Palabras en la inauguración en la
Fiesta de la Cubana, en Bayamo.
Campo militar o sitio de labranzas y ganado, centro del
comercio o jurisdicción administrativa, en la bonanza o en la ruina, el destino
de cada comunidad en la Cuba colonial era ajeno a su voluntad. El colonialismo,
ese crimen mayor a escala planetaria cometido por la expansión del sistema
capitalista, mandaba en todo, desde la invocación eclesiástica oficial que
precedía al nombre de la ciudad de Bayamo hasta las limitaciones o
prohibiciones que se aplicaban a los individuos de castas consideradas
inferiores.
Como todo orden de dominación, el colonialismo tiene sus
leyes. Una colonia no tiene historia propia, sus nativos son eternos niños, sus
recursos pertenecen a la metrópoli, que puede esquilmarla, imponerle los
tributos que desee e implantar las formas más salvajes de explotación en ella.
Esto último sucedió en Cuba con la esclavitud masiva del siglo XIX, un millón
de personas traídas en ochenta años. Sobre la explotación más despiadada de su
trabajo y la opresión y humillación permanentes se levantó la colosal riqueza
de la colonia de Cuba.
Así era gobernada Bayamo, como todo el país. Pero una
lenta y dilatada acumulación de rasgos específicos estaba formando en la isla
una comunidad que podía llegar a ser nacional. Sin embargo, ella no era
suficiente por si sola. Diferentes acciones y formas de resistencia de los
hijos del país le fueron añadiendo a la identidad naciente un costado de
negación del dominio y del derecho del otro, que se volvía extranjero en la
medida en el que el criollo se volvía cubano. El abuso, la represión y la
soberbia condujeron al rechazo y el rencor, pero eso tampoco era suficiente.
Tuvo que aparecer la necesidad de rebeldía, y con ella la de darle organización
y sentido. Esos dos rasgos convirtieron al prófugo, al campesino pobre, al bandolero
y al apalencado, unidos al señor criollo local ofendido, díscolo y conspirador,
es decir, a sectores y gentes nunca antes reunidos, en los sujetos que se
unieron para una empresa común, nunca antes vista. Hace ciento cincuenta años,
el oriente de Cuba hervía en desobediencias, y cientos de personas estaban al
margen de la ley. Pero faltaba la conversión de la subversión o el motín en una
rebeldía detonada con un fin preciso, que convirtiera la actuación en falange
combativa y la pasión en ideales expresos. Faltaba la revolución.
Aunque fuera doctor en leyes y propietario de fábrica con
esclavos, hombre culto, buen jinete y amigo del arte, Carlos Manuel de Céspedes
era un colono más. Su carácter firme y sus ideas avanzadas lo hicieron líder
local de conspiradores, uno entre los posibles directores. Pero su
determinación personal era superior, y en la hora singular supo comenzar a
labrar su grandeza. Él pronunció la primera frase de la leyenda mambisa: “España nos parece grande porque la
miramos de rodillas. Levantémonos”.
El 10 de octubre de 1868, Céspedes inauguró la política
revolucionaria cubana y llamó al pueblo a pelear, con la misma campana, por la
libertad y por la justicia. Aquella acción destrozó los imposibles y creó una
nueva realidad. En esos diez días que van de La Demajagua a la toma de Bayamo,
Céspedes abrió la brecha para que insurgiera el pueblo, y para que todo el que
ansiaba ser rebelde pudiera convertirse en soldado y en ciudadano, en
revolucionario.
Después que acontecen, los grandes eventos históricos se
pueden enunciar fácilmente, y hasta pueden parecer fáciles al pensamiento
pequeño, el que cree que siempre sucede solamente lo que debe suceder. O al que
cree que esos acontecimientos deben sujetarse a un esquema, a camisas de fuerza
de la Historia manejadas por doctores incapaces de cometer ninguna locura. Al
pie mismo de unos hechos en lugar remoto, el adolescente habanero José Martí,
que ya conoce bastante de imposibles, sabe que lo que sucede en Bayamo parece
un sueño. Por eso escribe: “No es un sueño, es verdad. Grito de guerra / lanza
el cubano pueblo enfurecido / el pueblo que tres siglos ha sufrido / cuanto de
negro la opresión encierra.” A Martí, tan lejos y tan pobre, lo iluminaba la
luz de Yara, porque en tiempos de revolución la luz no se propaga de manera
uniforme. Y una semana después de la quema gloriosa de esta ciudad por los
revolucionarios, el joven escribe la frase que será definitoria para toda la
época que apenas se inicia: “O Yara o Madrid”.
