Yulia Tarasénkova
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Ahora, cuando la primavera ya ha llegado a Moscú (a pesar de que a veces nieva), muchos niños salen a las calles para disfrutar de los primeros rayos del sol, paseando felices por los parques. Algunos piden a sus padres que les compren un helado, otros les exigen un nuevo peluche o incluso un iPhone. Al mismo tiempo, la víspera el 9 de mayo, cuando Rusia celebra tradicionalmente el Día de la Victoria sobre la Alemania nazi, se puede ver a veteranos de la Gran Guerra Patria y a personas mayores a quienes les tocó vivir la guerra más destructiva de la humanidad. ¿Cómo transcurrió su infancia y juventud? ¿Sonreían? ¿Jugaban? ¿Tenían algo para comer? Estas son algunas de muchas preguntas que me suelo hacer cuando veo a nuestros queridos abuelos.
Cuando estudiaba en el colegio, mis compañeros y yo formamos un equipo de investigación histórica llamado 'Búsqueda' bajo la dirección de nuestra profesora de ruso Nadezhda Kázmina. Nos dedicábamos a recorrer los pueblos de mi región natal de Smolensk (a unos 300 kilómetros de Moscú), visitando a los así llamados niños de la guerra, personas cuya infancia coincidió con la Segunda Guerra Mundial. Para dar voz a estos gritos de dolor logramos publicar un libro titulado 'La infancia matada por la guerra' con el que quisimos rendirles un merecido homenaje.
Cuando estaba en el pueblo donde vivían mis abuelos,
recuerdo que un día me senté en las rodillas de mi abuelo Vasily y le pedí que
me contara cómo fue su infancia. Me dijo que en el verano de 1941 (él tenía tan
solo 11 años), los residentes del pueblo, incluidos los niños, estaban
cosechando cuando, de repente, llegaron los alemanes. El abuelo dijo que cogían
todo lo que querían: ropa, ganado, gansos, patos, gallinas... A los locales -me
contó- se los llevaron en vagones de ganado a un campamento en Bielorrusia.
Una mujer a la que entrevistamos llamada Ana Nésterova nos contó que lo que más recordaba de su infancia es que siempre tenía hambre. "La sensación de tener hambre se me ha quedado para toda la vida", nos confesó. Cuando ella y algunos otros chicos enfermaron de sarampión, hacían todo lo posible para que los fascistas no los vieran, porque -decía- si no, los golpeaban por estar enfermos.
Raísa Bulynina relató que cuando los alemanes ocuparon su pueblo, ella tenía 5 años, la sacaron de casa y la pusieron en una columna. Cuando su tía la vio, empezó a gritar para que volviera a casa. Los soldados nazis se echaron a reír y uno la apuntó con un arma, pero luego la dejaron ir. Una vez en casa, se subió a la estufa rusa y se echó a llorar.
"Nuestros juguetes eran trozos de
cristales", nos contó nuestra profesora Nadezhda Kázmina. Una vez, cuando
su tío regresó a casa (era piloto), les trajo pan, latas y algo blanco.
"¿Qué es esto?", le preguntó. El le dijo que era azúcar. "¿Se
puede comer?", repuso ella sorprendida, pues era la primera vez que veía
azúcar.
Todos los entrevistados contaron que la gente temía
que llegaran a sus pueblos los ocupantes fascistas. Valentina Seledtsova no
contó que recordaba muy bien aquel día, pese a que solo tenía 7 años. "Los
mosquitos nos picaban mucho. Las vacas berreaban. Los niños lloraban. Nadie
sabía qué hacer, simplemente esperábamos", decía. Intentando escapar de
los mosquitos, una de las vacas quedó enredada alrededor del árbol y se arrancó
la cola. Luego llegaron los alemanes y empezaron a robarlo todo, recordaba
Valentína, que contó que, debido a la llegada del invierno, los alemanes
ocuparon sus casas y los civiles tenían que dormir sobre la paja. "Ellos
comían bien, y a nosotros, a los niños, nos tiraban las sobras de comida como a
los perros", agregó.
Nadezhda Gorójova nos contó que durante la ocupación ella tenía 14 años y, como muchos jóvenes, estaba muy delgada y pálida. Los alemanes los obligaban cavar trincheras y a construir fortificaciones sin parar. "Levantabas la cabeza para descansar un poco y un 'polizei' te pegaba con un látigo", recordaba estremeciéndose. Su hermano mayor logró huir cuando los alemanes se lo llevaban para fusilarlo porque se había negado a tocar la armónica para ellos. Más tarde murió en el frente.
Un destacamento de castigo llegó al pueblo de Mijaíl
Záytsev y a otros dos cercanos a finales del julio de 1942. Hicieron salir a
todos los vecinos de las casas y los reunieron en un mismo lugar, dividiendo a
la gente en dos grupos: uno compuesto de hombres y otro de mujeres, niños y
ancianos. A los hombres se los llevaron al pueblo Mijáilovskoe, los encerraron
en un corral sin comida ni agua. Ni siquiera les permitían sentarse. Los
fascistas los torturaron durante 8 días y luego los mataron. Mijaíl relataba
con horror cómo después de que el destacamento de castigo abandonara el pueblo,
las mujeres y su propia madre encontraron en las fosas cuerpos de sus maridos,
hermanos y conocidos.
Lo que Liudmila Zúyeva más recuerda de su infancia es
que no la tuvo. "Un sinfin de bombardeos. Mi madre me escondía, me ponía
un balde sobre la cabeza y me decía que me ocultara debajo de la mesa",
relataba recordando el mucho miedo que pasaba. "Incluso hoy en día no
puedo escuchar el zumbido de los aviones. Me recuerda el bombardeo",
decía.
El tío de María Rasjódnikova fue cercado y asesinado por los alemanes. "Era teniente, era judío y comunista. Y los alemanes no lo perdonaban", nos explicó. Según ella, los fascistas capturaron a toda su familia y la torturaron. A su tío lo pusieron en el yugo y lo obligaron a llevar leños. Luego los llevaron a un ghetto de Hislávichi, donde los quemaron vivos. En cuanto a su infancia recuerda que siempre quería comer y dormir. Dice que comían ajenjo (hierba muy amarga), porque en la estepa no había nada más, y a veces pan. "Este sabor amargo me persigue toda la vida. El pan con un regusto amargo de ajenjo".
Estos son algunos de los estremecedores recuerdos de las víctimas más inocentes e indefensas de la Segunda Guerra Mundial. Cada una de estas personas tiene su propia tragedia detrás, pero todas ellas tienen algo en común: una infancia contagiada por el dolor, el miedo, el hambre y la muerte.
En la Unión Soviética la invasión del III Reich dejó 27 millones de muertos, así como 1.710 ciudades y más de 70.000 pueblos destruidos. En la región de Smolensk los combates eran tan despiadados, que el río Dniéper que surca la zona quedó muchas veces teñido de rojo por la sangre. Durante los 26 meses de ocupación, los verdugos alemanes dispararon y torturaron a más de 135.000 soviéticos.
Texto completo en: http://actualidad.rt.com/blogueros/yulia-tarasenkova/view/127503-infancia-guerra-patria-mundial-rusia
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