Francisco López Leiva(1857-1940)
“El olvido sobre todo, es obra del tiempo y no de la voluntad humana.”
Francisco López Leiva.
Francisco
López Leiva (1857-1840), santaclareño, se incorporó al Ejército Libertador
Cubano en la gesta independentista (1895-1898),
al concluir esta ostentaba los
grados de Teniente Coronel. Pone la pluma al servicio de la causa
revolucionaria y el sacrificio de la vida por la independencia de Cuba.
Fondo: Colección Manuel García Garófalo.
Expediente: 428
Legajo: 7
Original manuscrito.
Copia Fiel
La profesía
( A mi querido hermano Clemente)
I
¿ Te acuerdas querido Clemente de
aquel chiquillo, hijo de tu compadre el inspector Pinazo, de aquel delicioso
Manolito que saludaba todas las mañanas al autor de sus días con este cariñoso
exabrupto:
-
Pinato, cabrón ¿hoy no me compras dute?
¿ Te acuerdas como nos reíamos
todos y como al bueno de Pinazo se le
caía la baba oyendo al inocente querubín expresar su deseo en forma tan
comedida y respetuosa?.
Te acuerdas bien de todo esto ¿es
verdad?.
Ello siempre ocurría en la
siempre fidelísima de la Habana,
allá por los años del 1876 ¡ y paso cierto que Madama Rossina aquella vieja francesa ingertada en
catalán que vivía con la familia de Pinazo, solía decirnos á ti que todavía
usabas calzón corto, y á mí aquien aun no apuntaba el bozo.
Mirad chicos, este gran granuja
de Manolito no morirá en su cama, yo os lo aseguro........
Pues bien.......
II
Pues bien: hace cerca de tres
años, en septiembre de1895 me encontraba en el Camaguey.
Habia ido alli como tu sabes,
como diputado por las Villas y estabamos formando la Constitución de la República. La
Asamblea trabajaba sin descanso: se habia declarado en sesión permanente y los
secretarios echábamos los bofes tomando notas por que no habia taquigrafos. El
general Gomez tenia su cuartel general en el mismo punto, el potrero “Antón”, y nos daban escolta unos
mil ginetes la flor y nata de la
caballeria Camagüeyana.
Un dia oimos fuera del edificio
donde se celebraban las sesiones, una
gran algazara. Tropel de caballos, vítores, rizas y voces alegres. El
presidente mandó a suspender la sesión y todos nos echamos fuera para averiguar
lo que ocurría. Pronto lo supimos: era que entraban en el campamento
prisioneros que se habia cogido al enemigo en un pueblecito de la Costa Norte y los
cuales enviaba el jefe de la brigada a disposición del General en Jefe. Toda la
fuerza franca de servicio vino al cuartel general á ver los soldados españoles,
que inmediatamente fueron conducidos á presencia de Gómez. Los infelices casi
niños en su mayoría, estaban pálidos como cadáveres, creyendo sin duda ,que
iban a ser pasto de la antropofagia mambisa”; y por eso aun después que el
ilustre caudillo les hizo saber que nosotros no comiamos soldados ni niños
crudos, que quedaban en completa libertad para volver a sus banderas ó quedarse
con nosotros según quisieran; aun
después de que los asistentes les obsequiaron, de orden del general, con ron y
cigarros, todavía ellos revolvían la mirada con azoramiento y estando en la
cocina no se atrevían á ponerse el
chafado sombrerillo de yarey.
Bebiendo estaban cuando me
acerqué al grupo junto con un oficial del
Estado Mayor que iba a tomarles
el nombre y las generales.
-¿ Hay entre ustedes alguna
clase? Pregunto el oficial.
-Si señor-contestaron-Un cabo.
¿Quién es?
Entonces se adelantó un joven
alto delgado de mirada inteligente, y dijo:
-Presente-Manuel Pinazo-.