Céspedes liberó a sus esclavos la primera mañana, pero la
justicia tuvo que abrirse paso frente a los obstáculos provenientes de su
propio campo. La independencia y la abolición tuvieron que fundirse en un solo
propósito, y la libertad personal y la ciudadana, reunidas, asumir la forma de
gobierno republicana. Los revolucionarios tuvieron que volverse superiores a
ellos mismos, y no solo a sus circunstancias. La guerra fue la fragua tremenda
en la que se lograron los prodigios necesarios, y ella se alimentó con los
sacrificios, el heroísmo y la constancia de muchos miles de hombres y mujeres.
Dar la vida, pasar hambre y escasez de todo, combatir,
todas las formas de la entrega y el altruismo se hicieron cotidianas. La
bandera de la estrella solitaria se volvió sagrada, y la marcha, el campamento,
el héroe, el amado y la amada, la jornada de sangre y de muerte, se expresaron
en canciones. Cuando todo se condensó para sobrevivir, escoger lo vital y ganar
fuerzas, el himno de Bayamo se quedó en ocho versos guerreros que invitan a pelear,
retan a la muerte necesaria y prometen vida eterna. Próceres y pobres de todos
los colores aprendieron que era la revolución la que le daba probabilidades de
éxito a sus luchas y sus anhelos más sentidos. Y lograron sentirse hermanos
mientras compartían todas las vicisitudes. En la guerra revolucionaria nació la
identidad nacional cubana, con su contenido y objetivos populares.
La historia ha sido nuestra maestra, y en esta región nos
dio sus primeras lecciones. Más de ochenta años después, buscando en aquella
gesta fuerzas para asaltar el futuro, los niños cantaban, poco antes de
arrancarse los juegos de un tirón: “que Bayamo fue un sol refulgente / donde
puso el cubano valiente / muy en alto el pendón tricolor”. Y en La historia me absolverá,
el joven rebelde Fidel reivindicaba el abolengo patriótico de Oriente, donde,
decía: “se respira todavía el aire de la epopeya gloriosa” y “cada día parece
que va a ser otra vez el de Yara o el de Baire”.
El discurso de Fidel en el centenario del 10 de Octubre,
en La Demajagua, es una pieza maestra para la comprensión de nuestra historia.
Escojo una de sus tesis y lo cito:
“Si una revolución en 1868 para llamarse revolución tenía
que comenzar por dar libertad a los esclavos, una revolución en 1959, si quería
tener el derecho a llamarse revolución, tenía como cuestión elemental la
obligación (…) de liberar a la sociedad del monopolio de una riqueza en virtud
de la cual una minoría explotaba al hombre (…) Suprimir y erradicar la
explotación del hombre por el hombre era suprimir el derecho de la propiedad
sobre aquellos bienes, (…) sobre aquellos medios de vida que pertenecen y deben
pertenecer a toda la sociedad”.
La historia sigue siendo maestra, pero ahora trae consigo
una gigantesca cultura de liberación acumulada. De Céspedes a Fidel hemos
crecido y aprendido tanto, que ya nunca más podrá engañarnos el capitalismo, y
frente a cualquier ropaje con que se presente sabemos desnudarlo y barrerlo. Y
nuestra patria ha crecido tanto, que lo que fue Yara hoy es Cuba, y Cuba es
mucho más que una isla liberada.
El antagonista en el mundo actual también es mucho más
grande y poderoso, cuenta con inmensos recursos materiales y una cultura
ubicua, muy capaz e incluso atractiva, que es su arma principal en esta fase de
su guerra contra Cuba. Pero es el mismo enemigo de que este país pudiera ser
independiente desde hace doscientos años, el mismo que truncó la gran
revolución libertadora hace 118 años e impuso su dominio neocolonial, el que ha
hecho todo lo que ha podido contra este pueblo desde 1959, el águila rapaz,
grande en el crimen y en la inmoralidad. Aspira
a debilitarnos y dividirnos, a reclutar cómplices y acabar con la sociedad que
hemos creado entre todos y con la soberanía nacional.
El desafío, entonces, es del mismo carácter que cuando
era o Yara o Madrid, y la disyuntiva vuelve a ser tajante. Ahora es: o Cuba o
Washington.
Y en el recuento de los que ya estamos acostumbrados a
pelear juntos forma en las filas la luz de Yara, y se reúnen en Bayamo, sitio
sagrado de la patria, las artes y las ideas, los homenajes y los sentimientos,
el clarín que llama y la decisión revolucionaria. La canción mayor en la voz de
todos, el himno en la voz del pueblo. Y como faro y guía, la bandera del
triángulo rojo y la estrella solitaria.
Tomado de Cubadebate.
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