientes para resolver la difícil
situación de los miembros del Ejército Libertador, ante la alternativa de incorporarse a la nueva vida en condiciones
de paz. Presidida ésta por el Mayor General Calixto García; no encontró apoyo a
sus planteamientos; regresó a la patria cargada de tristeza por la muerte del
Mayor General en los Estados Unidos y no haber cumplido con el encargo proyectado.
Fijadas las bases de la paz entre
España y los Estados Unidos, en el Tratado de París de 10 de Diciembre de 1898.
No mencionaba lo relativo al reconocimiento de la independencia de la
Isla de Cuba. En su artículo XVI se asentaba un oscuro
precedente para el futuro de Cuba. Expresaba que “…al terminar dicha ocupación,
aconsejarán al Gobierno, que se establezca en la isla, que acepte las mismas
obligaciones “. Los cubanos, que no habían comparecido a la mesa de
negociaciones, no podían conocer la profundidad de las intenciones de la
política norteamericana, siempre disfrazada de las mejores “intenciones” para
el futuro de la isla de Cuba. De ahí que se sujetaran a la única cuerda posible
para defender los intereses de la creída independencia alcanzada: La Resolución Conjunta
aprobada por el Congreso y sancionada por el Presidente Mc Kinley.
Trágicas consecuencias para la
unidad de los revolucionarios cubanos ante los manifiestos hechos de traspaso
de Cuba, de colonia española a colonia
norteamericana, lo sería la deposición del General en Jefe, Máximo Gómez,
por la Asamblea
del Cerro el 12 de marzo de 1899. La estela dejada, llevó invariablemente a la
desaparición de la propia Asamblea; quedando el pueblo cubano sin
representación alguna ante el interventor. No es el interés de este trabajo
analizar estos acontecimientos, ni el modo en que se produjeron, sino la
resultante final que dejaba el campo abierto a los designios imperialistas: la
falta de unidad y la carencia de un
órgano que diera coherencia al enfrentamiento
con el interventor extranjero. Se frustra el segundo intento de
formación del Estado Nacional Cubano, el cual quedaría postergado hasta la
segunda mitad del siglo XX. La obra martiana queda inconclusa para otra
oportunidad; en tanto que hecha añicos la concepción martiana sobre el
equilibrio estratégico que ponderaría la independencia al evitar la expansión
de los Estados Unidos hacia los pueblos del sur de América quedaría pendiente.
Desbrozado el camino para el logro
de los fines que dieron inicio a la intervención - perpetuar la dominación
imperialista en Cuba - , se dio a
conocer el 25 de julio de 1900 la
Orden 301, del Cuartel General de la División Cuba, en La Habana; dando a conocer la
convocatoria para la organización de la Convención Constituyente;
a saber, dejar constituido un gobierno de “representación” nacional ajustado a
los intereses norteamericanos. En ella se fijaba la elección de delegados para
la convención, la cual debía iniciar sus sesiones a principios del mes de
noviembre; con el claro propósito de adoptar una constitución para el pueblo de
Cuba. El enunciado expuesto en
la orden de “…proveer y acordar
con el Gobierno de los Estados Unidos en lo que respeta a las relaciones que
habrán de existir entre aquel gobierno y el Gobierno de Cuba “[v];
prefijaba con antelación el estatus de las relaciones con aquel país,
que no era otro que de la sujeción al dominio imperial, con derecho exclusivo
para el yanqui. En el discurso de apertura de la convención el 5 de septiembre
de 1900, Leonardo Wood, volvería a insistir ante los delegados cubanos reunidos
en idénticos términos. Los propósitos quedaron claramente delineados en el
Informe de Elihu Root, Secretario de la Guerra a Leonardo Wood, Gobernador Militar de
Cuba. El informe fechado en Washington el 9 de febrero de 1901 trazaba en sus
líneas generales los principales códigos de lo que posteriormente sería la Enmienda Platt, y
resumía la política norteamericana llevada a cabo durante un siglo:
Tanto Jefferson como Monroe y Jhon
Quincy Adam, Jackson, Van Buren, Clay, Webster y Everett han estado todos de
acuerdo en considerar esta circunstancia como indispensable a los intereses y a
la protección de los Estados Unidos [vi]
Esta política venía a plantear que
no sería aceptada ninguna intervención de potencia extranjera alguna en los asuntos
de Cuba, excepto por España. Estos designios fueron mantenidos a lo largo del
siglo XIX, y hasta que las condiciones de espera facilitaran la intervención,
lo que como hemos analizado, estaban ya presentes hacia finales de la centuria.
Se despejaba en el informe las
intenciones sobre las futuras relaciones que debían ser adoptadas entre Cuba y
los Estados Unidos, lo cual constituía la principal preocupación para la
política norteamericana; dado el profundo sentimiento independentista existente
en el pueblo cubano, ya probado en dos largas contiendas contra el colonialismo
español y el gran apego de la dirigencia mambisa a ese objetivo. En el mismo se
señalaba:
Nos encontramos en una posición tal
que, para, protegernos a nosotros mismos, por el hecho de haber expulsado a
España de Cuba, hemos venido a
convertirnos en los fiadores de la independencia cubana y en los fiadores
también de un gobierno estable y de orden que garantice las vidas y las
haciendas en dicha isla [vii]
Se
deja claramente definido el tipo de relaciones; denominadas “especiales”, que
debían existir entre los dos países, según eran los propósitos del Presidente
Mc Kinley, manifestados en varios discursos. Ese y no otro fue el camino que
condujo a la Enmienda
Platt y al nacimiento de una república neo colonial el 20 de
mayo de 1902 A pesar de existir un
núcleo opositor a tales designios, no encontraron el lenguaje de la concordia y
la unión para entablar batalla. Ensombrecido el lenguaje martiano, tendrían que
ser otras generaciones los portadores de sus concepciones para enfrentarse al
imperialismo norteamericano.
Bibliografía
[1] Anales de la Academia de la Historia de Cuba. Tomo
XI. Enero- Diciembre, 1929. Pág. 95. La Habana. Imprenta
“El siglo XX”.
[1] Documentos
para la Historia
de Cuba. Tomo I. Hortensia Pichardo. Pág. 510. Editorial de Ciencias Sociales.
1971.
[1] Documentos
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510. Editorial de Ciencias Sociales. 1971.
[1] Documentos
para la Historia
de Cuba. Tomo I. Hortensia Pichardo. Pág.
534. Editorial de Ciencias
Sociales. 1971.
[1] Documentos
para la Historia
de Cuba. Tomo II. Hortensia Pichardo. Pág. 71.
Editorial de Ciencias Sociales. 1971.
[1] Documentos para la Historia de Cuba. Tomo
II. Hortensia Pichardo. Pág. 106. Editorial de Ciencias Sociales. 1971.
[1] Documentos
para la Historia
de Cuba. Tomo II. Hortensia Pichardo. Pág. 106. Editorial de Ciencias Sociales. 1971.
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