III
-Vamos á ver si puedes explicarnos como diablos es que te
encuentro aquí siendo cabo de la infantería española. Prisionero de Máximo
Gomez y cubano de nacimiento. Porque yo comprenderia que fueras guerrillero ó
movilizado pero ¿ soldado de verdad ? soldado de linea........? Vamos que no le
entiendo.
Así le hablaba yo a Manolito por
la noche á quien habia hecho un lugar bajo mi tienda. Le habia reconocido que
si su nombre; le hablé de su familia y el pobre muchacho se alegró mucho al
encontrar alli a un antiguo amigo de su padre.
-Pues mi comandante, la cosa es
clara y facil de saber, me dijo- yo senté plaza en la Habana el año pasado á
principios de este, al estallar la guerra, fue mi regimiento al Camaguey y mi compañía quedó destacada en San Miguel del Bagá. Alli
donde hubo la refriega anteayer y donde caimos prisioneros de ustedes.
-Pero tu al sentar plaza en el
ejercito tendrías algun motivo poderoso que te
obligara á ello-le objete yo- supongo que no te impulsaria el amor a
España ni tu vocación á la carrera militar.......
-No señor ¡ Ca ! Los motivos son
otros muy diferentes.
-¿Amores ó amorios?-
-Amores, á lo menos por mi parte.-
-Te paritó la novia ¿he?- le
pregunté bostezando como quien va á oir un cuento por demás sabido.
-No, señor. Me la suplantaron. La
cosa mas rara que pueda imaginarse usted.
A ver Manolito, cuentame eso.
IV
-Quedó huérfano á
los doce años-comenzó Manolito-y por mediación de Madama Rossine entré de
aprendiz en la litografia francesa de Mr Durand una de las mejores de la Habana, como usted sabe.
Allí aprendí el oficio de dibujante-litografo, alli me instrui algo,
concurriendo á las clases nocturnas del
Centro Gallego, alli me hice hombre y alli ¡alli ay Dios! Me enamoré.
Me enamoré de la hija del maestro
y dueño del taller, una muchacha mas bonita que el sol, como que era y
ojinegra, ó rubia remiendada, según decia el carnisero de la esquina,
que entre cuello y pechera tenia sus ribetes de poeta.
Criado yo en la casa la habia
conocido desde niña y la trataba con cierta franqueza, no mucho que digamos,
porque sus padres que eran ricos, la educaban para gran señora y nosotros los
aprendices pocas veces subiamos la escalera del piso principal donde vivia la
familia de Durand. Cuando ella tuvo diez años se la llevaron al Sagrado Corazón
y no salió de alli hasta que cumplió los dieciséis. El dia que abandonó
definitivamente el colegio y la vi pasar el zaguán y subir la escalera
vistiendo el traje de colegiala me quedé alelado y le di una chupada al lapiz
copial que tenia en la mano creyendo que era un cigarro.
Desde entonces todas las figuras
de mujer que dibujaba en el papel ó era la piedra litográfica llevaban
indefectiblemente las facciones de Laudelina que asi se llamaba ella. Por ahí
anda su retrato en cromos y marquillas,
en alegoria de la industria y de la fama.- Alguien del taller hubo de fijarse
en el parecido que tenian mis mujeres con la hija del maestro y comenzaron las
bromas y el cuchicheo, á tal punto, que Mr Durand hubo de enterarse. Como era
hombre de pocas palabras, me llamó una mañana al escritorio, me ajustó mi
cuenta, me dio el dinero que alcanzaba y me puso bonitamente de patitas en la
calle diciendo que ya no me necesitaba más.
Fui á dar con mi modesto equipaje a una
accesoria de la Calle de Barcelona y alli me
instalé. Por la tarde me dirigí a un café situado frente por frente á la
litografia, me hice servir un lager y me puse á contemplar el balcón de la casa
de Mr Durand. A eso de las cinco apareció en él la hermosa Laudelina: dirigió
la vista hacia el café y me vió. Nos saludamos con una inclinación de cabeza y
á los pocos instantes desapareció para reaparecer luego y volver ocultarse mas
tarde. Yo no sabia que cara poner ni que posición que aceptar: Laudelina me parecio cada vez mas bella, mas
seductora, queria hablarle, ó por lo menos, escribirle y no sabia de qué manera
darle á comprender mi deseo. Por fín, hice un ademán expresión, lo vió ella y
se marchó para dentro sin que volviera a salir más.
Me pasé la noche en vela
escribiéndole una carta en que le pedia mil perdones por la falta que habia
cometido y que ella debia saber cual era: le explicaba mi pesar por haber
suscitado el enojo de su padre y le decia que el hecho de haberla retratado
inconscientemente casi, no habia ofensa, sino al contrario, el deseo de
complacerla y de rendirle, á mi modo, un tributo de adoración y simpatia.
A la tarde siguiente volví al
café y me instalé en el mismo sitio con mi pliego en el bolsillo.
A poco de estar alli vi salir a
la calle á Rosa la mulata la criada de mano de la familia Durand.
Rosa era una muchacha alta y
esbelta y tenia con Laudelina, á la que llevaba dos años un parecido
sorprendente. Susurrabase en el taller que era hija de Mr. Durand y asi se
explicaban muchos la extraordinaria semejanza entre las dos jóvenes.
Me puse en seguimiento de Rosa y
asi que dobló la primera esquina la llamé. Le detuve, me acerqué a ella, y sin
andarme por las ramas, le di la carta, recomendándole que no la entregara á
nadie mas que á la señorita. Titubió no
poco, pero al fin acepto el encargo y me prometió traerme la respuesta , si
alguna le daban, al siguiente dia, en el mismo lugar y hora.
Al otro dia me trajo Rosa una
carta de Laudelina. Era un billetico color crema, ligeramente perfumado, con
una L. Azul y plata primorosamente debujada y estampada en su extremo superior
izquierdo. ¿ Que me decia ?. Pues que lamentaba lo ocurrido: que por lo pronto no se atrevia á hablar a su
padre, pero que dentro de poco tiempo estaba segura que me llamaria nuevamente
al taller, toda vez que era difícil encontrar un operario como yo, que era como
casi un artista etc. etc.
De este modo comenzó la
correspondencia entre los dos. Al principio las epistolas no eran más que
narraciones sobre el mismo tema de mi despedida y de mi vuelta al taller.
Después me permiti algunas insinuaciones y por último me le declaré en toda
regla. Ella hizo como toda las mujeres en idéntico caso: primero se enfadó, después tomó la cosa á
broma y por último me correspondió. Naturalmente, Rosa desempeñaba el papel de
correo, de gabinete y lo hacia á las mil maravillas.
Asi las cosas un dia que mi
pasión llego al colmo de la chifladura, me decidí a hablarle á Mr Durand y á
pedirle la mano de su hija.
Me presenté en el escritorio de
la litografia, en actitud serena en apariencia, pero completamente turbado
internamente. Formulé con mil rodeos mi petición y el viejo francés al oirla se
me quedó mirando de hito en hito.
-Está loco-dijo en alta voz y
como hablando consigo mismo. Luego cogió un cuchillo de palo y se puso a
limpiarse las uñas.
- Y bien ¿qué me responde usted?.
Le pregunté yo al cabo de un rato de embarazoso silencio.
-Ya le he dicho que estás loco
¿Piensas que asi, sin mas ni mas, por tu linda cara he de darte á mi hija y con
ella el fruto de treinta años de trabajo?
-Pero Mr Durand........
-Que no, y que no.-Largate.
V
Salí de alli convencido de que jamás, por nada ni por nadie, variaria de parecer Mr Durand.
Yo le conocia bien: en los diez ú once años que estuve en
su casa, habia tenido sobrado tiempo de sufrir las inflexibilidades de su
carácter y obstinación, que a veces llegaba á ser ridícula.
Me dirigi al café y alli encontré tomando agenjo á
Chardón, el maquinista de la litografia. Era un hombre de mediana edad, tuerto
del derecho y algo encorbado. Su fuerte era el ajenjo, del que usaba y abusaba copiosamente; pero Mr Durand le conservaba en su casa tanto
porque era un obrero inteligentísimo como por el paisamazgo. Chardón era francés tambien, según creo, de Marcella.
-¡Ola, muchacho!-¿Tu por aquí?-me dijo-Ven a tomar de l’
absinthe.
-Gracias no me gusta.-
-Pues empina un cocktail. No me desaires, que el vino,
según dicen en mi pueblo, alegra el corazón de los jóvenes remoza el de los
viejos.
-Sea-
Y me senté frente al maquinista. Este, sonriéndose y
guiñando el ojo dela nube, me dijo en voz baja:
-¿Y que tal de amores?........
-¿De amores?.....-Murmuré yo algo confuso.
-Si hombre, si todo se sabe. Ustedes los enamorados se
creen que los demás mortales son ciegos y no saben que aunque sean tuertos como
yo, lo ven todo.¿Qué tal te recibio Durand?....
Y el endiablado francés comenzó una serie de preguntas
indiscretas, que llegaron á molestarme a
tal punto, que asi se lo hice entender con energia.
-Vamos muchacho, no te enfades por eso-me contestó
variando de tono-Tu sabes que te aprecio y que me intereso por ti. En la casa
te comprende que has salido contrariado de la entrevista con Durand. Como
supongo no irias a pedirle trabajo, sospecho, que fuiste á pedirle la mano, es
decir, la mano de ella.......Sospecho
tambien que mi paisano te ha echado á cajas destempladas, porque venias
colorado como un langostino cocido, con los ojos bajos, las manos en los
bolsillos del pantalón y caminando despacio.......Valla, hombre, veo que he
acertado ¿he?.....Ya lo creo! Si tengo un ojo que vale por dos!...........
Yo caso no escuchaba la charla del maquinista. El hablaba
sin que yo me fijase en sus palabras; pero cuando dijo llevando la copa á los
labios.
-Siempre te queda un recurso para á ese peñasco de Durand.........
Entonces saliendo de mi abstracción, le pregunté con
interés:
-¿Cuál?-
-Robarte la chica-
Y Chardón vació la copa de un solo trago.
VI
¡Un rapto!.....La verdad que no se me habia ocurrido ese
medio de obligar a Mr Durand á aceptarme por yerno. Con tal que Laudelina
estuviera conforme, yo estaba resuelto á todo. Pero ¿aceptaria ella?. Una joven
honesta, educada en un convento donde es de suponer que le habian inculcado los
principios de la moral mas austera, ¿se
atreveria a dar aquel paso?......¿Arrastraria con valor el escandalo monumental
que su fuga habra de producir?....... ¿Tendría intrepidez bastante para
despreciar el que dirán?.......
La idea que me sugirió el maldito Chardón germinaba en mi
cerebro, como semilla en terreno abonado. Escribí aquella noche á Laudelina
refiriéndole mi entrevista con su padre,
a la forma grosera como acogió mi petición y negativa rotunda.
Al final le insinuaba mi propósito de
adoptar “una resolución extrema” si ella estaba dispuesta a secundar mi proyecto
que no le decia cual fuera. Cuando por la tarde llevé esta carta á Rosa, la
mulata me entregó otra de mi amada. Me escribia, en resumen, que su padre le
habia preguntado si era cierto que tenia relaciones amorosas conmigo y que,
como no pudo negarlo, Mr Durand se habia encolerizado, habia dicho mil horrores de mi y de ella, terminando
por anunciarle que antes de quince dias se embarcaria para Francia. El papel
tenia sus borrones como si le hubieran caido lagrimas........ó gotas de agua.
Le contesté aquel mismo dia proponiéndole sin rodeos la
evasión. El plan á mi juicio era sencillo y excelente. Una tarde al anochecer,
saldria ella á la calle, vestida con un
traje de los de Rosa. Yo la esperaria en un coche de alquiler, en la
esquina......y ojos que te vieron ir.
Escuso decir á U. Que necesité mucho papel y muchos dias
para convencer á Laudelina de que el
unico medio que teniamos unirnos
“ante Dios y los hombres” era el rapto, la fuga propuesta.
Al fin con mil
condiciones y cláusulas absurdas, se decidió y aceptó.
Llegó el dia señalado y le hablé á un cochero de confianza
para que se situara á la hora oportuna en el sitio designado. Yo me sentia
nervioso, emocionalmente febril...... Para adquirir aplomo segui el concejo de
Chardón, y entrando en el café pedí una copa de cognac. No me sitió el efecto
deseado de aquietarme los nervios y darme serenidad y tomé jerez. Repetí dos ó
tres veces, porque desde la primera copa noté, que se me ensanchaba el pecho y
respiraba mejor. A las cinco horas en que cerraban el taller, se apareció
Chardón y tuve que acompañarle á trincar para aplacar sus majaderias. En
resumen, que cuando faltaban diez minutos para la hora de la cita y me dirigí
al lugar donde debía estar parado el coche, iba borracho, completamente
borracho. Por poco hecho á perder el lance, pués le armé bronca al cochero sobre
si era mas tarde ó mas temprano, sobre
si era aquel el punto convenido ó no lo era. Por fin entré en el simón, me sente y .....¿lo creerá usted? Me
quedé dormido.
Me despertó á
medias un suave tirón de la manga del pardesús. Entre dos luces ví una mujer
que sentaba á mi lado. Era Laudelina que cumpliendo su palabra se habia fugado
del hogar paterno y acudia á la cita. Me eché a reir con esa carcajada imbécil
del ebrio y grité con voz vinosa: ¡Arre
cochero!......
VII
Llegamos á casa, subió ella la escalerilla de mi cuarto, y
yo agarrandome del pasamanos y haciendo pininos en cada escalón, marché detrás.
La habitación estaba á oscuras. Al entrar tropecé con un
mueble y cai de bruces. Traté de levantarme y no pude: la cabeza me daba
vueltas y sentia un ruido espantoso en los oidos. Quise hablar y no pude porque
tenia entumecida la lengua. Hice un esfuerzo supremo por incorporarme y volví a
caer pesadamente en el santo suelo. No me acuerdo de más: me quedé dormido como
un cerdo.
Serian las seis de la mañana cuando desperté. A la débil
claridad que entraba por las rendijas de la ventana, la ví á ella sentada en un
balanse, con la espalda vueltas hacia
mi. Tenia el mantón sobre la cabeza, la megilla apoyada en la mano derecha y el
codo sobre el velador.- Sentí que me moria de vergüenza, porque la “plancha”que
me habia tirado era estupenda, pero al fín mi pasión me sobrepuso á todo. De un
salto caí de rodillas á los pies de la hermosa, le cogi una mano entre las mias
y bajando la cabeza solo acerté á decir:
-¡Perdón, alma mia, perdón!
-¡Borrachin!-Murmuró ella haciendo un gesto de desprecio.
¡Ah!Aquella voz, aquella voz......
Alce la vista y me quedé estupefacto.
Aquella mujer no era Laudelina: era la mulata Rosa.
VIII
¿Cómo y cuando se habia efectuado el cambio?. ¿Qué juego
de cubilete era aquel?....... Habia despertado ó me hallaba aún bajo el influjo
del alcohol?......
Rosa me esplicó todo. Por el extravio de una carta mia se
enteró Durand de mi proyecto de raptar á Laudelina y preparó ccomo un gran
tramoyista aquella escena teatral de la suplantación y cambio de personajes.-
Ella, Rosa, apretada y amenazada por el francés, se habia prestado á la farsa
para salvar á la señorita, y sospecho que tambien por ganarse algunos centenes
de camino. Chardón, cómplice de su paisano, me había emborrachado ex profeso y
mi necedad é inexperiencia habian completado la obra, cuyo epílogo era que
aquel mismo dia, embarcaba Durand con su hija para Francia.
He aquí, mi comandante, el motivo porque, avergonzado senté
plaza en el ejercito español hace un año, , antes de estallar la guerra, y hoy
me ve Ud. siendo cabo de infantería de linea y prisionero de Máximo Gomez.
-Quédate con nosotros-le dije- Ya sabes que damos un
ascenso á los prisioneros y desertores que
quieran pelear en nuestras filas.
-Imposible- Me dijo- Hoy soy inconscientemente traidor á
mi patria pues me batí á favor de España...... Si vengo con Ud., entonces seré
traidor á la bandera que he jurado, y yo soy un hombre de honor, aunque solo
sea un oscuro soldado.
Le di un apretón de manos al noble muchacho, me tendí en
la hamaca y aquella noche, vi en sueños á Chardón; á Durand, á Madama Rossina y
á Rosa, que bailaban un cancán singular, lúgubre y grotesco al mismo tiempo.
IX
Tres meses después de aquel dia , se libraba en las villas
el tremendo combate de Mal tiempo, tan desastroso para las armas españolas como
desiciva para los cubanos, puesto que habrió
de par en par las puertas á la Invasión de Occidente. La
brigada Zayas, á la que yo pertenecia, aun cuando forzó la marcha, no pudo
incorporarse al grueso de las fuerzas revolucionarias sino una hora después de
terminada la acción. Llegamos á los precisos momentos en que el General Gomez
reconocia el campo de batalla, y fue un acto conmovedor aquel en que el viejo
caudillo ardiente de gloria abrazando al
bravo Zayas le decia:
-Abrazo en usted, brigadier á todos los intrépidos villaclareños.
De los cañaverales y maniguas que nos rodeábamos salian
gritos de angustias: eran los soldados españoles que habian quedado heridos y
clamaban por su madre ó pedian el cuartel que ya se les habia otorgado. En las
guardarrayas, en los senderos, aquí, y allá, bajo los matorrales, muertos y mas
muertos, casi todos á machete, con tajos tremendos en la cabeza, en los brazos
ó en las espaldas. En determinado lugar, donde una compañía española formó
grupo contra caballeria, la sangre habia corrido y se habia cuagulado á lo
largo de un trillo que bajaba á una cañada.
Sobre una eminencia del terreno, destacabase la magestuosa
figura de Maceo á caballo, rodeado de su Estado Mayor examinando con curiosidad
la bandera del Batallón de Canarias, un bello trofeo de guerra, que acababa de
entregarle un oficial oriental.
Detrás de el formando pirámide el botin del combate: doce
mil cartuchos; ciento cincuenta
armamentos y las vituallas que cargaban doce acémilas.
Me llamó la atención un grupo de patriotas que formaban coro cerca del
Cuartel General. Me dirigi á aquel y pude ver que en el centro del grupo habia
un español muerto. El infeliz tenia dos tremendos machetazos en el cuello, uno
á cada lado, “corte de cuña”, que dicen los guajiros. Por las insignias y por
el uniforme reconocí un sargento de infantería.
En los bolsillos de la guerrera y en el (....), habianse
hallado algunos papeles y un libro de memorias. Un insurrecto leyo en alta voz
la primera página: “Diario de sargento Manuel Pinazo”......
-¡Manolito!- exclamé yo. Y echando pie a tierra me incliné
sobre el inanimado cuerpo.
Era él, no me quedaba dudas.......
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